viernes, noviembre 27, 2015

Entre malandros te veas


Por Rafael Hernández Bolívar

Las alianzas con la delincuencia para conseguir objetivos políticos se pagan caro

No es lo que parece

Esta verdad se ha presentado de diversas maneras en los últimos tiempos. Primero aprendimos a no prestar oídos crédulos a los rumores y las afirmaciones que corrían en la calle. “No creas nada de lo que escuches”, decíamos. Después, con los “pistoleros” de Puente Llaguno, aprendimos que tampoco podías creer lo que veíamos a través de la televisión. Siempre se podía alterar la imagen con un enfoque particular, con una toma que mostraba determinados ángulos y dejaba por fuera otros más significativos. Dijimos, entonces: “No creas nada de lo escuches y sólo la mitad de lo que veas”.
Con ese aprendizaje a cuestas, el pueblo somete a un escrutinio riguroso lo que pasa a su alrededor o lo que difunden los medios. Se calibra minuciosamente el momento, el emisor, el mensaje, el medio y lo que está en juego en cada oportunidad.

Más aún, desde que una comisión internacional estudió el caso del asesinato del abogado guatemalteco Rodrigo Rosenberg, se agotó toda nuestra capacidad de asombro a propósito de los vericuetos, las tácticas y las estrategias que puede asumir una conspiración. Como se recordará, cuando el abogado fue asesinado, se difundió un video en que éste aparecía diciendo que si en ese momento se estaba viendo el video era porque ya había sido asesinado por Álvaro Colom, para ese momento presidente de Guatemala. Con semejante denuncia, la víctima delatando con antelación a su asesino, el pueblo se vuelca a la calle exigiendo justicia y la renuncia inmediata del Presidente.

Se nombra una comisión internacional con el respaldo de la ONU que inicia su investigación trabajando dos hipótesis: 1) El Presidente había mandado asesinar a Rodrigo Rosenberg. 2) Opositores a Álvaro Colom, bajo engaño, habían convencido al abogado Rosenberg de los planes de su asesinato por parte del gobierno, le habían persuadido de la conveniencia de la grabación del video y, una vez obtenido ésta, lo habían asesinado para culpar al gobierno.

Después de una exhaustiva investigación,  la comisión nombrada refuta ambas hipótesis y descubre una revelación totalmente inesperada e increíble: Víctima de una depresión severa por una situación de la cual responsabiliza erróneamente al gobierno, Rosenberg decide acusar al gobierno planificando y ordenando su propio asesinato. 

Es decir, la más insólita explicación, por irracional y estrambótica que parezca, puede ser la verdadera, como ocurrió en este caso.

Violencia delictiva, no política

La política –y quienes se dedican a ella- debe estar orientada no sólo por planteamientos claros y profundos sobre nuestra realidad social, económica y cultural sino también dirigida por sólidos principios éticos. Quienes ocupen los puestos de liderazgo debe ser gente honesta, honorable, pacífica, con apreciadas virtudes ciudadanas. Y esto es válido por igual para la oposición y el gobierno. De esta manera, la política sería la confrontación de ideas y de propuestas que giran en torno a la dinámica social, a sus ingentes problemas y a sus posibilidades de solución. Por lo menos en cuanto a nuestra realidad nacional. Las agresiones extranjeras es otra cosa: Las pautas las dictan ellos.

Pero lamentablemente se ha venido acentuando la irrupción de impresentables que no sólo vienen de la delincuencia sino que se mantienen ejerciendo sus actividades habituales a la par que hacen de dirigentes y hasta de representantes de las comunidades. E, indistintamente, utilizan la delincuencia para la política o, al revés. La prensa reseña dirigentes campesinos muertos por el sicariato contratado de ganaderos o de latifundistas o, sindicatos cuyos representantes se enfrentan a plomo limpio por la potestad de otorgar puestos de trabajo o contratos. La vinculación entre narcotráfico y política tampoco es inusual. Y, para nuestra desgracia, hasta el paramilitarismo asoma sus fauces.

Y es que el sector más radical de la derecha no tiene pruritos en aliarse con quien sea para salir del gobierno democráticamente elegido por el pueblo venezolano y, con semejantes acuerdos, disponer a su antojo de los recursos del país. Aliado, por cierto, que deja siempre una estela de países fantasmales, abismados de muerte, de destrucción, de miseria, de anarquía y de violencia. 

El gobernador del Estado Guárico, Ramón Rodríguez Chacín ha descrito la situación en una frase lapidaria: “ El que anda entre bandidos, se ve involucrado en pleitos entre bandidos”. Porque, aún concediendo laxamente la posibilidad de que los integrantes de la MUD no estén relacionados con las prácticas delictivas desveladas por el incidente de Altagracia de Orituco, lo cierto es que asociarse con delincuentes trae consigo estos desgraciados episodios.

¿Por qué allí?

Sin embargo, hay muchos puntos oscuros. Los hechos no quedan claros ni  aún admitiendo que la muerte de Luis Manuel Díaz es la ejecución derivada del enfrentamiento entre bandas rivales. Por ejemplo, ¿por qué un asesino decide dar muerte a su víctima en un espacio público concurrido, ante la presencia de muchos testigos; en lugar de buscar momento y ambiente más apropiados a ese fin? ¿Por qué ese asesinato estuvo precedido de denuncias de Lilian Tintori sobre inminentes atentados contra su vida, reseñados profusamente por la prensa internacional? ¿Cómo es eso de la avioneta siniestrada en tierra, sin lesionados, incendiada y sin frenos? ¿Realmente hubo un intento de impedir el vuelo desde Margarita? ¿Es que acaso no es habitual impedir o posponer un vuelo cuando no está programado para ese momento? ¿Por qué la precipitación de Ramos Allup, incluido el detalle preciso “desde un vehículo”, en un mitin, en donde se supone la presencia, por lo menos, de cientos de personas?

Parece la ejecución de una gran representación en que los papeles han sido cuidadosamente repartidos y los actores, sin saber la trama, se limitan a moverse sobre el escenario sin tener conciencia de lo que hacen ni su destino final, aun teniendo claro sus objetivos.