martes, septiembre 27, 2016

Insultos castigados


Por Rafael Hernández Bolívar

El insulto tiene consecuencias perniciosas para el debate político. No aclara ni define nada sobre las cuestiones que importan a los ciudadanos; esto es, los programas, las ideas y la acción concreta de las organizaciones y sus dirigentes sobre los problemas del país. Lo que consigue es desviar la atención y, sobre todo, sembrar resentimientos y odios personales que en lo adelante se reproducen  en una espiral de descalificaciones interminables. La pretensión de quienes se dedican al ejercicio de este comportamiento deleznable es ridiculizar, ofender y someter a los insultados al escarnio público.

Por definición, el insulto es una acusación infundada. Si se tiene las pruebas en la mano no lo es. Pero si esa condición no se da, el insulto es evidente. En razón de que los políticos están sometidos al escrutinio público, la gente cree que puede acusar impunemente de cuanto delito se le ocurra y con ello no sólo degrada el debate sino que lo banaliza y lo hace inútil. Los esfuerzos se dedican a inventar acusaciones ofensivas o en defenderse con las mismas armas, potenciadas por las heridas abiertas, en unos casos, o por la desvergüenza de los que asumen esa situación como una realidad compartida: todos somos iguales.

Por eso, tiendo a otorgarle puntos a favor al político que, víctima de un insulto, acude a las instancias competentes para desmentir la acusación antes que inventarse retrucos insultantes hacia sus agresores.

Dos ejemplos recientes me lo confirman. Diosdado Cabello en su demanda contra el periódico TalCual y Pablo Iglesias contra el periodista Alfonso Rojo. En el último caso, Iglesias demandó ante un tribunal por la acusación de “chorizo” y “mangante” que hizo el periodista contra su persona. Demostrada que la acusación era infundada, Alfonso Rojo fue condenado a pagar veinte mil euros de indemnización y a publicar en su periódico la resolución del tribunal y una disculpa pública.

Ojalá este tipo de condena disuada conductas tan dañinas y deje tiempo para discutir lo importante.

martes, septiembre 13, 2016

La marca


Por Rafael Hernández Bolívar

La política tiene su manera de nombrar los procesos y los sujetos que participan en ella. Cuando deliberadamente se asumen palabras nuevas o diferentes del universo habitual de desempeño no es que se renuncie a la política sino que se hace desde otra perspectiva y de acuerdo a intereses específicos.

Ocurre esto en la España de hoy. Las palabras utilizadas por muchas de las fuerzas políticas están asociadas al marketing y a la publicidad antes que a los programas y a las ideas habituales de la política. Así, para el presidente en funciones Mariano Rajoy, España ya no es esencia un territorio, instituciones y grupos humanos con cultura, tradiciones e historias específicas. No. Para él, España es en esencial una marca y se refiere a ella como la marca “España”, objeto de los esfuerzos de su partido y su gobierno. Es decir, de lo que se trata es de imponer una imagen publicitariamente atractiva a nivel internacional, sin importar mucho su correspondencia o no con la realidad.

Pero resulta curioso que el partido insurgente contra el status quo, quien cuestiona las ejecuciones y los resultados de este comportamiento político, sus dirigentes se refieran al partido, no como una organización de sectores sociales, programas y dirigentes sino también, véalo usted, como “marca” y hablan de sí mismos como la marca “Podemos”, de cuánto crece y se multiplica en el país.

Sin duda, que las fuerzas políticas pueden definirse como les venga en gana y mejor cuadre a sus intereses. Pero cuando se quiere transformar de verdad una realidad política no se puede asumir como propias la palabras y los gestos de quienes son precisamente los responsables y creadores de esa realidad. 

Para hacer una revolución se necesita mucho más que clichés: Se requiere concientización y compromiso. Y éste sólo puede surgir de la comprensión de los procesos, de la complejidad y la dureza de la lucha por el cambio. De lo contrario, al primer obstáculo se agotan el respaldo y la fuerza.