martes, junio 20, 2017

La conspiración de los inconscientes


Por Rafael Hernández Bolívar

En obscena alianza con intereses foráneos provocan muerte, lesiones personales, terror en los ciudadanos y destrucción o daños materiales en las calles o contra edificios y servicios públicos. Están conscientes de los objetivos políticos que persiguen: el derrocamiento del gobierno constitucional, escogido por la mayoría del pueblo en elecciones libres. En ese sentido, actúan con claro conocimiento de causa.

Sin embargo, esas mismas personas no están conscientes del daño presente y futuro que contra el país y, por tanto, contra sí mismos en tanto ciudadanos, se genera como consecuencia de sus actos, aún en el terrible e hipotético caso de que triunfe su felonía.

Logren el éxito o fracasen -hasta ahora sólo han obtenido derrotas- tendrán que responder por estos actos criminales ante las instituciones y los ciudadanos. Serán juzgados y recibirán la debida condena y el merecido castigo. Dominada la conspiración, los culpables deben ser castigados ejemplarmente para disuadir la repetición impune a que ha dado lugar los perdones irresponsables.

Pero, en la negada posibilidad de que logren su objetivo, ¿esperan que los venezolanos no se vuelquen sobre los “triunfadores” para juzgarlos por los muertos, por la destrucción del país, por la cesión de los recursos patrios a una potencia extrajera? ¿No les disuade la experiencia libia o siria, en donde los aliados de los invasores, en lugar de victoriosos, están envueltos en una vorágine de guerra y enfrentamientos permanentes, en países destruidos sin el prometido final feliz hollywoodense? ¿No les dice nada las acciones del Tribunal Internacional Ruandés en donde se ha juzgado a los ejecutores del genocidio del 94 no sólo por la incitación al odio y por las muertes sino también, en algunos casos, por haberlas permitido? ¿Saldrán impunes quienes instruyen y dotan de recursos a los adolescentes para que agredan y aterroricen a funcionarios y a ciudadanos? ¿Estarán libres de pena y censura quienes los bendicen y santifican sus armas?

martes, junio 06, 2017

Una muerte en la conciencia


Por Rafael Hernández Bolívar

Todos los venezolanos tenemos sobre nuestra atribulada conciencia las muertes que nos trajo la conspiración, la irracionalidad y la violencia.

Culpables de este terrible asesinato son los instigadores que sembraron mentira y odio. Culpables son los ejecutores -azuzados o por voluntad propia- que agredieron de manera inclemente los cuerpos desvalidos. Culpables los que fallaron en su responsabilidad de proteger la vida de humildes ciudadanos y culpables también los indiferentes, los impolutos, los que están por encima del bien y del mal, y cuya pulcritud llena de asco la historia.

De todas esas muertes, destaca por su aberrante crueldad y el terrible dolor a que fue sometido el cuerpo joven de Orlando Figuera. Este Cristo inocente de la Venezuela de estos días fue acorralado por la jauría, apedreado, insultado, golpeado por los pies de los infames, lacerada su piel por las llamas y los puñales, conducido a la desesperación y a la muerte. Recibió los golpes del odio que van dirigidos contra quienes nos atrevemos a soñar un mundo de igualdad, contra quienes creemos que esta tierra heredada de nuestros padres es nuestra y estamos convencidos de que son las grandes mayorías del pueblo quienes tiene el derecho a decidir su destino. Murió por nosotros, los pecadores, partícipes de ese sueño de justicia, de libertad y de democracia real.

Este es un crimen sin atenuantes y nadie tiene coartada que lo libre de culpas. En la segunda década del siglo XXI, una oposición forajida apela a la incitación al asesinato, a la brutalidad, al sadismo, a la crueldad sobre el más humilde de los ciudadanos. Drenan en él la frustración de sus fracasadas fechorías: golpes de Estado, paros empresariales, paro petrolero, sabotaje económico, guarimbas, conspiraciones internacionales de vergonzosas alianzas, etc. Una oposición que hoy habla con el silencio.

Un silencio que otorga, que se ilusiona porque cree que aterroriza y no se da cuenta de la indignación que provoca, que crece y que se hace incontenible.