martes, septiembre 24, 2013

“No son suicidios, son asesinatos”


Por: Rafael Hernández Bolívar

Esta acusación estaba escrita en la pancarta que encabezaba la manifestación de protesta que ciudadanos de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca realizaron por las calles de Madrid el lunes de la semana pasada. Era el grito de dolida indignación ante la última muerte provocada por una orden de desalojo: Amparo, una mujer de 45 años, ocupaba con su marido, tres hijos menores y dos nietos una humilde vivienda en un barrio de Madrid. Desesperada e impotente ante la incapacidad para pagar una deuda de 900 euros, se ha suicidado al recibir la orden de desalojo.

El caso de Amparo es el último de una cadena de desgracias generadas por la crisis económica que asola la Europa que ha decidido que las consecuencias del descalabro financiero la paguen los pobres. España ha aumentado la tasa de suicidios, el número de  niños abandonados y el porcentaje de personas sin empleo. Pero, es también el país en donde paradójicamente la crisis ha hecho más ricos al pequeño grupo de los grandes capitalistas.

El Estado defiende los intereses de la banca: Arrebata las propiedades hipotecadas a los quebrados e indefensos poseedores y la devuelven a los bancos. Lo que hace más indignante la situación de Amparo es que la entidad financiera que decidió el desalojo es una empresa municipal cuya función es la de favorecer la adquisición de vivienda a las personas menos favorecidas económicamente. Peor aún cuando los afectados denuncian que una vez iniciado el proceso, la empresa se niega a negociar y no admite dinero alguno ni alternativas de pago, ni aún en cifras pequeñas como en este caso, condenando al ocupante de la vivienda al desalojo y a la indefensión total.

Las organizaciones benéficas advierten del aumento en los últimos años de niños y bebés abandonados en Europa. Lideran en el 2011 Grecia con 1.200 niños (en el 2003 hubo 114) e Italia con 750 (dobló la cantidad con respecto al año anterior).


martes, septiembre 10, 2013

“El rancho en la cabeza”


Por: Rafael Hernández Bolívar

La clase media es ilusa. Se ha construido una imagen halagadora de sí misma con la que se siente feliz y se cree distanciada de los sectores populares gracias a virtudes que entiende como propias. Por ello se siente predestinada a beneficios y atenciones que estima merecidos. Quizás pueda ilustrar este convencimiento una conocida frase de un comercial televisivo: “¡Porque yo lo merezco!”

En mi caminata matutina, acompañado de una típica representante de esta clase, pasamos por la entrada de un barrio colindante a una urbanización del Este caraqueño. Un contenedor para basura desborda desperdicios a su alrededor. Mi acompañante arranca de discurso: “¿Qué les cuesta depositar la basura en su lugar? ¡Así no se puede progresar! ¡La gente lo que tiene es un rancho en la cabeza y no les importa vivir entre la basura!”. Le dejo hablar sin interrumpirla, organizando mi estrategia para desbancar expresiones tan hueras, mientras avanzamos hacia la urbanización.

Le riposto por sorpresa: “¡Sólo que el rancho lo tienen en la cabeza los gobernantes y no los habitantes del barrio!” Sorprendida por un instante, sin embargo, retorna a su argumento: “No, no, no... Es la gente la que no tiene remedio.”

Es sencillo, le digo. Aquí, en la urbanización un camión recoge la basura directamente a las puertas de edificio o de la casa. Los edificios tienen un conserje que saca la basura religiosamente el día y la hora que pasa el camión. Por si fuera poco, hay una cuadrilla que permanentemente barre las calles. Veamos, por otro lado, el barrio: La gente tiene que llevar la basura de su casa al contenedor, en algunos casos caminando 300 metros, no hay cuadrilla que barra las calles y, para colmo, le colocan un contenedor a todas luces insuficiente.

Si por una semana cambiáramos las condiciones, ¡tú me dirás quien es el que tiene el rancho en la cabeza!