sábado, junio 17, 2006

Abstención, la estrategia conspirativa


Por: Rafael Hernández Bolívar

Quienes en el actual proceso político venezolano estamos ubicados del lado de la Revolución, debemos evaluar con profundidad y combatir con decisión la estrategia abstencionista de sectores recalcitrantes y antidemocráticos de la oposición.

La estrategia opositora
Los opositores que no creen en el sistema democrático apuestan a la abstención como estrategia para la deslegitimación del gobierno bolivariano y la validación de formas de acción política antidemocrática. Pretenden convencer a sus partidarios de que no hay otras salidas distintas a la insurrección, al golpe de Estado, al terrorismo y al desconocimiento de las instituciones.
Algunos de ellos asumen estas posiciones de manera abierta y sin tapujos. Pero, otros, de forma sutil, adoptan un camuflaje democrático para hacer exigencias inaceptables, colocar obstáculos que desmotiven la participación y exageran deficiencias para atacar las instituciones electorales. Su jugada final es una retirada abrupta y desconcertante.
Evidentemente el pensamiento y las motivaciones que determinan esa conducta política tienen que ver con una concepción de la sociedad y de la democracia. Representan la visión de una sociedad excluyente, al servicio de los intereses de los sectores económicos explotadores y antinacionales que hoy reciben golpes contundentes de parte del proceso revolucionario. Pero también reflejan una concepción maniquea y acomodaticia de la democracia: La democracia sólo sirve si la podemos usar para nuestros intereses. Si somos mayoría será nuestra bandera; pero, como ocurre hoy en Venezuela, no tenemos espacio ni apoyo, conspiramos contra ella.

Miopía revolucionaria
Pero resulta insólita la miopía con que algunos sectores revolucionarios asumen el panorama abstencionista. Razonan en función de lo inmediato, minimizando el hecho de que eventualmente se pueda acudir sin contrincantes a la contienda electoral y que se abstenga de votar una gran cantidad de compatriotas. Piensan que al fin y al cabo, se ganaría con facilidad y la reelección del Presidente Chávez resultaría inobjetable desde el punto de vista legal e institucional.
Olvidan, no obstante, la importancia de que las elecciones reflejen las posiciones políticas de nuestra sociedad y de que efectivamente se expresen los diferentes intereses clasistas que conforman al país. Mientras no sean resueltas las contradicciones de clase, sus manifestaciones políticas concretas expresarán los intereses y las perspectivas de los componentes de nuestra sociedad. La conformación de un nuevo bloque histórico se hará a través de una serie de discusiones, enfrentamientos y alianzas de sectores que no se pueden desconocer ni minimizar.
Una hegemonía absoluta y desconocedora de una realidad compleja es totalitarismo (no hay oposición, no hay disidencia, etc.). ¿Para qué queremos una sociedad así? Precisamente una de los rasgos más característicos de la Revolución Bolivariana es que sus grandes conquistas y avances se han dado en abierta y transparente confrontación democrática y tal característica hay que conservarla y acentuarla porque el socialismo es democracia radical (protagónica de verdad, tolerante, con la realidad cotidiana de un sentimiento libertario).

Abstención versus participación
Las libertades democráticas y el derecho al voto son conquistas que están inscritas en la gran tradición de lucha del pueblo venezolano. Grandes y sangrientas batallas han precedido ese derecho. Esto tiene un valor político y una gran significación histórica. No es una dádiva ni un adorno simpático del cual podamos prescindir sin mayores consecuencias. Está profundamente arraigado en el desenvolvimiento de todos los días y los venezolanos hemos aprendido a resolver nuestros conflictos por vía de las elecciones. No en balde ha sido durante este período donde se ha dado el mayor número de elecciones con respecto a cualquier otro período de nuestra historia.
La responsabilidad de si la oposición participa o no lo hace, no es sólo de ellos. Hay que garantizar condiciones transparentes, institucionales y políticas que hagan posible esa participación. Pero también debemos estimularla y propiciar el debate sano y respetuoso. Nos interesa que haya una oposición que refleje las opiniones y perspectivas de quienes no están de acuerdo con el proceso. Obviamente, queremos y apostamos por una oposición responsable, con sentimiento de patria y que, además, crea sinceramente en el juego democrático.
En la medida que tales sectores se fortalezcan, se fortalecerá también nuestra Revolución y saldrá ganando la sociedad venezolana, vista como un todo. Cuando mínimo por esta vía se logra aislar a los golpistas y facinerosos, quitarles espacios y condenarlos a la repulsa general. Más aún, ganaremos influencia entre los sectores genuinamente democráticos.
Este debate es impostergable. Es para hoy. No es para diez años. La historia no espera tanto. Y menos la nuestra, atravesada por cambios acelerados y vertiginosos. Están equivocados quienes conciben que la Revolución deba pasar por un radicalismo excluyente en una primera etapa y una amplitud y una flexibilidad más adelante, cuando esté consolidada. No. La manera como hacemos nuestra Revolución prefigura la sociedad que tendremos mañana y la participación y la democracia debemos consolidarla hoy.

Usos irracionales del automóvil


Por: Rafael Hernández Bolívar

Ya resulta molesto estar en una cola de automóviles, atascado en una avenida o una autopista, y ver alrededor que la inmensa mayoría de esos vehículos son ocupados por un sólo pasajero. Si por un momento fuese posible meter en esos vehículos tantos pasajeros como lo indica su capacidad, la cola desaparecería en el acto. No obstante, al fin y al cabo, cada una de esas personas entiende que necesita trasladarse de un sitio a otro y, en consecuencia, el vehículo que ocupa tiene una clara función de trasporte.
Pero a este uso ineficiente del automóvil –por decir lo menos-, hay que agregarle la función que últimamente le han asignado las agencias de publicidad: Promover determinados productos, poniendo a circular flotas de vehículos acondicionados para tal fin; esto es, camiones dotados de vallas gigantes, exhibiciones de muebles, formas agigantadas de un producto y hasta motos acondicionadas para llevar letreros y pancartas, a riesgo por cierto, de transeúntes y de los propios conductores. Como remate, para producir un efecto novedoso y captar la atención de la gente, circulan en grupos durante el día y gran parte de la noche.
Salen a congestionar el tráfico, a consumir gasolina en paseos interminables por calles y avenidas de la ciudad, a destrozarles los nervios y la tranquilidad de trabajadores obligados a una labor estúpida. Cualquier chofer sometido al estrés del tráfico le queda, al fin y al cabo, la satisfacción de cumplir un trabajo útil desde el punto de vista social: Lleva mercancías, materiales para la construcción de una vivienda o un hospital, traslada personas para que realicen trabajos o a niños para que acudan a un colegio o enfermos a ser atendidos por médicos, etc. Pero, en este caso, ¿qué satisfacción puede sentir un chofer de estos vehículos, sintiendo que ocupa espacios necesarios para trabajos más productivos, consumiendo un producto no renovable, contribuyendo a hacer más pesado el tráfico?
El capitalismo no tiene miramientos; es irracional e inhumano. La publicidad en su afán de vender se lleva por delante lo que sea: valores, tranquilidad y hasta la salud mental de la gente.

sábado, junio 03, 2006

Ideas reaccionarias no hacen revolución


Por: Rafael Hernández Bolívar

Rigoberto Lanz publicó un denso artículo intitulado “El peso de las ideas”. Estructurado con claro sentido didáctico, tiene la virtud de apuntar asuntos vitales de nuestra revolución.
Sin ideas revolucionarias no puede haber revolución. O dicho con mayor precisión en palabras de Lenin: “Sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria”.
Viene esto a reivindicar la importancia de la lucha ideológica. “Las ideas comandan la vida de la gente (sabiéndolo o sin saberlo). Las ideas están detrás de cuanto se hace o deja de hacerse”, ha dicho Lanz y con esto ha puesto el dedo en la llaga de la corrupción y de la ineficiencia, entre otros asuntos. ¿Cómo explicar la incapacidad del gobierno bolivariano –o, por lo menos, su desesperante lentitud- para resolver grandes problemas del país? ¡Las ideas que orientan a los funcionarios en su acción de gobierno son las mismas ideas atrasadas que prevalecieron en la Cuarta República! Derrotadas a nivel político, subsisten, sin embargo, como diría Gramsci, en el pensamiento y la acción de la gente.
Puede objetarse que esto no parece válido en la medida que son esos mismos funcionarios quienes se expresan en términos radicales y permanentemente mantienen en su boca la palabra Revolución. Pero la psicología aporta una explicación clave: Lo que expresa la gente no es necesariamente lo que piensa. La palabra es un recurso táctico. Puede decir una cosa y hacer lo contrario. Lo que si es verdad es que siempre procura actuar como piensa. En general, lo que hace responde a sus reales intereses que no siempre coinciden con el discurso.
Así, a manera de ejemplo, el funcionario que hace triquiñuelas para hacerse de dinero a costillas del Estado, más allá del delito, ¿no nos está revelando que no cree en el socialismo y que se ve a si mismo dentro de 10 o 20 años en una Venezuela capitalista, disfrutando del dinero que hoy se roba?
También la lucha ideológica supone descubrir en las conductas cotidianas de la gente las ideas de atraso que conspiran contra la Revolución.