miércoles, diciembre 18, 2013

Las muertes del hambre


Por: Rafael Hernández Bolívar

En Sevilla, España, acaban de morir por intoxicación alimentaria tres miembros de una familia y un cuarto miembro permanece hospitalizado por la misma razón. Murieron el padre, la madre y una hija de catorce años. Quien sobrevive es otra hija de trece años.

Esta calamidad, en cualquier circunstancia es un hecho doloroso y lamentable. Pero, en este caso, la desolación es mucho mayor cuando se constata que esta familia se alimentaba regularmente de comida caducada; es decir, de desechos. La ausencia total de recursos no dejaba otra opción que rastrear en los basureros los productos que desechaban los supermercados --porque se habían vencido en los anaqueles y no habían sido comprados por nadie--, o en las sobras que los restaurantes regalan a los indigentes. La familia sobrevivía recogiendo cartones.

Hace apenas dos meses, en el Hospital Virgen del Rocío, Andalucía, había muerto por desnutrición un joven polaco de 23 años, con apenas 30 kilos de peso. Había pasado sus horas de agonía en un sillón de la sala de emergencias, esperando ser atendido. La reseña de su muerte fue titulada por la prensa como “la primera muerte por hambre en España”. Cáritas Española afirma que tres millones de personas viven con menos de 307 euros mensuales y que esta cifra es el doble de lo que era cuando estalló la crisis en 2008. Una campaña contra el hambre identificada como Ayuda en Acción enfatiza que en España viven dos millones de niños bajo el umbral de pobreza.

Pero más allá de las estadísticas, el dolor y el desamparo se hacen inmensos entre los más pobres. En una sociedad estructurada para reproducir el capital y salvaguardar los intereses de los poderosos, los débiles son excluidos y apartados como efectos colaterales de sus estrategias y planes. En fin, desechos de la sociedad de la opulencia y del consumo. Hambre y exclusión de seres humanos concretos que deambulan sin rumbo y sin esperanzas por las calles de las grandes ciudades del capitalismo en crisis.


sábado, noviembre 23, 2013

El cacúmetro de Petkoff


Por: Rafael Hernández Bolívar

El lunes de la semana pasada, en el editorial de TalCual de ese día, Teodoro Petkoff se defiende de quienes le acusan de haber desempeñado un tristísimo papel en la liquidación de las prestaciones sociales de los trabajadores en 1997. Ha salido al ruedo con aires retadores. “Escribiré en primera persona porque me atañe”, ha dicho. Y de seguidas expone, básicamente, tres cosas: 1) La acusación de que ha robado las prestaciones de los trabajadores es una infamia, 2) el método utilizado por él ha sido tan bueno que lo conservan los chavistas y 3) quien tenga una opinión distinta a la que él sostiene, es un imbécil y lo es porque le falta cacumen.

Para orquestar su defensa recurre a dos maniobras tácticas de distracción y a un argumento chueco: Por una parte, desviar la atención y descalificar a los acusadores y, por otra, validar su lamentable actuación argumentando de que si hubiese sido malo su “método” aquí habría habido un caracazo elevado al cubo.

Un Robin Hood al revés
¿Robar para sí? ¡No! ¡Robar para otros!
Dice Petkoff que a él que lo registren; pues, no ha robado nada. Y sobre tal punto hace un largo relato. El problema es que a él no se le acusa de haber tomado las prestaciones sociales de los trabajadores, metérselas en el bolsillo y llevárselas para su casa. De ser así, el caso tendría una fácil solución: Se le procesa judicialmente y se recupera el dinero. Pero ocurre que se le acusa de algo mucho más grave: Se le acusa de haber realizado, en su condición de ministro, una especie de robo por encargo; esto es, se le acusa de, favoreciendo a los empresarios, haber liquidado a precio de gallina flaca las  prestaciones de los trabajadores.
Vale decir, las prestaciones no se calcularon con el “método Petkoff” sino como estaba previsto en la Ley Orgánica del Trabajo de la época y que se conservó en la Ley del 2012. Esto es, se calculan tantos días de salario por año trabajado. Entonces, ¿qué cambió? La liquidación: En lugar del régimen retroactivo, a partir de ese momento las prestaciones en lugar de acumularse se liquidan el mismo año. ¿Esto beneficia o perjudica a los trabajadores? Hay criterios diversos: Unos sostienen que en el régimen retroactivo el trabajador tenía una reserva que le permitía al momento de su retiro disponer de una masa de dinero para inversión o simple garantía de una reserva para sus años de jubilación. Otros dicen que el trabajador puede disponer de sus prestaciones al momento y hacer de esta manera inversiones rentables ahora y no en el momento de su retiro que ya no le serían útiles o que estarían fuera de su alcance. Más aún, los de más allá, sostienen que con el nuevo régimen no hay manera de protegerse contra la inflación ni hay sistema bancario que garantice el ahorro. Etcétera.

Pero, en realidad, esa es otra discusión. Lo clave de la acusación a Petkoff es que al momento de cambiar de régimen de liquidación se recurre a una comisión tripartita para negociar la liquidación que correspondía a los trabajadores en 1997. Y es precisamente allí donde se produce el desfalco a los trabajadores; pues, cuando debían cobrar lo que les correspondía y los empresarios pagar sin chistar y sin regateos lo que debían, se recurre, gracias a esta tripartita y a la intermediación de  Petkoff, a la negociación. Esto es, lo que paladinamente confiesa Petkoff: a “un juego de ganar-ganar”. ¿Puede haber una confesión más descarada de esta conducta culpable? ¿Por qué los empresarios tenían que ganar algo con la liquidación de las prestaciones de los trabajadores? Lo que tenían que hacer era simplemente pagar. Si alguna cosa podían aspirar era a la satisfacción moral de haber pagado sus deudas y a dormir sin el remordimiento de deberle a quienes le habían dado su trabajo para enriquecerse y tanto necesitan para vivir. Pero no al regateo en los tiempos, (“ahora no puedo pagarte. Te pagaré después”) o en los montos (“Cómo ahora no tengo el dinero que te debo, hagamos una cosa: Te doy el 60% del total de una sola vez, hacemos borrón y cuenta nueva y, conservando tu puesto de trabajo, comenzamos con el régimen de liquidación anual de ahora en adelante”).

Y Petkoff, como funcionario público, no podía estar en el ánimo de oyente comprensivo y menos asumiendo como propias las justificaciones de los empresario, su perspectiva y sus intereses: No podemos descapitalizar a las empresas con el pago de prestaciones, no hay dinero para pagarlas y habría que vender propiedades, etc. Olvidando que las prestaciones de los trabajadores estaban en los automóviles, las casas extras, las nuevas inversiones de los empresarios y que si se trataba de asumir el nuevo régimen lo que tenían que hacer era pagar y nada más.

Quizás, no se ha acertado en definir con precisión la conducta de Petkoff y el término más pertinente sea el de prevaricación. Pero, ¿no es mucho pedir poner reparos lingüísticos a quienes con toda justificación lo que están es molestos por el desfalco y la impotencia? Creo yo que más bien han estado excesivamente decentes; pues, con sobrado derecho, pudieron haber usado palabras más gruesas.

El medidor de cacumen

Cuando una discusión se le enreda, Petkoff acude indefectiblemente a un instrumento personalísimo para medir el cacumen de sus oponentes: Su propia inteligencia. Considerando que la suya es paradigma, cual “longitud de onda en el vacío de la radiación naranja del átomo del criptón”, comienza a clasificar y, sobre todo, a calificar a sus oponentes. Así, resultarán más o menos inteligentes de acuerdo a como se acerquen o alejen de su inteligencia paradigmática que, en el fondo, no es más que asuman sus criterios y sus razonamientos. Aunque la psicología, la ciencia que se encarga del asunto, tenga en cuarentena este concepto y procure enmarcar su validez en términos relativos, Petkoff lo usa sobradamente y se lo encasqueta a cualquier opositor de sus ideas. Agreguemos que algunos psicólogos sostienen que no hay una sola inteligencia sino que también hablan de inteligencia social, inteligencia corporal, inteligencia emocional, etc. Más aún, llegan hasta decir que en realidad la importante es la inteligencia emocional porque es quien estructura todo lo demás y hace que todo funcione. ¿Qué tal? O, como en el caso de José Antonio Mariña, hace apenas unos días, que sostiene: «La gran inteligencia es la inteligencia práctica, no la inteligencia teórica».

Pero, ahí no termina el asunto. Hay quienes prefieren evaluar la inteligencia por los resultados o por el desempeño. Así, si una persona decide hacerse mecánico y sus estudios y dedicación lo convierten al cabo de un tiempo en un técnico capaz de resolver cualquier problema mecánico que se ponga por delante y poner a funcionar la máquina que se había desechado por inservible; entonces, concluimos, con acierto, que esa persona es inteligente. Y de esta manera, en relación a cualquier actividad humana desarrollada con propiedad.

Si tal criterio lo usáramos con Petkoff y con alguno de los descalificados de su misma dedicación (la política); verbigracia, el presidente Maduro; nos conseguiríamos que la inteligencia de Petkoff saldría con las tablas en la cabeza. Porque la máxima jerarquía política a la que llegó, después de recibir una formación universitaria, de unas cuantas décadas de esfuerzos infructuosos, de derrotas como candidato a alcalde y a presidente de la república y no pocas claudicaciones ideológicas, fue la de Ministro de Cordiplan. Mientras que Nicolás Maduro, en mucho menos tiempo, conservando firmemente sus convicciones revolucionarias y sin cambios principistas ni camuflajes, ascendió de dirigente estudiantil liceista, sindicalista del Metro, constituyentista, diputado, Presidente de la Asamblea Nacional, Canciller de la República por siete años, hasta Presidente de la República electo en comicios participativos, trasparentes y democráticos. Cualquiera, de adoptar en serio esta perspectiva, concluiría que este medidor de cacumen es más confiable, menos subjetivo y, medido Petkoff con estos parámetros, necesario es concluir que este personaje tiene poco cacumen.

El argumento chueco y chusco

Si un día al llegar a mi casa me doy cuenta que amigos de lo ajeno han violado el sagrado recinto del hogar y cargado con mi televisor y otras cosas de valor no voy a contarles a mis vecinos todo el cuento del asunto. Me limito a decirle “me robaron la casa” sin que con ello quiera decir que los delincuentes la han sacado de sus bases y cargaron con ella. Resume gráficamente el desamparo y la impotencia ante un hecho consumado. De igual manera, cuando digo “robaron las prestaciones sociales de los trabajadores” expreso el mismo desamparo e impotencia. No que se llevaron absolutamente hasta el último centavo de las prestaciones.

miércoles, noviembre 20, 2013

El otro Ernesto


Por: Rafael Hernández Bolívar
Quizás Ernesto Villegas deba su nombre a Ernesto Che Guevara. Dos elementos sugieren esa posibilidad: La ubicación de su familia en el campo de la lucha social y el año de su nacimiento, 1970, cercano temporalmente a la muerte del Che. De esta manera, su nombre deviene en homenaje personal de sus padres al paradigma moral, corajudo y solidario que representa el guerrillero heroico para todos los luchadores por un mundo más justo y más humano.

Quienes se identifican con el signo zodiacal que les tocó en suerte, tienden a desarrollar los sentimientos, las actitudes y las conductas correspondientes al signo –no porque los empuje a ello ninguna fuerza cósmica sino porque tales características le resultan dignas de su esfuerzo y trabajan para adquirirlas-. Igual, siento yo, que de manera consciente o inconsciente, Ernesto Villegas ha desarrollado un compromiso y una conducta que recuerdan al Che: Solidaridad y clara ubicación con los explotados y oprimidos, compromiso en la acción, honestidad, transparencia y coraje en la lucha sin cuartel contra los enemigos de los pueblos en donde quiera que estén.

Tal reflexión surge no ahora a propósito de la actual lucha electoral. Estas ideas me las despertaron los acontecimientos de abril de 2002. En pleno golpe de Estado, -incluido Carmona en Miraflores-, en la mañana del 12 de abril veo, para mi sorpresa, en la Avenida Urdaneta a Ernesto Villegas, solitario, caminando y respondiendo saludos de quienes le reconocían, con la tensión en el rostro propia del momento; pero, la mirada firme, valiente, sin miedo, repudiando la felonía. Pensé, en ese momento, “estos son los héroes civiles que necesitamos, los que no abandonan su puesto de combate y salen a la calle a decir su verdad, con coraje, asumiendo el riesgo de sus ideas”.

Once años transcurridos desde ese día se han encargado de demostrar una solidez de roca en los principios con que ha cumplido sus responsabilidades: Honestidad, transparencia y una inamovible identidad con los necesitados. Más aún, ha sumado otras: capacidad para organizar, para dirigir y para escuchar y recoger lo que siente y dice el pueblo.


Tendremos un Alcalde Mayor excepcional, de los nuestros.

jueves, noviembre 07, 2013

La felicidad ja, ja o Milagros Socorro no se ríe

Por: Rafael Hernández Bolívar

La rabia

Me cuento entre quienes, de entrada, no se sintieron satisfechos con el anuncio del Presidente Maduro de crear un Vice-Ministerio para la Suprema Felicidad que atendiera las diferentes misiones desarrolladas por el gobierno nacional. Básicamente porque creo que todo el andamiaje del Estado debe estar dedicado a crear las bases materiales, culturales y espirituales de la felicidad y que crear una estructura con este nombre para atender asuntos delimitados –aunque importantes- era como restringir su significado. Sin embargo, ya no pienso igual.

Quien, al igual que yo, abrigase alguna duda sobre la conveniencia o no de un Vice-Ministerio para la Suprema Felicidad, hoy debe estar firmemente convencido de la necesidad urgente, perentoria e impostergable que tenemos los venezolanos de una acción de gobierno dirigida específicamente a traer, sino la felicidad, por lo menos el sosiego a numerosas almas atormentadas e infelices. ¿Qué milagro ha venido en nuestro socorro a disipar la incertidumbre? Pues, precisamente un artículo firmado por Milagros Socorro, dirigido a combatir la iniciativa del gobierno, publicado el domingo pasado en EL Nacional e intitulado “El verdadero error supremo”.

Y es que la profunda amargura de hiel y bilis que exuda este artículo, las descalificaciones e insultos que reparte generosamente, el dejo de superioridad y clarividencia que exhibe y el resentimiento denso, viscoso y enervante puesto al descubierto, nos han convencido del terrible sufrimiento que padecen algunas personas que, como la periodista de marras, no soportan ni la felicidad ni la risa. No porque no les importen sino porque están incapacitados emocionalmente para disfrutarlas.

A la mención de la felicidad como objeto especial de acción de gobierno,  la oposición venezolana ha respondido con un atolondramiento escandalizado. “¿Qué cursilería es esa?... ¡Hasta en Europa se ríen de nosotros!”, se apresuran a decir y, de seguidas, repiten las sandeces que reaccionarios de aquellas latitudes emiten con la aviesa intención de ridiculizar al gobierno bolivariano. “La felicidad es un concepto abstracto y en tanto tal no puede ser objeto de acción de gobierno alguna”; “difiere de una persona a otra  y no hay manera de uniformarla”, “es tan personal y varía con los años que es un asunto que debe resolver cada quien a su manera y en su momento“, “la felicidad no existe, sólo hay momentos felices”, etc., reproducen para combatir la iniciativa gubernamental. Cerremos esta parte con esta frase que ilustra el descalabro: “más que ser feliz, la gente lo que necesita es comida y seguridad” como que si comer, educarse, estar seguro, tener vivienda, buena salud, etc., no tuviese nada que ver con crear condiciones materiales para ser feliz.

Alineada en esa posición, Milagros Socorro, cuyo proverbial antichavismo -recalcitrante y furioso- le hace perder la mínima compostura  racional que uno esperaría de una profesional del periodismo. Manifiesta que la iniciativa del Presidente Maduro le ha permitido a ella sentirse superior y ver desde la cima de sus altísimos pensamientos a los ignorantes e incapaces gobernantes que han decidido semejante “dislate”. Y a continuación sus palabras vomitan una rabia miserable. A tal punto que he tomado nota de esas palabras para tenerlas a mano, por si alguna vez necesito insultar a alguien: Sorna, indignación, mamotreto burocrático, retórica estúpida, anciano mundo que mueve a risa, cocina de grandes guisos, sumidero, mampara, régimen de la mentira y la opacidad, todo el mundo se siente hoy menos idiota y menos cursi que Maduro, promesa absurda, mirar por encima del hombro, desastre, desigualdad, dislate, “costurero de Kim Il-sun”, concepción disparatada, etc. y, en apoteosis final, en un párrafo breve y solitario para incrementar el dramatismo, nos confiesa una incapacidad básica: No puede reír. “Si me quedara algún ánimo libre de angustia, me reiría de todo eso”, nos dice.

Ante tal confesión, paciente lector, ¿qué venezolano solidario, dotado de un corazón mínimamente sensible, no da su apoyo inmediato e irrestricto para que el gobierno cree, no digamos ya un vice-ministerio de la felicidad, sino hasta una Misión completa que se ocupe de personas como Socorro para ayudarlas a recuperar la capacidad de reír y salgan de tanta amargura y tanto tormento? ¿Quién no daría su voto para que, junto a la creación de las bases materiales de la felicidad, se estimule un abrazo cálido, una suave y oportuna caricia o una palabra de aliento y solidaridad que estimule sonrisas y puedan reconciliarles con la alegría de vivir? Conmigo cuenten para eso. Me esforzaría en aportar todo cuanto pueda mi limitado talento.

Sin embargo, hay dos cosas adicionales que también llaman la atención en el artículo de Socorro: El dejo de superioridad de quien va a la universidad y por esa circunstancia se cree libre de caer en distracciones banales y estúpidas y, la segunda, la defensa del capitalismo con argumentos que bien podríamos asociar al “síndrome” de la felicidad paradójica que con tanta profundidad ha estudiado Gilles Lipovetsky.

La prepotencia

Pero he aquí que estas poses de superioridad recuerdan al literato que se escandaliza porque un físico desconoce quién es el autor del Don Quijote; pero, sin rubor alguno, el ducho en literatura admite al mismo tiempo –y hasta con un punto de orgullo- que no tiene ni idea sobre qué es lo que significa esa fórmula extraña de v= e/t. Y, para colmo, recurre a la culta Europa en busca de apoyo a su desatino.

Sobrada razón le asistía a Stéphane Hessel en el 2010 para indignarse ante los dirigentes europeos que burlan valores creados a fuerza de grandes sacrificios. Le bastaba un ejemplo: El mar de sangre derramada en las últimas guerras y el usufructo descarado y obsceno del botín que rapiñaron a los pueblos los grandes capitales. Hoy, en Europa, los supuestos representantes del pueblo no son más que empleados de los grandes capitalistas y dirigen sus gobiernos para favorecer los intereses crematísticos y estratégicos de esa clase.

La conquista de la felicidad como objetivo político ha tenido una arraigada tradición en la filosofía y política europeas. El utilitarismo, con Jeremiah Bentham a la cabeza, se planteó como principio fundamental de esta corriente de pensamiento “la máxima felicidad posible para el mayor número posible de personas”. De donde, a su vez, se inspira nuestro Simón Bolívar para pensar que ”el sistema de gobierno más perfecto es aquél que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política”.

Las grandes luchas del proletariado inglés en el siglo XIX, con mayor intensidad entre 1838 y 1848, estuvieron inspiradas por la consigna del movimiento cartista: “La lucha política es el medio; la felicidad de todos, nuestro objetivo”. Consigna no surgida por capricho de nadie sino porque sintetizaba la rebelión de la clase obrera ante la explotación, las miserias y las condiciones infrahumanas generadas por el desarrollo de la Revolución Industrial en Inglaterra. Desgracias que sólo fueron un pequeño adelanto de lo que nos trajo después el capitalismo en todo el mundo.

Más recientemente, en el siglo XX, Bertrand Russell sostenía que la felicidad consiste en asumir intereses cada vez menos egoístas y más sociales, que abarquen el bienestar de tanta gente como sea posible. Tres pasiones simples: La necesidad de amor, la sed de conocimiento y una profunda solidaridad con los que sufren.

Pero para Milagros Socorro, para la reacción, Bentham, Bolívar, los obreros cartistas, Russell, Hessel y Maduro son ridículos. Ella sólo quiere convertir el lema de la Revolución Francesa “Libertad, Igualdad y Fraternidad” en “Libertad de mercado, Ventaja competitiva y Guerra despiadada contra los competidores”.

La felicidad paradójica

Y esto es precisamente lo que trae a esta discusión la tesis de la felicidad paradójica de Lipovetsky. Porque Socorro le atribuye al afán de este gobierno por la construcción del socialismo la causa de su infelicidad. Nos dice: No se puede ser feliz sin libertad de mercado, sin la posibilidad de consumir lo que nos de la real gana, sin estimular a emprendedores para que produzcan deslumbrantes baratijas que, si bien no satisfacen ninguna necesidad vital, masajean nuestro ego y nos hacen vivir la ilusión de un mundo feliz y privilegiado.

Pero, como se desprendería de la aplicación de los conceptos de nuestro filósofo, esa infelicidad la genera no este gobierno sino el capitalismo. El hiperconsumismo que nos ha convencido que la infelicidad se sacia con el consumo y por eso las empresas crean nuevas necesidades cada día para que el esfuerzo por satisfacerlas nos haga “felices”. El capitalismo que prescinde de la necesidad de trabajar sobre sí mismo, de trabajar la propia persona y su relación con los otros para ser feliz porque un buen artificio, un buen regalo, o la última novedad electrónica compensa la sensación de vacío. Más aún, si todo falla, nos ofrece pastillas para la felicidad. “Pero estos placeres privados descubren una felicidad herida: jamás el individuo contemporáneo ha alcanzado tal grado de desamparo”.


Capitalismo que exhibe en su vidriera todo lo que supuestamente nos haría felices; pero, al mismo tiempo, se las ingenia para que una clase social se apropie de todo y la gran masa de desposeídos contemple el festín y aplaque su sed de justicia con la promesa ilusoria de que algún día podrá estar del otro lado de la vidriera.

miércoles, noviembre 06, 2013

La ridiculez europea y la comparsa criolla


Por: Rafael Hernández Bolívar

A la mención de la felicidad como objeto especial de acción de gobierno,  la oposición venezolana ha respondido con un atolondramiento escandalizado. “¿Qué cursilería es esa?... ¡Hasta en Europa se ríen de nosotros!”, se apresuran a decir y, de seguidas, repiten las sandeces que reaccionarios de aquellas latitudes emiten con la aviesa intención de ridiculizar al gobierno bolivariano.

Sobrada razón le asistía a Stéphane Hessel en el 2010 para indignarse ante los dirigentes europeos que burlan valores creados a fuerza de grandes sacrificios. Le bastaba un ejemplo: El mar de sangre derramada en las últimas guerras y el usufructo descarado y obsceno del botín que rapiñaron los grandes capitales. Los representantes del pueblo hoy no son más que empleados de los grandes capitalistas y dirigen sus gobiernos para favorecer los intereses crematísticos y estratégicos de esa clase.

La conquista de la felicidad como objetivo político ha tenido una arraigada tradición en la filosofía y la política europeas. Jeremiah Bentham planteó como principio fundamental “la máxima felicidad posible para el mayor número posible de personas”. De donde, a su vez, se inspira nuestro Simón Bolívar para pensar que ”el sistema de gobierno más perfecto es aquél que produce mayor suma de felicidad...”. El proletariado inglés en el siglo XIX afianzó sus luchas en la consigna del movimiento cartista: “La lucha política es el medio; la felicidad de todos, nuestro objetivo”. Más recientemente, Bertrand Russell sostenía que la felicidad consiste en asumir intereses cada vez menos egoístas y más sociales, que abarquen el bienestar de tanta gente como sea posible.


Pero para la reacción, Bentham, Bolívar, los obreros cartistas, Russell, Hessel y Maduro son unos ridículos. Ella sólo quiere convertir el lema de la Revolución Francesa “Libertad, Igualdad y Fraternidad” en “Libertad de mercado, Ventaja competitiva y Guerra despiadada contra los competidores”.

miércoles, octubre 23, 2013

Las delicias del transporte colectivo


Por: Rafael Hernández Bolívar
Durante diez años viví y trabajé cerca de estaciones del Metro de Caracas. Esta circunstancia me permitió disfrutar dos lustros de un servicio de transporte cómodo, puntual, rápido, seguro e higiénico. Para aumentar mi sensación de bienestar, mi ruta cotidiana era contraria a la dirección que seguía la mayoría de la gente: En la mañana iba en dirección oeste, mientras casi todo el mundo iba al centro y el este. Por la tarde, era al revés. Esto significa que siempre encontraba un puesto donde sentarme y leer plácidamente. Es más, muchas veces hasta me di el lujazo de ir a almorzar con mi familia.
Pero he aquí que para mi desgracia -no sólo por el transporte; pero, esa es otra historia-, tuve que mudarme a una urbanización del este y, aquella experiencia humana, grata y enriquecedora que me brindaban los viajes en el Metro, se hizo añicos.
Hoy estoy enterrado en el asiento de un automóvil (vacíos los otros cuatro asientos), aferrado a un volante, viendo transcurrir el tiempo miserablemente en colas interminables, angustiado por los retrasos y sintiendo a mi alrededor la desolación, la impotencia y la sensación de inutilidad que expresan los rostros adustos de cientos de choferes, igualmente solitarios en sus cascarones de hierro.
¿Dónde está la racionalidad del uso del automóvil en las grandes ciudades? ¿Y el combustible, el calor, el ruido y la contaminación que envenena nuestros pulmones? Si cada uno de estos carros estuviese con sus cinco puestos ocupados, el volumen de vehículos se reduciría en más del 50% y el tráfico sería una maravilla. ¿Si en su lugar son más bien autobuses? ¿O el Metro? Ya eso sería el paraíso.
Es verdad que no se hicieron las inversiones a tiempo y hoy resulta un escándalo el costo de una nueva avenida o autopista. También lo es que este gobierno busca aliviaderos a través de grandes inversiones en vialidad y transporte colectivo.

Pero, mientras tanto, ¿cómo nos libramos de esta maldición de tráfico?

miércoles, octubre 02, 2013

De estúpidos a locos


Por: Rafael Hernández Bolívar

Quien lo dice es el Premio Nobel de Economía 2008, el célebre economista Paul Krugman: El Partido Republicano de los Estados Unidos ha pasado de ser un partido de estúpidos a ser un partido de locos. Y no es que, por contraste, los llamados demócratas sean más aventajados. En lo que a los latinoamericanos nos atañe, el comportamiento imperialista está repartido en proporciones iguales en ambos partidos y quizás pueda cambiar ligeramente cómo materializan esa política imperialista, cómo despliegan sus armas de destrucción y cómo implementan su propaganda de guerra.

Krugman se refiere a otra cosa: Al empeño republicano de quebrar al gobierno demócrata mediante la suspensión de pagos,  incluso en programas previamente aprobados por el Congreso, así como a la pretensión de obtener por chantaje una modificación sino la total congelación de las tímidas reformas al sistema de salud norteamericano que impulsa Obama. Y todo ello porque, fieles a los intereses del gran capital, no están dispuestos a cederle “ni un tantico así”,  como diría el Ché, a los trabajadores y los sectores desposeídos de la sociedad gringa.

La crisis económica ha hecho más ricos a los ricos y más pobres a los pobres y en el interín acentuó la proletarización de la clase media. Desde la óptica capitalista, Krugman ha insistido inútilmente en que se incremente la creación de empleo; pues, si la gente no tiene ingresos no hay manera de comprar televisores, neveras, vehículos y cuanto artilugio crea la sociedad de consumo.


Ya era un comportamiento estúpido pretender recuperar el gobierno resucitando ideas atrasadas fundamentadas en valores antidiluvianos, como los encarnados por Sarah Palin, entre otros candidatos republicanos de igual catadura y peor estampa, sino que esto de aplicar a las disputas de poder internas las mismas recetas comunes de chantaje y ahorcamiento económico que aplican a los países de América Latina ya es el acabose; es decir, la locura.

martes, septiembre 24, 2013

“No son suicidios, son asesinatos”


Por: Rafael Hernández Bolívar

Esta acusación estaba escrita en la pancarta que encabezaba la manifestación de protesta que ciudadanos de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca realizaron por las calles de Madrid el lunes de la semana pasada. Era el grito de dolida indignación ante la última muerte provocada por una orden de desalojo: Amparo, una mujer de 45 años, ocupaba con su marido, tres hijos menores y dos nietos una humilde vivienda en un barrio de Madrid. Desesperada e impotente ante la incapacidad para pagar una deuda de 900 euros, se ha suicidado al recibir la orden de desalojo.

El caso de Amparo es el último de una cadena de desgracias generadas por la crisis económica que asola la Europa que ha decidido que las consecuencias del descalabro financiero la paguen los pobres. España ha aumentado la tasa de suicidios, el número de  niños abandonados y el porcentaje de personas sin empleo. Pero, es también el país en donde paradójicamente la crisis ha hecho más ricos al pequeño grupo de los grandes capitalistas.

El Estado defiende los intereses de la banca: Arrebata las propiedades hipotecadas a los quebrados e indefensos poseedores y la devuelven a los bancos. Lo que hace más indignante la situación de Amparo es que la entidad financiera que decidió el desalojo es una empresa municipal cuya función es la de favorecer la adquisición de vivienda a las personas menos favorecidas económicamente. Peor aún cuando los afectados denuncian que una vez iniciado el proceso, la empresa se niega a negociar y no admite dinero alguno ni alternativas de pago, ni aún en cifras pequeñas como en este caso, condenando al ocupante de la vivienda al desalojo y a la indefensión total.

Las organizaciones benéficas advierten del aumento en los últimos años de niños y bebés abandonados en Europa. Lideran en el 2011 Grecia con 1.200 niños (en el 2003 hubo 114) e Italia con 750 (dobló la cantidad con respecto al año anterior).


martes, septiembre 10, 2013

“El rancho en la cabeza”


Por: Rafael Hernández Bolívar

La clase media es ilusa. Se ha construido una imagen halagadora de sí misma con la que se siente feliz y se cree distanciada de los sectores populares gracias a virtudes que entiende como propias. Por ello se siente predestinada a beneficios y atenciones que estima merecidos. Quizás pueda ilustrar este convencimiento una conocida frase de un comercial televisivo: “¡Porque yo lo merezco!”

En mi caminata matutina, acompañado de una típica representante de esta clase, pasamos por la entrada de un barrio colindante a una urbanización del Este caraqueño. Un contenedor para basura desborda desperdicios a su alrededor. Mi acompañante arranca de discurso: “¿Qué les cuesta depositar la basura en su lugar? ¡Así no se puede progresar! ¡La gente lo que tiene es un rancho en la cabeza y no les importa vivir entre la basura!”. Le dejo hablar sin interrumpirla, organizando mi estrategia para desbancar expresiones tan hueras, mientras avanzamos hacia la urbanización.

Le riposto por sorpresa: “¡Sólo que el rancho lo tienen en la cabeza los gobernantes y no los habitantes del barrio!” Sorprendida por un instante, sin embargo, retorna a su argumento: “No, no, no... Es la gente la que no tiene remedio.”

Es sencillo, le digo. Aquí, en la urbanización un camión recoge la basura directamente a las puertas de edificio o de la casa. Los edificios tienen un conserje que saca la basura religiosamente el día y la hora que pasa el camión. Por si fuera poco, hay una cuadrilla que permanentemente barre las calles. Veamos, por otro lado, el barrio: La gente tiene que llevar la basura de su casa al contenedor, en algunos casos caminando 300 metros, no hay cuadrilla que barra las calles y, para colmo, le colocan un contenedor a todas luces insuficiente.

Si por una semana cambiáramos las condiciones, ¡tú me dirás quien es el que tiene el rancho en la cabeza!

martes, agosto 27, 2013

El cascabel al gato


Por: Rafael Hernández Bolívar

La archiconocida fábula de Samaniego ilustra este asunto de la lucha contra la corrupción: Los ratones extenuados por el hambre al que los sometía el gato guardián de la cocina estuvieron de acuerdo en que la solución era colgarle un cascabel para que el ruido del artificio advirtiera su presencia y permitiera escapar a tiempo. Pero la propuesta tenía un grave problema: ¿Quién le ponía el cascabel al gato? Como no encontraron a nadie para la misión no les quedó más remedio que continuar  rumiando frustración, lamentaciones e impotencia.

Esta ha sido nuestra lamentable historia republicana. La corrupción ha carcomido las mejores intenciones y los sueños más nobles. Los venezolanos hemos pontificado sobre la honestidad en el manejo de la cosa pública y hemos denunciado a quienes al amparo de las funciones de gobierno han enriquecido su patrimonio a las costas de la riqueza de todos y, en no pocos casos, de partidas elementales de atención a las necesidades más urgentes del pueblo.

Ante ello, sólo había espacio para la lamentación y la débil denuncia. Ni siquiera un asomo de rectificación y castigo. Gobiernos civiles y militares, por igual, devoraban los recursos y exhibían impunes el botín de sus rapiñas. No había un presidente que hablara seriamente de la cuestión. Al revés, algunos nos legaron claros ejemplos del apadrinamiento al flagelo. Valga un ejemplo: Tal como lo reseñó en su oportunidad Simón Saéz Mérida, el Presidente Raúl Leoni, ante el cuestionamiento que le hizo el CEN de AD por haber mandado a construir carreteras para el beneficio de familiares hacendados tuvo el cinismo de responder: “Yo no me he hecho Presidente para empobrecer a mi familia”.

Pero, finalmente, el Presidente Maduro ha hecho lo que todo venezolano honesto ansiaba. Le ha puesto el cascabel al gato. Ahora se trata de que instituciones y ciudadanos organizados pongamos nuestro esfuerzo para apuntalar estas acciones. Quienes se opongan son parte de la corrupción.


martes, agosto 13, 2013

El pantallero Ledezma


Por: Rafael Hernández Bolívar

He sido testigo de por lo menos dos perlas del pantallerismo político de Antonio Ledezma.

En 1993, acompañado de comerciantes saqueados del 92, después de una desesperante antesala de seis horas, nos recibió en su despacho de gobernador y escenificó lo siguiente: Recriminó a los subalternos por no haber sido informado de inmediato de nuestra presencia y de no atender nuestra urgida situación. Seguidamente censuró, con la cara enrojecida por la indignación, la irresponsabilidad de las Compañías de Seguros que no indemnizaron a los afectados y concluyó con la promesa de mover toda su influencia y sus recursos para que las desamparadas víctimas del saqueo recibieran apoyo gubernamental. Nos despidió calurosa y solidariamente. Sin embargo, no hizo gestión alguna; nunca más supimos de él y no fue posible que nos recibiera nuevamente.

La segunda perla me la deparó la magia de las trasmisiones en directo de Globovisión.  En los días de la conspiración de abril de 2002 se realizaba una manifestación en La Guaira. Desde los estudios dan un pase a una periodista que se encontraba en el lugar de los acontecimientos. Aparece un Ledezma animado y combativo, dando instrucciones a sus seguidores de cómo había que mover la gente e incentivar las acciones. Alguien -que no se ve en pantalla- dice: “Antonio, ya la televisión está aquí”.  De inmediato, Ledezma se coloca una máscara de oxigeno, se acuesta en una camilla y con voz sofocada y débil inicia sus declaraciones: “La policía... arremetió ... de manera salvaje... contra esta... pacífica manifestación de ciudadanos...” El ataque de risa ante semejante payasada me impidió escuchar más. Sólo recuerdo la cara de estupefacción de la periodista que, pese a estar preparada para la escena, supongo que la desconcertó el insólito histrionismo del personaje.


Hoy, cuando lo veo con sus poses de inmaculada integridad no dejo de recordar la frase del anónimo asistente: “Antonio, ya la televisión está aquí”.

martes, julio 30, 2013

El Manifiesto Comunista y el lenguaje


Por: Rafael Hernández Bolívar

Teniendo como norte la terminología guerrerista y militar que apasiona a algunos compañeros de la Revolución Bolivariana me he topado con el Manifiesto Comunista. Y he aquí la gran sorpresa: En el Manifiesto la profundidad del análisis y la firmeza radical de las posiciones revolucionarias no están acompañadas de ese lenguaje estridente y oloroso a pólvora.

El sustantivo disparo no aparece ni el verbo disparar en ninguna de sus conjugaciones. Es el mismo caso de dinamita y dinamitar. Tampoco aparecen las palabras pólvora, candela, cañón, detonación, bomba, explosión, batallón, espada o regimiento. ¡Ni una mención!

La palabra balas aparece una  vez, al igual que fusil. De hecho, están en la misma oración: “las balas de fusil con que esos gobiernos recibían los levantamientos obreros.” Y, como se ve, no es el proletariado quien las dispara sino quien las padece.

Guerra aparece cuatro veces. Pero no como acción que se impulsa desde los sectores populares sino como calamidad que cae sobre los pueblos promovida por los intereses de los poderosos.

El término “militares” aparece una sola vez en el Manifiesto y se menciona como paradigma cesurable: “Las masas obreras concentradas en la fábrica son sometidas a una organización y disciplina militares. Los obreros, soldados rasos de la industria, trabajan bajo el mando de toda una jerarquía de sargentos, oficiales y jefes.” Vale decir, como una estructura que esclaviza a los obreros.
En cambio, si están presente en el texto –y en abundancia significativa- palabras como obrero (46 veces), proletariado (¡91 veces en 32 páginas!), hombre (20) mujer (12), humano (11), libertad (16), etc. Y, por supuesto, revolución: 14 veces.


¿Y entonces? ¿De dónde viene la radicalidad del manifiesto comunista? Sin duda, no viene de un lenguaje lleno de referencias guerreristas y militaristas. Viene, eso sí de la esencia semántica de la palabra: De ir a la raíz de los problemas, de buscar y denunciar las causas de la explotación capitalista.

jueves, julio 18, 2013

Ese ridículo lenguaje guerrerista


Por: Rafael Hernández Bolívar

Oigo la radio; pero, no la escucho. Permanece como inicuo ruido de fondo mientras me dedico a otras tareas. Sin embargo, el tableteo característico de una ráfaga de ametralladora distrae mi atención de los quehaceres cotidianos y hace que concentre mis oídos. Siguen ruidos de explosiones y de movimientos de grupos uniformes, como de desfiles o marchas militares. Cuando estoy intentando comprender lo que pasa, un locutor anuncia: “¡Arrrsenaaalll!  Hoy les traemos balas ideológicas de alto calibre para la batalla de las ideas...” ¡¿?!

Recuperado ya de la sorpresa inicial, sigo el desarrollo del programa. No consigo nada nuevo ni especialmente revolucionario y mucho menos apocalíptico y anunciador de una transformación radical del país. Reseña –a mi juicio, lo más valioso del programa- algunas actividades culturales y comunitarias.  Luego, la lectura de una especie de catecismo: "Nuestra doctrina política es el marxismo, nuestro método, el materialismo histórico..." ¿Dónde está la crítica radical al capitalismo? ¿Dónde están las argumentaciones del socialismo, las razones de la revolución expuestas en ideas trasparentes, sólidas, argumentadas? Por lo menos, en el programa que escuché no estaban en ninguna parte.

Después escucho en otra emisora una dulce voz femenina, serena, pero firme: “En este programa detonamos la palabra para alcanzar una explosión de ideas...” Recuerdo algunos artículos leídos que tienen el mismo acento incendiario. ¿Es esto una epidemia? ¿Estamos persuadidos que el estruendo garantiza radicalidad y profundidad en la revolución?

Releo el Manifiesto comunista, el documento político más radical producido por la humanidad a lo largo de su historia, con la idea de conseguir antecedentes de esta vocación por el estruendo y la terminología guerrerista. Tal lectura me deparó algunas sorpresas que compartiré con ustedes en una próxima ocasión. 

martes, julio 02, 2013

Las sinrazones de María Machado


Por: Rafael Hernández Bolívar
Ella dice que el 14 de abril a Capriles le robaron las elecciones. Y no oculta su decepción de que ese señor no muestra firmeza en sostener lo mismo, que, al contrario, después de los desplantes sangrientos del 15 de abril, se echó para atrás y tuvo miedo. Sostiene que no hay nada que le tema más el gobierno que a las conversaciones de ella con el Departamento de Estado gringo. Afirma que ella es militante de salidas no dialogantes, no electorales. Habla con absoluto desparpajo del desconocimiento al presidente, al gobierno, de golpes de Estado, de las protestas violentas tomando la calle y haciendo la vida cuadritos a los transeúntes y a la ciudad.
No presenta prueba alguna de cómo fue burlada la voluntad de los electores. Ante una exhaustiva auditoría solicitada por la oposición, la conducta es no participar de ella. Porque en realidad apostaban a que el CNE se negara a realizarla; pues, así sería la única manera de tener un “argumento”: La niegan porque hay gato encerrado. Pero cuando se realiza la revisión de todo el proceso electoral, la comparación entre actas y resultados, entre votos depositados y actas, verificación de los votantes, cotejo de huellas, etc., se retiran para no convalidar con su presencia la demostración de que no hay fraude alguno y que Capriles perdió las elecciones.
¿Hay razón para todo esto? Ninguna. Uno busca y sólo encuentra sin razones: El empeño de gobernar, -ya no digamos sin contar con las mayorías-, en contra de las mayorías. El afán de conseguir ese objetivo a cualquier costo: Del país, de su gente, de su futuro; así sea recurriendo a la ayuda del poder imperialista.

Y todo ello con el rostro contraído por la rabia, los labios fruncidos, los ojos fieros. A tal punto nos hemos acostumbrado a ese rostro descompuesto que estamos convencidos que la última vez en que lució distendido y sonriente fue cuando se tomó la foto con Bush.

martes, junio 18, 2013

¡Agarren su gallo muerto!


Por: Rafael Hernández Bolívar

El CNE acaba de concluir la auditoría que sobre el proceso electoral del 14 de abril había solicitado la oposición. El mismo día de las votaciones, la auditoría abarcó el 54% de las mesas y ahora se trataba de hacer las evaluaciones y comparaciones de rigor en el 46% restante y así cubrir el 100% de las mesas.

El informe final del CNE no sólo confirma claramente como válidos los resultados del 14 de abril sino que, adicionalmente, echa por tierra hipótesis y acusaciones que los negadores de la institucionalidad y la trasparencia del proceso electoral habían puesto a circular para abonar la tesis de un supuesto fraude electoral. Comenzando por el propio candidato derrotado que el mismo día de las elecciones dijo que él tenía un “resultado distinto”; pero, ese día no mostró los supuestos resultados distintos ni cómo los habría obtenido. Tampoco en los días que median entre el 14 de abril y la fecha de hoy.

Disparada la actitud negadora, abalada por la fuerza mediática de la derecha criolla y la internacional, se desgajó en actos de violencia que segaron la vida de venezolanos humildes, luchadores, revolucionarios.

Pero las "pruebas" de fraude se fueron cayendo una tras otras y la última estocada mortal la reciben de este informe de la auditoría final del CNE: No hay irregularidades, no hay muertos que voten, no hay discrepancias numéricas entre las actas y los votos, no hay duplicidad de huellas. Y, si a cada huella un voto, ¿cuál es el sentido de revisar cuadernos? Esos son los votos y punto. El que ganó, ganó y el que perdió, a recoger su gallo muerto. Súmese el ridículo que hicieron en su triste peregrinar internacional.


Los poquísimos hechos incongruentes, además de irrelevantes por su número, explicables por conductas necias. Un ejemplo: poquísimos votantes que se la ingeniaron para no colocar su voto en la urna y se lo comieron o escondieron hábilmente. La disociación sembrada en fanáticos de la oposición los hizo comedores de papel.