martes, febrero 16, 2016

Televisión contra democracia


Por Rafael Hernández Bolívar

En España el poder mediático no trabaja para hacer trasparente la realidad política y social sino para oscurecerla. Tampoco informa sobre ella sino que la recrea a imagen y semejanza de las prácticas antidemocráticas de la derecha gobernante.

Es impresionante el efecto distorsionador que ejercen los medios de comunicación masivos sobre la democracia española. Recientemente el escritor Enrique Vila-Matas les llamó la murga mediática. Es decir, el baile, la comparsa cuyos participantes “viven en una burbuja sin salida al exterior y creen que esa es la realidad, la suya, porque es la que trasmiten… Y, cuando no pasa en ese plató, el guionista se saca de la manga una discusión sobre si el nuevo presidente tiene que cortarse o no el flequillo… La aburrida conversación que nos tiene secuestrados es esa programación única de la realidad que nos da la televisión, toda la murga mediática”.

Es allí donde comienza la conspiración contra la democracia. La televisión marca el debate nacional centrando su programación en la vida de la farándula y la nobleza; el fútbol y la vida millonaria de sus estrellas; los asesinatos y las víctimas y victimarios expuestos hasta en sus detalles más íntimos; la realidad internacional como tragedia de otros que demuestre que en España se está mejor; tertulianos polemizando sobre intrascendencias y muchos programas de pasatiempos, series, reality shows, etc. Cuando logra colarse algún aspecto central de la realidad social, siempre la televisión se las ingenia para desviar la atención a otros asuntos o banalizar lo que ocurre y, de esta manera, la gente no vea lo importante.

Por supuesto, no sólo define los temas sino que los énfasis y los conceptos van reforzando hasta la obstinación el más atrasado pensamiento político de la derecha. Este espectáculo de necedades -¡vaya fraude!- es el referente con que Rajoy pretende dar lecciones a Venezuela sobre lo que es la democracia y la libertad de expresión. 

martes, febrero 09, 2016

España, una democracia sui generis (III)


Por Rafael Hernández Bolívar

El poder mediático español no trasparenta la realidad e informa sobre ella si no que la recrea a imagen y semejante de las prácticas antidemocráticas de la derecha.

Televisión contra democracia
Es impresionante el efecto distorsionador que ejercen los medios de comunicación masivos sobre la democracia española. Recientemente el escritor Enrique Vila-Matas le llamó la murga mediática que tiene secuestrados a los españoles. Es decir, el baile, la comparsa cuyos participantes “viven en una burbuja sin salida al exterior y creen que esa es la realidad, la suya, porque es la que trasmiten… Y, cuando no pasa en ese plató, el guionista se saca de la manga una discusión sobre si el nuevo presidente tiene que cortarse o no el flequillo… la aburrida conversación que nos tiene secuestrados es esa programación única de la realidad que nos da la televisión, toda la murga mediática”.

Es allí donde comienza la conspiración contra la democracia. La televisión prioriza el debate nacional centrando su programación en la vida de la farándula y la nobleza; el fútbol y la vida millonaria de sus estrellas; los crímenes y los protagonistas expuestos hasta en sus detalles más íntimos; la realidad internacional como tragedia de otros que demuestre que en España se está mejor; tertulianos polemizando sobre intrascendencias y muchos programas de pasatiempos, series, reality shows, etc. Cuando logra colarse algún aspecto central de la realidad social, siempre la televisión se las ingenia para desviar la atención o banalizar lo que ocurre para que la gente no vea lo importante.

Por supuesto, no sólo define los temas sino que los énfasis y los conceptos van reforzando hasta la obstinación el más atrasado pensamiento político de la derecha.

El insulto no es libertad de expresión
Una de las cosas más curiosa de esta democracia española es que deliberadamente confunde la práctica cotidiana del insulto en los platós de televisión con el ejercicio de la libertad de expresión en una sociedad democrática. No se refiere esta última a la libertad sobre la formulación y la discusión de ideas contrapuestas sobre los grandes problemas de la sociedad. El argumento, las proposiciones programáticas, la denuncia sustentada, la evaluación de los problemas económicos, sociales, educativos, etc., todo es banalizado en frases insultantes y éstas ocupan el centro del debate cuya tribuna preferida son los programas de televisión dedicados a comentar el acontecer nacional.

Las tertulias televisivas se convierten en un espectáculo habitual y los llamados tertulianos (típicos expertos en todo lo humano y lo divino) expresan sus dictámenes sobre cualquier asunto sometido a su consideración. Asuntos que van desde el último desliz verbal de Rajoy o algún ministro, el estallido de la burbuja inmobiliaria, los precios del petróleo, el cambio del la alineación del Real Madrid, el más reciente novio de la hija de Isabel Pantoja, la coleta de Pablo Iglesias, si el Rey hizo esperar al Líder del PSOE o si, por lo contrario, salió a recibirle con entusiasmo, o todos los temas que usted pueda imaginarse tratados por los mismos personajes.

Insultos y disparates van y vienen en medio de alzamientos de voz y exigencias de respeto que no alteran el curso del programa y que divierte a los espectadores, sobre todo cuando el agredido no goza del aprecio del público. Es un programa de Laura en América discutiendo sobre política; pero, incluido el presentador o la presentadora, todos son lauras hablando al mismo tiempo.

Así, por ejemplo, en el debate de cierre de las pasadas elecciones, Pedro Sánchez, candidato del PSOE, dijo a Mariano Rajoy, candidato del Partido Popular y actual presidente español: “Señor Rajoy, usted es un indecente”. Por supuesto, tal frase fue la vedette de la poderosísima maquinaria mediática. La consideración a cualquier otra cuestión planteada en el debate pasó, ya no digamos a segundo plano, sino que directamente fue a parar a los trasteros, a los especialistas. Los partidarios de uno y otro, se repartieron entre quienes censuraban la frase por irrespetuosa o exaltarla por que decía una gran verdad. Pero todos coincidían en que España disfrutaba de una libertad de expresión incomparable cuando se le podía decir al presidente, “en su cara”, una frase como ésa.

A propósito de este “debate”, Eduardo Inda, militante de derechas, tertuliano frecuente en los platós de televisión (semanalmente está en el programa político  “Al rojo vivo”, en el programa deportivo “El Chiringuito de los Jugones”, en los programas de la mañana de salud y farándula, etc.), trató de darle brillo a su intervención diciendo que él, consecuente con lo dicho por Churchill, estaba dispuesto a morir para que su adversario tuviese el derecho a decir su verdad. Otro tertuliano, más informado en este asunto, le dijo que la frase era de Voltaire y no de Churchill. Lo insólito no es que el resto del programa giró en torno a la autoría de la frase, sino que Inda defendía su posición diciendo “Que si, que lo dijo, que  lo dijo, que lo dijo”. Así de profunda es la discusión política.

Sin embargo, esa ilusión de plena libertad de expresión del pensamiento se desparrama en amenazas y actos de enjuiciamiento cuando se ejerce para lo realmente importante. Esto es cuando contiene ideas que cuestionen las políticas formuladas en contra de las grandes mayorías o puedan asociarse con posturas políticas perseguidas por la derecha. Así, un concejal por Podemos a la Comunidad de Madrid fue acusado de antisemita y obligado a renunciar a su cargo como Jefe de Cultura porque cuatro años antes de ser concejal envió a sus amigos, vía twitter un chiste sobre judíos. 

Esta misma semana se iniciaron sendos juicios contra la libertad de expresión por razones ridículas. En el primer caso, unos muchachos titiriteros, detenidos en plena obra de teatro, con el cargo de enaltecimiento del terrorismo y con solicitud de cuatro años y medio de prisión, son enjuiciados por usar, en una escena, una pancarta en donde se leía “Gora Alka-Eta”, con la evidente intención satírica de contraponer sus sonidos a la vieja administración (Ahora Madrid) la contrapartida Ahora Alcaldesa. O  la expresión asimilada al vasco “Gora Alka-Eta”, es decir, Más Alcaldesa o Mas Alqaeda  y Mas ETA, pero en todo caso un chiste. Por eso, de inmediato, Ada Colau respondió, en solidaridad con los titiriteros: “La sátira no es un delito. En una democracia sana, en un estado de derecho, hay que proteger toda libertad de expresión, hasta la que no nos guste, hasta la que nos moleste."

El otro procesado, es un joven de 23 años que saludó la salida de la cárcel de una miembro de ETA con un twitter que decía en vasco "Ongi etorri Ines! Geroz eta hurbail zaituztegu" (Bienvenida Inés os tenemos en un futuro cercano). En este caso la fiscalía pide dos años de cárcel por supuestamente alabar a ETA.

Sin duda, decir que es pobre y sesgado el concepto que tiene la democracia española de la libertad de expresión de la que se ufana y con la que pretende dar lecciones a otros países, es decir muy poco, prácticamente, nada. Es cuestión de chiste.

martes, febrero 02, 2016

España, una democracia sui generis (II)


Por Rafael Hernández Bolívar

El dictador Francisco Franco muere en la cama. Los herederos políticos, en función de preservar los intereses de la clase gobernante y abrirle camino a las ventajas del mercado común europeo, ceden algunas reformas insoslayables, dando paso a una democracia incompleta.

Democracia versus dictadura
La historia es otra cuando la democracia surge de la derrota real a un régimen totalitario. En ese caso, la constitución -y los derechos políticos y sociales, garantizados por ella, surgidos de ese proceso-, experimenta avances significativos y refleja las exigencias de las fuerzas insurgentes. En el siglo XX abundan ejemplos que así lo demuestran. 

Las democracias surgidas a la derrota del nazismo y del fascismo en Europa, particularmente la italiana y la francesa, recogen un régimen de derechos políticos y sociales de gran contenido democrático. La burguesía se veía obligada a ceder a la masa de trabajadores y de combatientes que hizo posible la victoria. A esto se agregaba, el terror al fortalecimiento de las fuerzas socialistas que recogían las exigencias reivindicativas de los sectores populares y que la burguesía aspiraba a ralentizar mediante una ampliación del estado de bienestar.

Es también el caso de Venezuela, cuando la convergencia de diversos sectores opuestos al régimen de Marcos Pérez Jiménez logra el derrocamiento de la dictadura el 23 de enero de 1958. También aquí se produjo una Constitución Nacional avanzada y se prefiguró una amplia democracia –otra cosa es que los gobernantes de la derecha, en vergonzante alianza con el imperialismo, se dedicaron a desconocer sistemáticamente esa Constitución y a restringir la democracia. 

Más recientemente, la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, surge del gran movimiento popular liderado por Chávez desde el 98, con la gran cúspide que significó su aprobación en el referendo de 1999, y constituye hoy el soporte para la construcción de una sociedad profundamente democrática.
En España, las cosas sucedieron de otra manera. 

El origen franquista de la democracia
Aunque este subtítulo puede sonar a un contrasentido, la realidad es que el proceso de transición democrática desarrollado a la muerte de Francisco Franco estuvo marcado por los personeros de la dictadura franquista, quienes se aseguraron protección y conservación de privilegios a la clase gobernante. Desde el poder se negoció la transición.

Comenzando con la impunidad sobre los delitos cometidos desde la Guerra Civil y los miles de desaparecidos durante la dictadura. La derecha irrumpió contra la república y la democracia española en 1936. A un costo espeluznante de muertes, torturas, expatriaciones, atraso y miseria instauró la dictadura de Francisco Franco durante cuarenta años.

A la muerte del dictador, sin condenas ni arrepentimientos, la derecha española pasó de ejercer el poder a través de la dictadura franquista a ejercerlo a través de un régimen pintarrajeado de democracia, cediendo en algunos aspectos de forma y en algunos derechos políticos, pero conservando básicamente incólume la estructura de poder y sus cuotas de privilegios. A favor de esas concesiones democráticas se agregó el interés de los poderosos grupos económicos españoles en ingresar a la Comunidad Económica Europea que el país estaba intentando con poco éxito desde febrero de 1962. Las trabas tenían que ver con la exigencia a España de un régimen democrático, condición para su ingreso, establecida por los países miembros.

Eso no significa que no hubo una lucha permanente contra la dictadura ni que no hubiese una generación de sacrificados luchadores por revertir tan terrible situación. Hubo infinidad de personas y de grupos organizados, gremios y partidos políticos que estuvieron en primera línea combatiendo a la dictadura y que luchaban por obtener una verdadera democracia; pero, que no estaban en condiciones de imponerla y se veían obligados a negociar con la esperanza que el proceso permitiría posteriormente avanzar de manera significativa y tornar la incipiente democracia en verdadera.

No eran fuerzas victoriosas las que definían los parámetros sobre los cuales discurriría la democracia. Eran más negociaciones de líderes, sin la presencia masiva, combativa y organizada de los grandes sectores del pueblo. Más aún con un real peligro de retroceder y el chantaje permanente de no irritar a los sectores más radicales de la ultraderecha. De hecho en plena negociación de la transición, un grupo de esos radicales asaltó la sede de las Comisiones Obreras en Atocha y descargó sus armas de fuego sobre siete abogados laborales, un estudiante y un asistente administrativo, dando muerte a cinco de ellos e hiriendo gravemente a los demás.

En esas condiciones y con esas fuerzas se engendró la democracia española, manteniendo a lo largo de estos años, la impronta de los intereses y de las prácticas políticas del franquismo, acaso con algunas variaciones, básicamente en cuanto a libertad de expresión, de manifestación y de votación, que han creado la ilusión de democracia.

En gran medida el movimiento de los indignados fue una gran denuncia y un desenmascaramiento de ese montaje. No en balde sus consignas lo denunciaban con claridad: “¡La llaman democracia y no lo es!”. O bien, el grito unánime expresado por los manifestantes ante Las Cortes: “¡No nos representan!”.