martes, noviembre 22, 2016

Reaccionarios integrales


Por Rafael Hernández Bolívar

Por lo menos en cuanto a política se refiere. Son pocos; pero, son, como diría Vallejo refiriéndose a los dolores terribles. A fuerza de identificarse con los privilegios y el gran capital se vuelven predecibles. Sin ningún talento especial, salvo seguir con atención las dos o tres ideas básicas que suelen reiterar en los espacios donde se mueven estos personajes, cualquier persona puede saber de antemano lo que van a decir y hacer. Uno termina por ganarse una inmerecida imagen de prestidigitador. 

“Cesar Miguel Rondón escribió un artículo sobre los resultados del referendo colombiano por la paz”, me dice un amigo. Antes de que prosiga, le digo: “Seguro que está contento con la victoria del NO y deseando que el gobierno extermine de una vez a los guerrilleros”. Mi amigo, que sabe que yo no he leído el artículo, desconcertado agrega: “Si, eso dice”.

Leo entonces el artículo de marras: “Pueblos con memoria”.  Efectivamente, Rondón se alegra por la victoria del NO porque, según sostiene, el pueblo colombiano nos dio una lección a los venezolanos al demostrar que no olvida y está dispuesto a cobrarle a la FARC todo el daño que hizo al país. He ahí la síntesis del pensamiento que encontrará también en Álvaro Uribe o en cualquier otro personaje de la derecha.

Por supuesto, olvida dos asuntos importantísimos: 1) El cuantioso número de víctimas ejecutadas directamente por el Estado colombiano y por los paramilitares y organizaciones de la ultraderecha, con el agravante que quien es el responsable de garantizar los derechos humanos sea el principal violador de los mismos. Aquí, siguiendo la lógica de Rondón, el pueblo no tiene memoria. 2) Del universo total de electores, el 81,3 % de los colombianos no votaron por el NO; es decir, tampoco tienen memoria.

Y es que Rondón está obnubilado por el deseo de cobrar supuestos agravios. Le pide a los venezolanos que no olviden para que cuando llegue el anhelado momento puedan vengarse. Para él, dialogar es definir los términos en los que vas a pagar lo que le “pertenece” a sus mandatarios.

martes, noviembre 08, 2016

A confesión de parte…


Por Rafael Hernández Bolívar

La intervención que hizo el diputado Ramos Allup, el pasado primero de noviembre en la Asamblea Nacional, reveló los desaciertos y la desorientación de la oposición venezolana de los últimos años. 

Admite que la oposición ha sido obligada al diálogo por la presión internacional que significa la exigencia de discusión y acuerdo que ha hecho el Papa Francisco. Entiende que en virtud a esta solicitud, los opositores están dispuestos a prestar oídos al gobierno y, hasta llevar el gesto a un poco más: diferir por unos días su plan actual de sacar de la Presidencia de la República a Nicolás Maduro mediante el manejo distorsionado de las funciones de la Asamblea Nacional.

Admite también que no está mal probar el diálogo, ya que la estrategia de agudización de conflictos, de sabotaje de la economía y de violencia ha resultado hasta ahora completamente inútil para lograr la derrota de la Revolución Bolivariana. Sin embargo, no renuncia a esa estrategia sino que la mantiene como amenaza sobre la cabeza de los dialogantes, sin mencionar siquiera los daños que ha ocasionado al país la estrategia irresponsable y criminal de acentuar conflictos cuyas consecuencias ha soportado el pueblo de manera estoica.

Finalmente, admite, para su desconcertante sorpresa, que la mayoría de la gente, incluida las propias filas de la oposición, es partidaria del diálogo y el acuerdo para emprender esfuerzos que resuelvan los problemas de los venezolanos. 

Lo que ha olvidado Ramos Allup, sin embargo, es que asumir seriamente el diálogo supone entender que tal proceso se da enmarcado dentro de la Constitución y las leyes de la República Bolivariana de Venezuela. No se trata del “yo cedo y tu das” que dijo en su discurso, como que si no hubiese otra consideración que sus objetivos y su capacidad de chantaje. Se trata de lo que legítimamente se pueda exigir, sin violar las leyes ni las instituciones, ni mucho menos la voluntad expresa de las mayorías.