viernes, diciembre 02, 2005

Una apuesta perdida


Por: Rafael Hernández Bolívar

Hasta hace apenas una semana, José Medina, vecino de Catia, mantenía su decisión de no ir a votar. No estaba de acuerdo con la manera como se habían escogido los candidatos a la Asamblea Nacional. “Estamos en tiempos de Revolución y no es posible que los cogollos y los grupos sigan haciendo las mismas marramucias de adecos y copeyanos, cercenando la voluntad de las bases como si nada hubiera cambiado”, decía. Igualmente estaba convencido de que no votar era la manera de llamar la atención de los dirigentes, que sería una lección que obligaría a recurrir a métodos más democráticos y más respetuosos de la voluntad popular. A su juicio la Revolución no corría riesgo alguno con esta conducta y, por el contrario, serviría para enderezar las cosas en lo sucesivo.
Pero, para el jueves primero de diciembre era de otra opinión y no está interesado en aleccionar a nadie. “Las cosas se han puesto feas y aquí hay cosas más importantes en juego. La democracia corre peligro y con ella la Revolución”, dice ahora. “Hay que ir a votar masivamente” es su consigna.
¿Qué provocó este cambio tan radical? ¡La oposición!
Es que las costuras del traje de la conspiración son groseramente evidentes en el retiro que hicieron los partidos de la oposición de sus candidatos a la Asamblea Nacional. Tanto que son capaces de mover hasta los más indecisos. Demostrada hasta la saciedad la transparencia y la seguridad del proceso eleccionario, cedidas todas las prerrogativas por el CNE en función de allanar el camino y facilitar la participación a los partidos opositores; sin embargo, en el último momento acuden al sabotaje directo de las elecciones.
Los sectores más recalcitrantes de la oposición acaban de hacer una apuesta arriesgada que como tal, a su juicio, puede otorgar premios ardorosamente apetecibles; pero, también conducir a la ruina absoluta de los apostadores. Lamentablemente para los afectados, arrastraron en su pretensión a quienes venían creciendo al amparo de los factores institucionales. A lo Jalisco, ya que no se puede ganar se arrebata.
Y la apuesta la van a perder porque para la mayoría de los venezolanos, al igual que para José Medina, la democracia es el bien político más preciado y, cuando se la amenaza, los partidarios de la Revolución terminan minimizando las diferencias y haciendo un sólido cuerpo para su defensa.

Indolencia sin límites


Rafael Hernández Bolívar

A uno se le agota el lenguaje para calificar tamaña indolencia y tamaña incapacidad. Nuestro gobierno no ha podido resolver la situación creada por el reclamo de justicia que hace el biólogo Franklin Brito. Ubicado en la Plaza Miranda de Caracas, lleva más de ciento treinta días en huelga, de privaciones y de mutilaciones, junto a su esposa e hijos. Niños que no asisten a la escuela y condenados a la visión de un padre que se consume y se destruye ante la indiferencia de las autoridades del país. Los ciudadanos, absolutamente impotentes ante ese espectáculo de autoflagelación pública.
Aquí hay dos problemas. Por una parte, está lo relativo a la justeza o no de su reclamo, a su sensatez o insania, sí es verdad o no lo que dice y si las acusaciones de hostigamiento son ciertas. Eso se determina a través de las investigaciones y los organismos pertinentes, conduciendo a reparar los daños y reestablecer la justicia, tomando las medidas a que haya lugar.¿No hay tiempo para hacerlo?
Pero, hay también un problema de orden público: La absoluta incapacidad del Estado para evacuar con celeridad el reclamo de justicia de un ciudadano que siente vulnerado sus derechos y pide que se realice una investigación. Esto genera la sensación de desamparo que nos invade. También tenemos problemas adicionales que no debieron aparecer nunca si se hubiese procedido con celeridad, esto es, niños sometidos de manera continua a presiones psicológicas extremas, sin escuela y expuestos a situaciones de inseguridad y a privaciones.
¿No es posible resolver esto? La Presidencia de la República, el Inti, la Fiscalía, la Defensoría del Pueblo, la Procuraduría de Menores, por mencionar algunos, ¿no pueden hacer nada? ¿Debemos esperar que este hombre -que se ha cosido la boca, que se ha cortado un dedo y amenaza con cortarse uno cada semana hasta que sea atendido-, termine por ocasionarse su propia muerte ante la indiferencia de todos?
Esto no puede ser y no admite ninguna justificación.

Los esqueletos y la lucha ideológica

Rafael Hernández Bolívar

Hay que distinguir entre lucha ideológica y represión. La primera es el instrumento válido para defender la Revolución y profundizar los cambios. En ese sentido, hay que identificar a los adversarios; desenmascararlos y combatir sus ideas de atraso y contrarias al pueblo. Pero, en el segundo caso, sería un retroceso en uno de los valores distintivos de esta Revolución: La conquista de reivindicaciones sociales fundamentales, sin atropellos de ningún tipo; en los marcos de la legalidad y de las libertades democráticas.
Por eso luce desproporcionada –como también lo es la detención por más de un año de quien lideró el acto contra la estatua de Colón- la acusación a seis jóvenes sorprendidos colocando propaganda electoral, cuyo contenido la policía asocia con los esqueletos aparecidos semanas atrás en el Este de Caracas.
En lo personal no abrigo duda de la autoría intelectual de estos eventos. Se trata de la camarilla de conspiradores, promotores de golpes de estados, paros y guarimbas. Pero el combate a tal mensaje es en el plano de las ideas. Hay que denunciar el carácter fascista y las intenciones sembradoras de terror y de incertidumbre. Pero detener e iniciar un juicio a estos muchachos, no sólo es desproporcionado sino que además, le hace un flaco servicio al gobierno y a la Revolución.
Por una parte, centra la acción en los dirigidos y no en quienes dirigen desde arriba esa campaña de terror. Los esqueletos por sí mismos no pasan de ser una expresión ideológica más del terrorismo y del fascismo. Lo que los sobredimensionaron fueron los medios privados de comunicación, en particular las televisoras, quienes hicieron gran escándalo del asunto. También miembros de la policía de Baruta pusieron su grano de arena, aterrorizando a la población al señalar falsamente que dichos esqueletos contenían sustancias tóxicas. Vale decir, los cerebros, los reales terroristas y conspiradores, no están siendo juzgados ni acusados.
La segunda razón es que se está alimentando al escualidismo con una valiosa bandera: La bandera de la libertad de pensamiento, de expresión y de protesta. ¡Y esta si es una fuerza poderosa de movilización, sobre todo entre los jóvenes y entre las personas de pensamiento democrático!
Quienes en otro momento fuimos correteados por la policía –es verdad que el trato dado a estos muchachos no es comparable al abuso y la represión de la policía de otros tiempos; pero, al fin y al cabo, detención es detención- no podemos menos que expresar nuestra protesta y manifestar nuestra solidaridad con quienes, ubicados ideológicamente en la acera de enfrente; sin embargo, tienen todo el derecho a manifestar su inconformismo, aun sin tener razón.

Para todos no alcanza


Por: Rafael Hernández Bolívar

Uno de las objeciones más contundentes hechas al capitalismo es el cuestionamiento de su viabilidad como ideal colectivo. Si por un momento nos olvidáramos de la censura moral a su egoísmo y aceptáramos como meta deseable el ideal de confort capitalista, nos bastaría proyectar su distribución entre los habitantes de un país para darnos cuenta de inmediato de que es inviable: No alcanza para todos.
Veamos, por ejemplo, el trasporte y el ideal consumista de que cada ciudadano tenga su propio vehículo. Si tal cosa ocurriera, las calles se atascarían y las inversiones en autopistas y avenidas serían astronómicas. Pero, hay más: reduciríamos drásticamente el petróleo disponible. De hecho, un economista sostiene que si todos los chinos tuviesen vehículos, el petróleo en el mundo escasamente duraría diecinueve días. Sin contar el efecto terrible que sobre la atmósfera tendría tal intoxicación de gases.
Pero cada decisión va acompañada de sus efectos inevitables en todos los sectores de la población. Destinar los recursos, al fin y al cabo escasos, a determinados usos implica la renuncia a otros usos. Así, la construcción de vías alternas –pongamos por caso la construcción de un segundo piso de la autopista del este en Caracas- supone disminuir los presupuestos para hospitales, escuelas, agricultura u otros usos colectivos. El agotamiento del petróleo en vehículos particulares supone que se ha dejado de usar para plantas eléctricas, para fábricas o para sistemas de acueductos o de calefacción en países urgidos de estos recursos.
En síntesis, para que unos pocos disfruten del vehículo propio se requiere que muchos más carezcan de él. Sólo así funciona.
Este afán termina por distorsionar nuestra relación con las cosas. En realidad, nadie necesita un vehículo. Lo que la gente necesita es ir de un lugar a otro en condiciones de seguridad, rapidez y comodidad. Si contamos con ésto, el peso de lo personal se diluye. Durante diez años de mi vida disfruté de una situación envidiable: Vivía a dos cuadras de una estación de Metro y trabajaba a una cuadra de otra estación. Tomaba en las mañanas el tren y cómodamente instalado leía unos veinte minutos de ida y otros tantos de vuelta. En esos años leí decenas y decenas de libros. Circunstancias me obligaron a vivir en otro lugar de la ciudad y con ello retornar a la pesadilla del automóvil y la locura del tráfico caraqueño. Perdí mis lecturas y mucho de mi tranquilidad.
Las salidas colectivas suenan racionales en asuntos como el tránsito. Y en muchas otras también. El socialismo luce entonces como respuesta racional a los problemas que el capitalismo no puede resolver. Busca soluciones que alcancen para todos.

viernes, septiembre 30, 2005

Si Walter Martínez se retracta

Por: Rafael Hernández Bolívar

Si Walter, es un decir, se retracta; si muele su lengua con sus dientes; si desanda caminos recogiendo cada paso y tira las palabras por la borda como si de un lastre incómodo se tratara; entonces, perderemos todos.

La Revolución perdería una oportunidad de verse a los ojos. De asumir con coraje la verdad y avanzar derrumbando lo que no puede ni debe sostenerse. De fortalecer su moral y discutir a campo abierto sus confusiones y obstáculos. De combatir a los corruptos y a los cobardes, a los serviles y a quienes traicionan al pueblo. La Revolución mermaría su capacidad de crítica y nos arroparía a todos de vergüenza. Los burócratas y la reacción harían la gran fiesta y en ridícula comparsa saltarían alegres sobre los cadáveres de la dignidad y la nobleza.

Si Walter, es un decir, se retracta; pierde la democracia. Se llenarían de nubes oscuras las ideas y la palabra expectante sentirá por adelantado el mazazo brutal e injusto. Aprenderíamos a escondernos; a ocultarnos detrás de la lisonja; a posponer los sueños de libertad y a no tener esperanzas. Huiríamos de la verdad como ante un espanto. Caminaríamos en puntillas para no tocarla y su más leve movimiento provocará un sudor tangible, frío, paralizante. Escogeríamos las palabras con pinzas y cada sílaba será pronunciada después de ser medida concienzudamente, no para que exprese nuestro pensamiento sino para banalizarlo y diluirlo.

Si Walter, es un decir, se retracta; se pierde él y es lo peor que puede ocurrirle. Porque, en los días por venir, ¿quién podría creerle? ¿quién apostaría un centavo por sus palabras? Si se desdice, ¿cómo podríamos seguir siendo los mismos? Si se asesina la verdad, ¿quién ocupará sus espacios?

Lo que está en juego es más grande que Walter Martínez y exige que él y todos nosotros seamos también hoy un poco más grandes de lo que somos. Exige que esta Revolución la defendamos todos. Los combates son cotidianos, a veces contra los otros y a veces contra nosotros mismos. Pero, siempre a favor del pueblo, de la democracia, de la verdad, de la libertad. Siempre tendremos la opción de rebelarnos y tomar con seriedad los sueños. De poner la rodilla en tierra; no para postrarnos de hinojos, sino para resistir el envión y presentar fiero combate.

Pueblo de todos los días, el de la angustia y la resurrección de abril, el de las batallas y el de la esperanza: ¡dispón tú de las cámaras!

sábado, agosto 06, 2005

Vargas Llosa, el peor

Por: Rafael Hernández Bolívar

En mi pueblo había dos hermanos cuya impronta familiar era la maldad y su relajo moral y total ausencia de principios de bondad o solidaridad hacían imposible distinguirlos. La necesidad de diferenciarlos de alguna manera llevó a la gente a referirse a ellos como “Pérez, el malo” y “Pérez, el peor”. Una distinción así vale para los Vargas Llosa, padre e hijo, correspondiéndole al hijo el de “Vargas Llosa, el peor” porque sin tener el talento del primero tiene toda la inquina, la frustración política, el rastacuerismo y atraso de pensamiento que caracterizan al padre.

Alvaro, el auténtico idiota latinoamericano, ha escrito un artículo deleznable contra el Ché Guevara, símbolo de la moral revolucionaria y de la entrega sin restricciones a la causa de los pueblos. Acudiendo a una banda heterogénea conformada por desertores de las filas de la revolución y por agentes de la CIA, a quienes sin ningún prurito califica “sus amigos”, teje una maraña de mentiras, citas fuera de contextos y medias verdades con la pretensión de destruir la imagen del glorioso revolucionario. No alcanza, por supuesto, tal cometido –la infamia nada puede contra la verdad-; pero, sí logra despertar indignación en quienes hemos apreciado en la vida y en la acción histórica del Ché la identidad ética del constructor de una sociedad nueva y la posibilidad de que el hombre alcance niveles superiores de realización y de solidaridad.

En este artículo, -cuatro en realidad, ensamblados por los medios de la reacción en uno solo-, Vargas Llosa, el peor, despliega una terminología de marketing que revela su verdadera estrategia y a la cual aspiro que no le hagan el menor caso los jóvenes que asisten al Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes que se realiza actualmente en Caracas. La verdadera intención es, aprovechando que el Ché Guevara es un símbolo sensible para la juventud, agredir su figura para por esta escabrosa vía incitar la indignación y el rechazo de los jóvenes y conviertan a Vargas Llosa en el centro de la polémica y, quien quita, de acuerdo a sus deseos, hasta se apruebe una resolución de condena que lo proyecte ante sus amos como el más audaz combatiente contrarrevolucionario. Para decirlo con sus palabras, el tiene “un espectacular sentido de la oportunidad”.

¿Qué dice sobre el Ché Guevara? Dice que es un símbolo del consumismo y de la violencia. Lo acusa de ser un asesino y un megalómano con ansias insaciables de poder. Señala que Bahía de Cochinos no fue una invasión gringa sino un pretexto del gobierno cubano para ejercer la represión contra sus opositores políticos y que las dificultades económicas de Cuba no tienen nada que ver con el brutal bloqueo al cual ha sido sometida durante todos los años de Revolución sino que se deben a la ignorancia de los revolucionarios, quienes -Che, el primero-, no saben economía. ¿Qué tal?

El consumismo y el uso que hace el capitalismo de la figura del Ché tienen tanto que ver con Ernesto Guevara de la Serna como tiene que ver Jesucristo con la Santa Inquisición. Con lo que si tiene que ver es con la pretensión imperialista de banalizar su figura, de quitarle carga revolucionaria, de hacerla inofensiva y no la fuerza de rebelión que encarna en el alma de los pueblos. Es, por cierto, la misma pretensión de Vargas Llosa, el peor. La exhaustiva enumeración del uso que hacen del Che personas de diferente factura moral y humana –reseñadas hasta la nimiedad en sus artículos- deja por fuera, sin embargo, la figura del Che encabezando las marchas por la paz, por la justicia, por la igualdad, por la defensa del planeta de los ecocidios imperialistas, por el derecho a un mundo mejor, por los sueños de la juventud y la aspiración de redención de los pueblos oprimidos. En fin, la representación del coraje y de la rebeldía ante un mundo decadente y una sociedad putrefacta.

Son numerosas las agresiones de los Estados Unidos hacia la Revolución Cubana. Han recurrido a todas las formas imaginables de la conspiración y del terrorismo. La invasión a Bahía de Cochinos pretendía establecer una cabeza de playa imperialista sobre los cadáveres de miles de combatientes cubanos. El pueblo sepultó esas pretensiones momentáneamente; pero, no estaba ni está hoy exento de una agresión continuada y tenaz. Cuba ha luchado a lo largo de su historia revolucionaria para ponerle freno a grupos de agresores financiados desde los Estados Unidos. Vargas Llosa, el peor, hubiese preferido que los cubanos dejasen asesinar a Fidel, que se instalaran en el poder los lacayos del imperio y transformaran a Cuba en otra colonia gringa.

Las crueldades de la guerra son hechos verificables a lo largo de la historia. No hay historia de país alguno en el cual pueda constatarse su ausencia o que sus líderes más preclaros no se hayan visto en la necesidad de acciones terribles. En Venezuela, Bolívar se vio obligado a firmar el célebre Decreto de Guerra a Muerte. Pero de no haberlo hecho la independencia latinoamericana hubiese sido más cruenta y alcanzarla hubiese demorado mucho más. Los líderes hubiesen preferido que España hubiese aceptado el nuevo estatus declarado en el Acta de Independencia. Pero no fue así y no quedó otro camino que empuñar las armas y luchar. No me cabe duda que los líderes cubanos hubiesen preferido que Fulgencio Batista abandonara su régimen de terror ante el rechazo abrumadoramente mayoritario del pueblo. No hubo más remedio que desalojarlo a plomo. El Ché decía que el verdadero revolucionario estaba guiado por profundos lazos de amor. Igual agregaba: “El verdadero revolucionario debe ser capaz de tomar decisiones dolorosas sin que se contraiga un músculo”. Tal capacidad de entrega, tal capacidad para superar el estrecho egoísmo que impide ver en las acciones de hoy el futuro de toda la humanidad, está fuera del alcance y de la comprensión de los Vargas Llosa.

Por supuesto que el Ché ni los cubanos manejan la economía que domina con maestría Vagas Llosa, el peor. Esto es, la economía de la explotación, del sacrificio de los pueblos para ajustarse a las directivas del Fondo Monetario Internacional, de la indiferencia del Estado para que los imperialistas devoren a placer los recursos del país y los capitalistas criollos ejerzan su derecho de abusar sin restricciones de los oprimidos. De lo que si saben los cubanos es del desarrollo social y humano por encima de la voracidad capitalista, de la conservación de la naturaleza, de la integración y la solidaridad de los pueblos, del desarrollo pleno del hombre. El cooperativismo que hermana los hombres en el trabajo y en el usufructo de sus productos. La conciencia de que el esfuerzo individual contribuye al bienestar de todos y no a la satisfacción de los caprichos de los explotadores.


Vargas Llosa, el peor, está ubicado en las antípodas del Che. El mundo al que pertenece es el de la deshonestidad, del egoísmo, de la inconsecuencia, de la sinuosidad moral, de la superficialidad y del culto al capital. En su país ha sido perseguido por la justicia no por combatiente de la libertad sino por difamador, acusado de plagiar un trabajo de investigación de la historiadora María Rostorowski, de prohijar candidaturas presidenciales teñidas de corrupción y luego abandonar el barco deshaciéndose de responsabilidades, de confesar sin vergüenza los dólares recibidos de millonarios norteamericanos para intervenir en la política interna del Perú. Tal mundo no admite comparación con la dignidad, el heroísmo y la ética que representa el escenario vital y humano de Ernesto Ché Guevara.

Vargas Llosa, el peor, ha venido haciendo esfuerzos en estos últimos años para desacreditar el proyecto revolucionario en América Latina. Agotados sus argumentos a favor del neoliberalismo ramplón, la arremete contra un ejemplo de dignidad y de heroísmo. Su misión es asesinar los sueños y condenar a los pueblos a la resignación. Su método es el escándalo y su recurso la mentira. Pero este pueblo empeñado en hacerse dueño de su destino aprendió a reconocer las imposturas, a desenmascarar a los farsantes y a identificar sus enemigos. Los Vargas Llosa, malo y peor, se agotan proclamando la muerte de la revolución y pronosticando un pretendido final de la izquierda latinoamericana. No logran percibir la extraordinaria fuerza de transformación que se despierta como un volcán desde México a Argentina. En Venezuela, esta incapacidad para percibir la realidad la llamamos disociación psicótica.

Caracas, 05 de agosto de 2005.

viernes, febrero 11, 2005

Insensibilidad y estupidez ante la tragedia


Por: Rafael Hernández Bolívar
Los signos más característicos de la conducta política de la oposición venezolana son la insensibilidad y la estupidez. Por lo menos, eso es lo que salta a los ojos en situaciones de preocupación y angustia como las generadas por las lluvias torrenciales y fuera de estación que azotaron al país en los últimos días. Cuando las circunstancias imponían movilización y acciones concretas para auxiliar a los damnificados y minimizar los daños que inevitablemente provocan precipitaciones records, superando en cantidad el record anterior de 1951, los periódicos y los dirigentes de la oposición se dedicaron a la caza de gazapos y obras truncas que permitan responsabilizar al Gobierno Nacional del desastre. O bien exhiben la más vergonzante indiferencia ante los acontecimientos.

Tal conducta es la revelación de la insensibilidad hacia los que sufren y viven una lamentable desgracia. Luce que el drama humano generado por la expectación de los acontecimientos, de sentirse absolutamente impotente ante las fuerzas descomunales de la naturaleza, la posibilidad real de perder su casa, sus enseres, y sobre todo, de perder la vida de sus seres queridos y la propia, carece de importancia ante el hecho de responsabilizar y atacar al gobierno.

Pero también es una conducta políticamente estúpida; pues, nadie presta oídos a las acusaciones en las actuales circunstancias: Ni los afectados preocupados en solventar la situación que confrontan ni quienes están concentrados en ayudarlos. En esta oportunidad la crítica de periódicos (Tal Cual le ha dedicado tres editoriales consecutivos y abundantes reportajes internos) se concentran en las obras que adelantó Corpovargas, contrariando las que inicialmente había previsto la Autoridad Unica de Vargas con motivo del deslave de 1999. Antes a esta última se le había descalificado llamándola “comisión de académicos diletantes”.

Olvidan que las modificaciones a los proyectos iniciales se hacen precedidas de un estudio de justificación de esas modificaciones. Es verdad que hay una discusión técnica en donde se cuestionan los criterios costo-beneficios que siguió Corpovargas. Pero, habrá que enterarse de esa discusión y compararla con el comportamiento de las obras en relación a las lluvias de febrero, para poder concluir quien tiene la razón. ¿Hubo muertos en Vargas por las lluvias? No. ¿Se cayó alguna de las obras por Corpovargas? No. ¿La canalización de la desembocadura de los ríos fue insuficiente? Hay que evaluarla, así como hacer las correcciones necesarias en todo lo que se ha venido haciendo en Vargas. ¿Los derrumbes sobre la vía son inevitables?

Luego no entienden porque Chávez tiene un 65% de aceptación en la población venezolana. ¡Nadie puede querer a los zamuros que se precipitan sobre las desgracias de los demás a sacar provecho y usar en beneficio de sus intereses los sufrimientos y penalidades de la gente!
Nadie dice que no deba evaluarse lo ocurrido ni que no existan responsables en relación a desastres específicos en cuanto a obras que debieron hacerse o se hicieron mal. Pero, para eso habrá el tiempo y el momento oportuno. Hoy lo que se impone es salvar a los damnificados, protegerlos, garantizarles una manera digna de rehacer sus hogares y sus vidas. El balance lo haremos después.
Caracas, 11 de febrero de 2005

martes, febrero 01, 2005

El converso también se preocupa

Por: Rafael Hernández Bolivar

En genuino lenguaje condolezziano y con las mismas palabras de los jerarcas del imperio, -exactamente las mismas, como siguiendo un guión- Mario Vargas Llosa manifestó en Buenos Aires “estar preocupado por Kirchner y Chávez.” Le preocupan retórica, gestos y desplantes frente a la política y el destino prefijados por los EEUU.

Y, por si pudiese parecernos dudosa su vocación de cortesano, agrega la siguiente expresión inequívoca: “Al señor Chávez hay que pararle las manos. Hay que frenarlo, porque puede ser un factor de demolición, no sólo para la democracia venezolana, sino para el resto del continente... está desquiciando a América Latina, ayudando a los movimiento subversivos”. Son preocupantes esas amistades con Fidel Castro, Kirchner, Evo Morales, Lula. Mucho más cuando las fuerzas progresistas de todo el mundo reunidas en el Foro Social de Porto Alegro acaban de dar tan vigoroso respaldo a la voluntad integracionista del Presidente Chávez.

Cuando uno escucha a los brejeteros del imperio no puede menos que recordar la premonición de Bolívar: “plagar la América de miserias en nombre de la libertad”. En nombre de ella y de la democracia, Vargas Llosa –desertor de su país y de las causas nobles- desconoce la voluntad de los pueblos. Detrás –y a veces delante- de cada uno de estos líderes está la presencia mayoritaria y decidida de los pueblos que luchan por conquistar un futuro diferente al pasado de atraso, humillación y explotación.

De un solo envión Vargas Llosa reivindica el “derecho” del imperio a decidir sobre América Latina, a definir cuáles deben ser sus relaciones internacionales y, sobre todo, reitera la más troglodita de las concepciones coloniales: los pueblos latinoamericanos son absolutamente incapaces de escoger sus caminos y sus líderes y, en consecuencia, son víctimas de dirigentes demagogos, con un gran poder de manipulación, empeñados en lanzarlos al abismo. Es pues un deber moral de la metrópolis realizar acciones salvadoras que le paren las manos a los usurpadores y liberen a los pueblos de sus maléficas influencias. Por eso aplaudió los bombardeos sobre Bagdad y acudió presuroso a dar testimonio de su “liberación”, matizando con frases de filigrana, los rostros de desesperación, los cuerpos sin vida, el hambre y la muerte enseñoreadas sobre un pueblo inerme.

Quizás, Vargas Llosa desea escribir otro diario. Como el que escribió después de la invasión a Irak. Y decirnos que la imagen de unos niños, abstraídos en su inocencia de la tragedia y de la muerte, nadando sobre los escombros de un país destruido, es la libertad.