viernes, enero 22, 2016

España, una democracia sui generis (I)


Por Rafael Hernández Bolívar

El Reino de España presume de lo que no tiene: Una democracia moderna, paradigmática y profundamente comprometida con la práctica y la defensa de los derechos humanos.

Imperial y antidemocrática
La derecha española, encabezada por Mariano Rajoy y el Partido Popular, se presentan ante la comunidad internacional como gestora de una democracia real. Se atribuye la autoridad moral de sentar cátedra sobre el asunto y, sin fundamentos, censurar a otros países de actos que juzga antidemocráticos y violadores de los derechos humanos. O premiar y apoyar abiertamente, en los países censurados, a las individualidades o grupos que juzgan acordes con sus intereses y posiciones ideológicas, con absoluto irrespeto de las soberanías y estructuras jurídicas de esos países. Descalifica, con acusaciones falsas, a gobiernos surgidos de la decisión democrática del pueblo en elecciones libres y transparentes, como ha sido el caso de Venezuela, país al que los medios españoles han estigmatizado mediante el uso sistemático de la palabra dictadura para referirse al gobierno venezolano, desde el momento en que Hugo Chávez llegó al poder de la mano del pueblo y continúa ahora con el Presidente Nicolás Maduro. Más aún, esa derecha española recibe y es portavoz de las iniciativas políticas de opositores venezolanos, dándole respaldo a todo tipo de acciones de simulación y de sabotaje, en clara intromisión en asuntos que sólo le competen a los venezolanos.

Pero esta presunción de Rajoy y el gobierno del Partido Popular está lejos de corresponderse con los hechos. La democracia que con tanta prepotencia exhiben tiene muchos baches insalvables, inconsistencias y contradicciones obscenas que ponen al desnudo una fantasía finamente tejida y trabajada para crear una visión ilusoria de la democracia. En España la democracia es desvirtuada para garantizar un régimen de privilegios que hunde sus raíces en las leyes, abarca las prácticas políticas, el inmenso poder de los medios masivos de comunicación y el entramado económico nacional y trasnacional.

Nos proponemos hacer en cuatro partes un apretado resumen de estos aspectos, de las cuales esta es la primera parte. Aspiramos a demostrar lo que es obvio para nosotros, los venezolanos que vivimos un real proceso de democratización en nuestro país, que esa democracia española es, cuando más, una democracia chucuta.

La familia real
España tiene un Rey; es decir, un miembro de la sociedad que tiene privilegios y poder que no tienen otros miembros de esa sociedad, tal como lo establece explícitamente el Título II de la Constitución Española. Sus artículos precisan la condición de Jefe de Estado, la inviolabilidad de su persona, libre de toda responsabilidad y su protección de cualquier investigación, incluida la vida civil y privada; también el carácter legítimo y hereditario de la Corona y de la familia real. 

Otra cosa es si es mucho o poco ese poder, si está definido y limitado o se ejerza en determinadas circunstancias. O que la persona reconocida de acuerdo al derecho sucesorio sea moralmente buena, inteligente, tolerante, adornado de actitudes solidarias y ciudadanas, etc., o lo contrario. Lo cierto es que el Rey y su familia están por encima de los otros miembros de la sociedad y tienen derechos que los demás no tienen, sin haber hecho esfuerzo alguno por ganárselo y, por supuesto, sin haber sido elegido por el pueblo. El Estado tiene la responsabilidad de la manutención de sus palacios y de la vida de la realeza.

En fin, ante la ley, estos ciudadanos son distintos a los demás españoles. Y no se coman el cuento de que la infanta Cristina es actualmente investigada por un Tribunal. Es investigada porque, en primer lugar, ella no es el Rey; porque, en una estrategia de la Casa Real para fortalecer en el pueblo la ilusión de igualdad, le presionó para que renunciara a sus derechos reales y, porque a través del Poder Judicial, aspira a liberarla de toda responsabilidad en la sentencia final. 

Los aforados
Al grupo de la Familia Real, hay que agregar el grueso número de aforados que existen en España -el mayor de todo el mundo Occidental- y que en los últimos años ha sido duramente cuestionado por las organizaciones políticas emergentes. En principio, el aforado es un ciudadano que por el cargo o profesión que ocupa tiene derecho a ser juzgado por tribunales distintos a los que corresponden a un ciudadano común, aunque en la práctica constituyen un grupo protegido dentro de la sociedad. Aunque está figura jurídica está contemplada en otros países para la protección de los más altos cargos de los poderes Judicial y Legislativo y garantizar así su independencia de chantajes y poderes del Estado, en España es exagerada su cifra, ascendiendo ahora a 17.621 aforados, sin contar los militares y cuerpos de seguridad, siendo ostensible el uso descarado de sus privilegios. Así, en estas últimas semanas, los españoles vieron por televisión como el día de juramentación de los nuevos diputados en las Cortes, se juramentó el diputado Pedro Gómez de la Serna, del Partido Popular, que venía siendo investigado por la Fiscalía Anticorrupción acusado de delitos “de corrupción en las transacciones económicas internacionales, cohecho, blanqueo de capitales y organización criminal” (El País, 14/01/16) y, ahora, con su acta de diputado, limita los actos del poder judicial a meras notificaciones de las actuaciones, dejándolo por fuera de interrogatorios o investigaciones directas.

Primera conclusión
En síntesis, uno de los principios básicos de la democracia y de los derechos humanos, la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, no es verdad ni en la Constitución ni en las prácticas políticas y sociales de la sociedad española de hoy. Lo que no impide que los dirigentes de la derecha española procuren meter narices y manos en los países que si tienen moral para aleccionar a estos sobrevivientes del franquismo y de las peores tradiciones antidemocráticas.

martes, enero 19, 2016

La Revolución no espera


Por Rafael Hernández Bolívar

Un aplauso unánime de los presentes le recibió desde su aparición en el recinto y le acompañó a lo largo del recorrido que hizo por el pasillo central, rodeado por un público entusiasta que le daba la bienvenida cariñosamente. Con la parsimonia de sus ochenta años -era el primer quinquenio de este siglo-, el gran Mikis Theodorakis subió al escenario del Teatro Lycabettus de Atenas. Los aplausos arreciaron y se prolongaban con entusiasmo. Levantó, entonces, Theodorakis las manos, se hizo el silencio y dejó escuchar su voz inconfundible:
-¡Yo soy como Alexis! ¡Acción! – y comenzó a cantar sus hermosas canciones.

Se refería a Alexis Zorba, el célebre personaje de la novela Zorba, el griego de Kazantzakis, popularizado en los sesenta a través de la película del mismo nombre y que tiene como impronta imborrable la inquietud: Se desesperaba ante la inmovilidad, ante la quietud. Exigía movimiento, acción para enfrentar los retos de la vida, del amor, del trabajo; acción ante el éxito como ante el fracaso. Bailaba y celebraba las victorias; pero, igual bailaba y cantaba las penas. Lo importante es lo que el hombre puede hacer con sus manos, con su talento, con su palabra, entregándose íntegramente al esfuerzo, compartiendo con sus semejantes la tarea de hacer un mundo más vivible. Lo importante es su voluntad de lucha.

Cuando el gran proyecto que tenía en sus manos se derrumba en completo fracaso, Zorba recibe y sufre el golpe; pero, de inmediato, se levanta y asume con alegría el reto de luchar y continuar con fe la batalla interminable por la vida. 

En su vida, Theodorakis ha hecho otro tanto. Sus hoy noventa años de existencia han sido una dedicación constante a la creación, a la lucha y a la fe en la revolución en su país y en todo el mundo. No ha habido adversidad que le detenga ni cede un centímetro en su identidad solidaria con los oprimidos. 
Imitemos su ejemplo: ¡Ni regodeo estéril en la victoria ni desesperanza en la derrota!

viernes, enero 15, 2016

La critica paralizante


Por Rafael Hernández Bolívar

Marx decía que no se trata de interpretar al mundo sino de transformarlo. También es verdad que para transformar en un sentido o en otro, es necesario interpretar. Actuar sin hacerlo es correr el riesgo de incurrir en errores graves y crear situaciones contrarias a nuestros propósitos. Sólo podemos evitar estos desenlaces si justipreciamos lo que está en juego y valoramos correctamente factores, obstáculos, alianzas y, sobre todo, amigos y adversarios, y dentro de estos últimos, a los verdaderos enemigos. Es un proceso simultáneo, único.

Pero la transformación es el norte. Interpretamos en función de nuestros planes, de nuestros objetivos, de lo que nos proponemos, de las reivindicaciones políticas, sociales y económicas de las grandes mayorías de nuestro país. No es un ejercicio contemplativo, justificado por si mismo. Es un esfuerzo por desentrañar las raíces y la naturaleza de los problemas que confrontamos, que incluye la crítica (evaluación, valoración) de nuestro propio desempeño, de lo acertado o extraviado con que actuamos o asumimos nuestras responsabilidades, los saldos organizativos derivados de esas acciones.

Para asumir la acción política en estos términos hay una razón tan obvia que avergüenza: El enemigo no está a la espera de la resolución de nuestros conflictos e interpretaciones. Está, eso si, a la caza de nuestros errores, de nuestras debilidades y vacilaciones, para inferirnos graves daños.

Me viene a la imagen una batalla feroz, donde la supervivencia de un ejército depende -¡mire usted!- del ejercicio permanente y centelleante de la crítica de los movimientos, de los soldados, de los recursos, de las oportunidades y de los objetivos que se propone. Pero las decisiones que se desprenden de esa evaluación crítica no paralizan las acciones. Quien dirige evalúa la fortaleza del enemigo, sus puntos vulnerables, se pregunta si es posible la victoria y para ello es necesario avanzar o, por lo contrario, es aconsejable la retirada, si es posible hacerla causando daño al enemigo a la par que se conservan fuerzas para emprender nuevos ataques, etc., al tiempo que se protege del fuego enemigo y dispara procurando acertar. La indecisión o la paralización de las maniobras en esas circunstancias conducirán a la derrota.

Siento que mucha de la discusión que hoy tenemos a propósito de los resultados electorales de diciembre no se hace con este criterio sino más bien como orientada por una concepción episódica o como una etapa que podemos separar en el tiempo: Nos reunimos ,discutimos a profundidad la situación hasta clavar los dientes en la médula, digerimos nuestras apreciaciones, llegamos a un consenso y retornamos al campo de batalla. Pues bien, aún suponiendo erróneamente que el enemigo no aprovecharía ese tiempo para destrozarnos, con alta probabilidad al salir ya claros de la discusión nos encontraremos que el escenario ha cambiado y el campo de batalla es otro, tornando inservibles nuestras trabajadas conclusiones.

La crítica debe ser una actividad permanente. Sólo así tienen sentido nuestros esfuerzos por elaborar la crítica de lo que hacemos y de lo que obtenemos, sean victorias o derrotas. Pero jamás abandonar el campo de batalla ni renunciar a la iniciativa política. Cada espacio que abandonemos será ocupado por enemigos nacionales o foráneos que no han cesado sus ataques y hoy están envalentonados por su victoria electoral.

A mas de un mes de las elecciones parlamentarias aun no luce clara la estrategia que permita fortalecer nuestras fuerzas en las zonas ganadas por nosotros, recuperar apoyos perdidos (tanto los que se abstuvieron de participar en el proceso electoral como los que decidieron votar en contra) y elaborar tácticas que posibiliten arrebatar algunos apoyos con los cuales ha contado la derecha en los últimos tiempos.

Hemos perdido mucho tiempo en buscar culpables circunstanciales -¡que los hay!- antes que identificar las causas profundas que nos condujeron a esta derrota. Existen, por supuesto, responsables de la situación. Pero también un enemigo que despliega todos sus recursos y compromete acuerdos y tareas en función de obtener la victoria. Hacer una crítica que fija toda su atención en nosotros, como que si la otra parte no existiera no sólo es errónea en tanto deja por fuera una parte fundamental de la realidad sino también porque resulta paralizante cuando no derrotista.

Y es que en esto hay cierta concepción metafísica de la crítica. No se entiende como un proceso dialectico que debe desarrollarse a diario en todas las tareas cotidianas de la Revolución, tanto en los éxitos como en los fracasos. No es común que revisemos nuestras victorias ni que nos preguntemos sí realmente son victorias y no trabajos que hacemos a favor del enemigo.

Celebro la crítica. Pero me desconsuela cuando quien la hace no tiene presente los factores reales contra los que luchamos. ¿No hay una política de sabotaje económico dirigido a ganar a sectores del pueblo contra el gobierno revolucionario? ¿No hay una conspiración mediática contra Venezuela a nivel internacional?

Conductas de algunos altos personeros del gobierno han acentuado los errores y han dado motivos ciertos para la decepción de la gente. ¡Esta cuenta debe ser saldada ahora, sin dilaciones! Pero a la luz de los hechos y no con crítica entendida como ataques despiadados que parecen más alimentados por la venganza -¡vaya a usted a saber por qué!- de quienes desde un pedestal predican la culpabilidad de los otros.
La Revolución no espera: O avanza o se muere.

sábado, enero 09, 2016

Un patán en la Asamblea Nacional


Por Rafael Hernández Bolívar

Una amiga mía, opositora, educada, de gestos delicados y atractiva, para más señas, hace pocos años, fue testigo de un episodio que, para ese momento, juzgó como singular; pero, que ahora, con las nuevas autoridades de la Asamblea Nacional, ha podido constatar que ese evento pertenece a la habitual concepción que tiene del hacer político la derecha venezolana: el abuso de poder, el desprecio al pueblo, a sus valores y a sus símbolos.

En una panadería que está a la entrada de la Urbanización Piedra Azul de Baruta, mi amiga tomaba un café mientras esperaba a una estudiante de la Universidad Simón Bolívar. Unos gritos destemplados le hacen mirar a su alrededor para averiguar lo que ocurre y se encuentra con un hombre fuera de sí que vocifera los más ofensivos improperios y vulgaridades de alto calibre que avergonzaban a quienes allí estaban y que ella, al momento de contar lo sucedido, se negaba a reproducir. Se trataba de que el sujeto que vomitaba insultos respondía así a un grupo de chavistas que iba en un transporte público, quienes al reconocerle le habían gritado, en términos despectivo, “¡Adeco!”, lo que provocó la iracunda reacción.

En ese momento, la amiga mía se da cuenta de que el desaforado es Henry Ramos Allup e, ingenuamente, le hace la siguiente observación: “¡No le parece que ese no es el lenguaje que debe tener un político!”. ¡Mejor que no! Sin transición, aquel energúmeno volcó su ira hacia ella y hacia quienes allí estaban. Les gritó las mismas ofensas que le había dicho a los chavistas y le agregó otras lindezas, entre ellas, la menos subida de tono, fue decirles: “¡Cagones! ¡por eso los chavistas nos tienen metido el dedo en el culo!”

Por esos días, la amiga de la anécdota suavizó sus posiciones radicales contra el gobierno, pues pensaba que quienes eventualmente sustituyeran ese gobierno no podían ser personas peores y, sin duda, Ramos Allup lucía peor. Semejante malandro no tenía -ni tiene- la textura democrática ni el talante ciudadano para asumir responsabilidades de importancia en la dirección del Estado venezolano.

Pero he aquí que el detestable personaje ha vuelto y ocupa hoy la máxima jefatura del poder legislativo. Desde allí, con el agravante de estar revestido de autoridad institucional, en sus primeras actuaciones, ha dado rienda suelta al troglodita que siempre ha sido, para tormento de nuestras instituciones y de nuestra democracia. Le bastaron algunas pocas horas después de haber asumido su cargo como Presidente de la Asamblea Nacional para desplegar un pequeño adelanto de sus dotes de redomado e irrefrenable patán: Pisoteó el Reglamento Interior y de Debates del parlamento venezolano, alterando a su capricho la agenda del día, colocando en la tribuna de oradores a quien no le correspondía; hizo gestos obscenos al pueblo que estaba en los alrededores del recinto parlamentario; desconoció al Tribunal Supremo de Justicia al juramentar diputados surgidos de elecciones que están en revisión de acuerdo a medida tomada por el máximo tribunal; cambió de hecho las funciones del parlamento al señalar de forma explícita, que más que legislar para el país o ejercer acciones contraloras al poder ejecutivo, su función es ahora desalojar de Miraflores, en seis meses, al Presidente Maduro, tan legítimo como los miembros de la Asamblea Nacional  y, finalmente, por ahora, para agravio de nuestra historia, ordena con ofensivas descalificaciones, de manera prepotente e irrespetuosa contra los símbolos y valores de la patria, el desahucio de las imágenes de Simón Bolívar y Hugo Chávez.

En relación a este último acto, al igual que muchos venezolanos, he visto en internet el video que muestra al impresentable sujeto en su rol de caporal, dando las instrucciones para que saquen las imágenes y creo ver allí, además de lo evidente, el deseo de humillar a los trabajadores en el orgullo y la dignidad de su patriotismo y con ello, a todo el pueblo.

Es en ese momento en que a uno se le remueven los recuerdos -y hasta un cierto sentimiento de culpa por uno no haber hecho lo suficiente- y se pregunta ¿cómo es posible que semejante esperpento moral ocupe la máxima jefatura legislativa del país? ¿Necesitábamos esto para darnos cuenta de lo que significa el retorno de quienes sembraron la IV República venezolana de miseria, de irrespeto a los derechos fundamentales, de exclusión a densos sectores del pueblo, de entreguismo de las riquezas del país y de alianzas vergonzosas con el imperialismo gringo? 

Se tiene, entonces, la tentación de descender al lenguaje procaz y escatológico. Pero los militantes revolucionarios justamente entienden que lo necesario es el trabajo enaltecedor, el que rescata lo más valioso de nuestra vida republicana, lo más exaltado del pensamiento de los grandes hombres que han venido conformando nuestra nacionalidad, sedimentada sobre la defensa de la mayoría del pueblo, de la tolerancia democrática y del respeto al derecho y a las instituciones, como ha hecho nuestro Presidente Nicolás Maduro al reconocer los resultados adversos de las últimas elecciones. Hay más nobleza, más madurez y más sentido de responsabilidad histórica con la patria en la más humilde reunión en un barrio o en un apartado caserío que en las acciones del Ramos Allup, Presidente de la Asamblea Nacional –¡y es un abuso llamar acciones lo que no es más que malandraje puro y simple!

martes, enero 05, 2016

La crítica ineficaz


Por Rafael Hernández Bolívar

Pasadas cuatro semanas de las elecciones parlamentarias aun no luce clara la estrategia que permita fortalecer nuestras fuerzas en las zonas ganadas por nosotros, recuperar apoyos perdidos (tanto los que se abstuvieron de participar en el proceso electoral como los que decidieron votar en contra) y elaborar tácticas que posibiliten arrebatar algunos apoyos con los cuales ha contado la derecha en los últimos tiempos.

Hemos perdido mucho tiempo en buscar culpables circunstanciales -¡que los hay!- antes que identificar las causas profundas que nos condujeron a esta derrota. Existen, por supuesto, responsables de la situación. Pero también un enemigo que despliega todos sus recursos y compromete acuerdos y tareas en función de obtener la victoria. Hacer una crítica que fija toda su atención en nosotros, como que si la otra parte no existiera no sólo es errónea en tanto deja por fuera una parte fundamental de la realidad sino también porque resulta paralizante cuando no derrotista.

Y es que en esto hay cierta concepción metafísica de la crítica. No se entiende como un proceso dialectico que debe desarrollarse a diario en todas las tareas diarias de la Revolución, tanto en los éxitos como en los fracasos. No es común que revisemos nuestras victorias ni que nos preguntemos sí realmente son victorias y no trabajos que hacemos a favor del enemigo.

Celebro la crítica. Pero me desconsuela cuando quien la hace no tiene presente los factores reales contra los que luchamos. ¿No hay una política de sabotaje económico dirigido a ganar a sectores del pueblo contra el gobierno revolucionario? ¿No hay una conspiración mediática contra Venezuela a nivel internacional?
Conductas de altos personeros del gobierno han acentuado los errores y han dado motivos ciertos para la decepción de la gente. ¡Esta cuenta debe ser saldada ahora, sin dilaciones! Pero a la luz de los hechos y no en lugar de una crítica que parece más alimentada por la venganza de quienes desde un pedestal predican la culpabilidad de los otros.