viernes, diciembre 02, 2005

Una apuesta perdida


Por: Rafael Hernández Bolívar

Hasta hace apenas una semana, José Medina, vecino de Catia, mantenía su decisión de no ir a votar. No estaba de acuerdo con la manera como se habían escogido los candidatos a la Asamblea Nacional. “Estamos en tiempos de Revolución y no es posible que los cogollos y los grupos sigan haciendo las mismas marramucias de adecos y copeyanos, cercenando la voluntad de las bases como si nada hubiera cambiado”, decía. Igualmente estaba convencido de que no votar era la manera de llamar la atención de los dirigentes, que sería una lección que obligaría a recurrir a métodos más democráticos y más respetuosos de la voluntad popular. A su juicio la Revolución no corría riesgo alguno con esta conducta y, por el contrario, serviría para enderezar las cosas en lo sucesivo.
Pero, para el jueves primero de diciembre era de otra opinión y no está interesado en aleccionar a nadie. “Las cosas se han puesto feas y aquí hay cosas más importantes en juego. La democracia corre peligro y con ella la Revolución”, dice ahora. “Hay que ir a votar masivamente” es su consigna.
¿Qué provocó este cambio tan radical? ¡La oposición!
Es que las costuras del traje de la conspiración son groseramente evidentes en el retiro que hicieron los partidos de la oposición de sus candidatos a la Asamblea Nacional. Tanto que son capaces de mover hasta los más indecisos. Demostrada hasta la saciedad la transparencia y la seguridad del proceso eleccionario, cedidas todas las prerrogativas por el CNE en función de allanar el camino y facilitar la participación a los partidos opositores; sin embargo, en el último momento acuden al sabotaje directo de las elecciones.
Los sectores más recalcitrantes de la oposición acaban de hacer una apuesta arriesgada que como tal, a su juicio, puede otorgar premios ardorosamente apetecibles; pero, también conducir a la ruina absoluta de los apostadores. Lamentablemente para los afectados, arrastraron en su pretensión a quienes venían creciendo al amparo de los factores institucionales. A lo Jalisco, ya que no se puede ganar se arrebata.
Y la apuesta la van a perder porque para la mayoría de los venezolanos, al igual que para José Medina, la democracia es el bien político más preciado y, cuando se la amenaza, los partidarios de la Revolución terminan minimizando las diferencias y haciendo un sólido cuerpo para su defensa.

Indolencia sin límites


Rafael Hernández Bolívar

A uno se le agota el lenguaje para calificar tamaña indolencia y tamaña incapacidad. Nuestro gobierno no ha podido resolver la situación creada por el reclamo de justicia que hace el biólogo Franklin Brito. Ubicado en la Plaza Miranda de Caracas, lleva más de ciento treinta días en huelga, de privaciones y de mutilaciones, junto a su esposa e hijos. Niños que no asisten a la escuela y condenados a la visión de un padre que se consume y se destruye ante la indiferencia de las autoridades del país. Los ciudadanos, absolutamente impotentes ante ese espectáculo de autoflagelación pública.
Aquí hay dos problemas. Por una parte, está lo relativo a la justeza o no de su reclamo, a su sensatez o insania, sí es verdad o no lo que dice y si las acusaciones de hostigamiento son ciertas. Eso se determina a través de las investigaciones y los organismos pertinentes, conduciendo a reparar los daños y reestablecer la justicia, tomando las medidas a que haya lugar.¿No hay tiempo para hacerlo?
Pero, hay también un problema de orden público: La absoluta incapacidad del Estado para evacuar con celeridad el reclamo de justicia de un ciudadano que siente vulnerado sus derechos y pide que se realice una investigación. Esto genera la sensación de desamparo que nos invade. También tenemos problemas adicionales que no debieron aparecer nunca si se hubiese procedido con celeridad, esto es, niños sometidos de manera continua a presiones psicológicas extremas, sin escuela y expuestos a situaciones de inseguridad y a privaciones.
¿No es posible resolver esto? La Presidencia de la República, el Inti, la Fiscalía, la Defensoría del Pueblo, la Procuraduría de Menores, por mencionar algunos, ¿no pueden hacer nada? ¿Debemos esperar que este hombre -que se ha cosido la boca, que se ha cortado un dedo y amenaza con cortarse uno cada semana hasta que sea atendido-, termine por ocasionarse su propia muerte ante la indiferencia de todos?
Esto no puede ser y no admite ninguna justificación.

Los esqueletos y la lucha ideológica

Rafael Hernández Bolívar

Hay que distinguir entre lucha ideológica y represión. La primera es el instrumento válido para defender la Revolución y profundizar los cambios. En ese sentido, hay que identificar a los adversarios; desenmascararlos y combatir sus ideas de atraso y contrarias al pueblo. Pero, en el segundo caso, sería un retroceso en uno de los valores distintivos de esta Revolución: La conquista de reivindicaciones sociales fundamentales, sin atropellos de ningún tipo; en los marcos de la legalidad y de las libertades democráticas.
Por eso luce desproporcionada –como también lo es la detención por más de un año de quien lideró el acto contra la estatua de Colón- la acusación a seis jóvenes sorprendidos colocando propaganda electoral, cuyo contenido la policía asocia con los esqueletos aparecidos semanas atrás en el Este de Caracas.
En lo personal no abrigo duda de la autoría intelectual de estos eventos. Se trata de la camarilla de conspiradores, promotores de golpes de estados, paros y guarimbas. Pero el combate a tal mensaje es en el plano de las ideas. Hay que denunciar el carácter fascista y las intenciones sembradoras de terror y de incertidumbre. Pero detener e iniciar un juicio a estos muchachos, no sólo es desproporcionado sino que además, le hace un flaco servicio al gobierno y a la Revolución.
Por una parte, centra la acción en los dirigidos y no en quienes dirigen desde arriba esa campaña de terror. Los esqueletos por sí mismos no pasan de ser una expresión ideológica más del terrorismo y del fascismo. Lo que los sobredimensionaron fueron los medios privados de comunicación, en particular las televisoras, quienes hicieron gran escándalo del asunto. También miembros de la policía de Baruta pusieron su grano de arena, aterrorizando a la población al señalar falsamente que dichos esqueletos contenían sustancias tóxicas. Vale decir, los cerebros, los reales terroristas y conspiradores, no están siendo juzgados ni acusados.
La segunda razón es que se está alimentando al escualidismo con una valiosa bandera: La bandera de la libertad de pensamiento, de expresión y de protesta. ¡Y esta si es una fuerza poderosa de movilización, sobre todo entre los jóvenes y entre las personas de pensamiento democrático!
Quienes en otro momento fuimos correteados por la policía –es verdad que el trato dado a estos muchachos no es comparable al abuso y la represión de la policía de otros tiempos; pero, al fin y al cabo, detención es detención- no podemos menos que expresar nuestra protesta y manifestar nuestra solidaridad con quienes, ubicados ideológicamente en la acera de enfrente; sin embargo, tienen todo el derecho a manifestar su inconformismo, aun sin tener razón.

Para todos no alcanza


Por: Rafael Hernández Bolívar

Uno de las objeciones más contundentes hechas al capitalismo es el cuestionamiento de su viabilidad como ideal colectivo. Si por un momento nos olvidáramos de la censura moral a su egoísmo y aceptáramos como meta deseable el ideal de confort capitalista, nos bastaría proyectar su distribución entre los habitantes de un país para darnos cuenta de inmediato de que es inviable: No alcanza para todos.
Veamos, por ejemplo, el trasporte y el ideal consumista de que cada ciudadano tenga su propio vehículo. Si tal cosa ocurriera, las calles se atascarían y las inversiones en autopistas y avenidas serían astronómicas. Pero, hay más: reduciríamos drásticamente el petróleo disponible. De hecho, un economista sostiene que si todos los chinos tuviesen vehículos, el petróleo en el mundo escasamente duraría diecinueve días. Sin contar el efecto terrible que sobre la atmósfera tendría tal intoxicación de gases.
Pero cada decisión va acompañada de sus efectos inevitables en todos los sectores de la población. Destinar los recursos, al fin y al cabo escasos, a determinados usos implica la renuncia a otros usos. Así, la construcción de vías alternas –pongamos por caso la construcción de un segundo piso de la autopista del este en Caracas- supone disminuir los presupuestos para hospitales, escuelas, agricultura u otros usos colectivos. El agotamiento del petróleo en vehículos particulares supone que se ha dejado de usar para plantas eléctricas, para fábricas o para sistemas de acueductos o de calefacción en países urgidos de estos recursos.
En síntesis, para que unos pocos disfruten del vehículo propio se requiere que muchos más carezcan de él. Sólo así funciona.
Este afán termina por distorsionar nuestra relación con las cosas. En realidad, nadie necesita un vehículo. Lo que la gente necesita es ir de un lugar a otro en condiciones de seguridad, rapidez y comodidad. Si contamos con ésto, el peso de lo personal se diluye. Durante diez años de mi vida disfruté de una situación envidiable: Vivía a dos cuadras de una estación de Metro y trabajaba a una cuadra de otra estación. Tomaba en las mañanas el tren y cómodamente instalado leía unos veinte minutos de ida y otros tantos de vuelta. En esos años leí decenas y decenas de libros. Circunstancias me obligaron a vivir en otro lugar de la ciudad y con ello retornar a la pesadilla del automóvil y la locura del tráfico caraqueño. Perdí mis lecturas y mucho de mi tranquilidad.
Las salidas colectivas suenan racionales en asuntos como el tránsito. Y en muchas otras también. El socialismo luce entonces como respuesta racional a los problemas que el capitalismo no puede resolver. Busca soluciones que alcancen para todos.