miércoles, mayo 27, 2015

La primavera española


Por Rafael Hernández Bolívar

“Se acabó el invierno y llega la primavera… hemos salido más que vivos de un invierno en trincheras enfangadas en el que nuestro adversario pensaba derrotarnos”,  ha dicho Pablo Iglesias. De esta manera, el líder de Podemos saludaba el gran avance que las fuerzas del cambio han alcanzado en las elecciones municipales y autonómicas del pasado domingo 24 de mayo. 
Un invierno signado por  la modorra y la desesperanza incubadas por una larga transición de la dictadura franquista a una democracia chucuta, de élites y de complicidades. Marcado también por el adormecimiento de la movilización popular y la renuncia a las reivindicaciones. Y, más recientemente, acompañado por ataques inmisericordes y calumniosos contra los dirigentes y contra las formulaciones  políticas transformadoras generadas al calor de la insurgencia de Podemos.
Pero puede más la voluntad de lucha y la fe en el pueblo. Y es que en España el bloque político para el cambio se está construyendo con una fórmula infalible: Desde el pueblo; a partir de los problemas creados por una sociedad estructurada para favorecer los intereses del gran capital; sobre la organización, la movilización y la lucha de los ciudadanos.
La calle se llenó de gritos de protestas ante una clase política corrupta y servil frente a los intereses de los grandes capitales, a la par que displicente a las exigencias de las grandes mayorías. La protesta tomó cuerpo de indignación en las plazas y se movilizó por las ciudades. La gente desveló la trama de corrupción y la disposición de los gobiernos de la derecha a sacrificar al pueblo en aras de los banqueros, del gran capital y del mercado.
La derrota propinada al Partido Popular en los más importantes bastiones del país no deja dudas sobre la consolidación de una decidida voluntad de cambio. Aún no se ha roto el espinazo del bipartidismo; pero, se resiente de fisuras y fracturas y no luce factible su recuperación de las heridas, sino el empeoramiento de su gravedad.

domingo, mayo 24, 2015

África: Mas que solidaridad, ¡compensación!


Por: Rafael Hernández Bolívar

Europa asume la dramática situación de los emigrantes africanos con una regateada solidaridad cuando en realidad está obligada a compensar al continente por los daños ocasionados en siglos de relación  perniciosa.

Crecimiento del flujo migratorio
Ya en año 2002, Luis de Sebastián, estudioso de la economía africana, llamaba la atención sobre los datos económicos que indicaban el crecimiento del flujo migratorio hacia Europa y la necesidad de atenderlo en una repuesta europea global. Más adelante, en el 2006, en su libro África, el pecado de Europa, ese llamado de atención lo resume en dramática alerta: “Ya nadie ni nada los va a parar, y tendremos que cargar en Europa con las consecuencias de que nuestra presencia en el continente africano no haya sido más constructiva, humana y justa”.
No se trata de que el migrante sale en busca de mejores oportunidades de vida. En realidad, la explicación es terrible: Viene huyendo del infierno, del subdesarrollo, de la ausencia de futuro, de la muerte por enfermedades y carencias. Un niño recién nacido en las zonas depauperadas de África que llega a Europa aumenta en cuarenta años sus posibilidades estadísticas de vida.
Hace trece años, cuando el autor decía estas cosas, lo hacía a partir, básicamente, de consideraciones económicas y sociales. El devenir de los tiempos nos ha traído nuevas y terribles calamidades que han acentuado con creces las razones migraciones: La invasión a Irak, la desestabilización de Siria y la reiteración de enfrentamientos tribales, guerras civiles, Estado islámico, la “primavera árabe”, etc., y, con todo ello, la abundante cosecha de hambre, miserias, enfermedades y muerte. 
Por eso,  quienes llegan a las costas africanas del Mediterráneo o a las vallas de Ceuta y Melilla son los sobrevivientes  de una larguísima caravana fúnebre que ha venido abandonando cadáveres a lo largo del camino, en las arenas del desierto, en las escaramuzas de los enfrentamientos, en los desmanes sangrientos de los regímenes despóticos, en las noches de soledad y pillaje, en el desamparo de la inanición y el hambre.
No hay tapón que pueda detenerlos.  Si les arman una valla de dos metros de altura, al poco tiempo tendrán que subirla a seis y, a pocos meses, en lugar de una, tiene que hacerse una segunda valla. La desesperación no tiene amarras. Intentarán cruzar el mar en balsas improvisadas, camuflados dentro de maletas, en largas travesías, en aventuras insólitas.

El pecado de Europa
Se ha dicho -con evidente razón- que “África no es un continente pobre, sino empobrecido; no es marginal, sino marginado…”. Pero no se ha insistido bastante sobre las razones por las cuales llegó a esa situación ni se ha dilucidado con meridiana claridad sus responsables.  No se mira que sus recursos naturales fueron diezmados, los conflictos ancestrales fueron estimulados y aprovechados en beneficio de los invasores, sus sistemas de comercio y de producción destruidos y sustituidos por relaciones absolutamente provechosas para los centros imperialistas. 
El desarrollo actual de Europa debe mucho al superávit obtenido de la explotación, la expropiación y la esclavización que sufrió África en los siglos de funesta relación con Europa.  Estos lodos vienen de aquellos polvos.
Luis de Sebastián, lo resume así: “Casi todas las naciones de Europa Occidental, sean protestantes o católicas, tienen las manos manchadas de sangre africana. No vale escudarse tras el argumento de que nuestras generaciones no son ni esclavistas ni colonizadoras. La sangre empapa los escudos familiares y las sucesivas generaciones de descendientes de quienes perpetraron la infamia. Seguimos viviendo de las riquezas que nuestros antepasados acumularon con la esclavitud, con el trabajo de las minas y de las plantaciones y con el comercio desigual, o, en todo caso, esas riquezas fueron base de nuestro bienestar actual y de nuestro nivel de desarrollo”.
Es necesario ver la crisis creada por las migraciones masivas de africanos hacia Europa con una visión más justa y más apegada a la realidad de su historia. Los gobernantes y los ciudadanos europeos deben asumirla en la perspectiva de la obligación y de la responsabilidad. No pueden tratarla como una acción solidaria que se apoya con los sobrantes del festín, a la par que se invierten grandes recursos para tapar los agujeros por donde puedan eventualmente colarse los desesperados.
Hay que agilizar y liberalizar los trámites administrativos que posibiliten una acogida legal. Ampliar las cuotas de inmigrantes y diseñar sistemas para su integración. Hay que ayudar a resolver los focos de conflictos militares, políticos y raciales que constituyen la gran presión para la migración y la huida. Y sobre todo, hay que favorecer la búsqueda del propio desarrollo africano en términos económicos, sanitarios, educativos, políticos. 
Es la manera de saldar una deuda y reparar, por lo menos en parte, el daño.

Es justicia
Gobiernos orientados por los intereses de los grandes capitales no prestan oídos al clamor de los condenados de la tierra. Ni hacen caso alguno a la historia y sus exigencias de compensación y justicia. Sólo piensan en atrincherarse para protegerse. Pero los ciudadanos deben tomar conciencia de la grave situación, sumar su voz de indignación ante el drama africano y exigir justicia.
Bien vale recordar a Mandela: “Superar la  pobreza no es un acto de caridad. Es la protección de un derecho humano fundamental, el derecho a la dignidad y a una vida decente… Reconoced que el mundo esta hambriento de acción, no de palabras. A veces le toca a una generación ser grande. Vosotros podéis ser esa generación grande. Dejad que florezca vuestra grandeza. La tarea, por supuesto, no será fácil. Pero no hacerlo será un crimen contra la humanidad, contra el cual pido a toda la humanidad que se alce.”

domingo, mayo 17, 2015

La apuesta de Monedero


Por Rafael Hernández Bolívar

La decisión de Juan Carlos Monedero de renunciar a la Dirección Nacional de Podemos debe ser contextualizada a la luz de los avatares que trae consigo el surgimiento de una opción de cambio en la compleja situación política española.

La renuncia
En plena campaña de elecciones municipales, el pasado jueves 30 de abril, Juan Carlos Monedero, uno de los dirigentes principales de Podemos, renunció a la Dirección Nacional del partido. Igualmente manifestó su decisión de intensificar su relación y su trabajo con la gente que se identifica con las concepciones y las propuestas revolucionarias de la organización.
Las interpretaciones que han dado los medios españoles a esta renuncia tienen una naturaleza variopinta. Piensan, por un lado, que las posiciones claramente radicales de Monedero han espantado a sectores de la clase media y cuyo efecto se evidenciaría en un descenso de la posición de Podemos en las encuestas. En concordancia con la línea de propaganda de la derecha de desinflar “el fenómeno Podemos”, proclaman que el proyecto hace aguas. Otros atribuyen la salida a peleas por el liderazgo y al reparto de cuotas de poder ante el eventual crecimiento de Podemos. Acostumbrados a la política de palacio, de las cúpulas y a las intrigas, a  la derecha todo esto le resulta incomprensible.

Izquierdas y derechas
En los partidos políticos españoles hay una clara jerarquía personal en la toma de decisiones. El Presidente del partido, más allá de las formalidades, tiene la última palabra en decisiones clave como, por ejemplo, en la escogencia de los candidatos en un proceso electoral. Así, para las elecciones del próximo 24 de mayo, la candidata por el Partido Popular para la Alcaldía de Madrid, Esperanza Aguirre, estuvo meses en vilo, hasta que Rajoy, presidente del partido, decidió designarla.
Ni los ciudadanos ni los militantes cuestionan esta manera de tomar decisiones sobre asuntos tan importantes. El jefe político actúa como el general de un ejército y exige de sus partidarios incondicionalidad y obediencia.
La decisión de Juan Carlos Monedero sólo es asimilable por la vieja política española como un desencuentro con el jefe político de Podemos. Pero lo que realmente ocurre obedece a una dinámica nueva. Responde a la apuesta por las bases, a la voluntad de acudir a ellas para configurar nuevas salidas y nuevas decisiones.
El escritor español Gregorio Morán decía hace pocos días que puede ser cierto, por lo menos para algunos períodos de la historia reciente, eso de que en España no tiene sentido hablar de izquierdas y derechas porque ocurre que no hay izquierdas. Aunque se aprecia con claridad la derecha en su conducta y en sus planteamientos, no resulta fácil identificar a la izquierda; pues, ésta ha venido asumiendo el discurso, el comportamiento y las iniciativas políticas en los mismos términos que lo asume la derecha.
¿Se distingue hoy el PSOE del Partido Popular? La corrupción que arropa a todo el sistema político español, ¿ha dejado indemne a algún partido? ¿Hay algún partido que sea hoy referente moral de un comportamiento honesto en la gestión pública?
A casi cuarenta años de la muerte de Franco, siguen marcando la política española las piedras angulares que delimitaron los poderes y la influencia en la transición. Esto es, el acuerdo, la tolerancia cómplice en el manejo del Estado y la defensa compacta de los intereses del poder económico.

La idea de la centralidad
Podemos sostiene la centralidad como la estrategia política para ganar y agrupar a las mayorías en función del cambio. Se trata de construir un bloque político a partir de las preocupaciones, de los intereses y de las reivindicaciones de los españoles. Esta centralidad no es ideológica sino política. En ese sentido, se trataría de los puntos de coincidencia que saquen el debate de las consideraciones de izquierdas y derechas y lo centren en la necesidad de combatir la corrupción, incentivar la economía, preservar y aumentar el deteriorado estado de bienestar y abrir canales para la profundización de la democracia.
Esta idea orienta la estrategia de Podemos. La diferencia tiene que ver con las concepciones tácticas de cómo lograrlo. Y es allí precisamente en dónde adquiere rostro propio la posición de Juan Carlos Monedero.
“Nosotros entendimos que la televisión era el tren que los alemanes pusieron a Lenin para ir a Finlandia. ¡Coño, pero luego tienes que bajarte del tren, reunirte con la gente!”, dice Monedero. Establecido el contacto con las masas, hay que escucharlas, hay que ganarlas para la participación y el protagonismo, para la organización y el empoderamiento. “Es un presupuesto zapatista: cualquier persona tiene que mandar obedeciendo y eso es lo que tiene que hacer Podemos. Tiene que escuchar a sus bases y sus bases son las que mandatan.” Tal acercamiento debe hacerse con transparencia y con fe en el pueblo.
“Hay otro problema: nuestra moderación –indica Monedero-. La moderación desarmaría a Podemos. Lo peor que le puede pasar es que cuando hable algún líder se sepa de antemano lo que va a decir… Las clases medias no necesitan golpecitos en el hombro para tranquilizarlas; necesitan herramientas de indignación frente a gente que nos está arañando”.
La apuesta de Monedero es por la gente. Entiende que la estrategia no se define en discusiones interminables dentro de una organismo colegiado. Se resuelve acudiendo a los que mandan.

miércoles, mayo 13, 2015

Racismo para distraer


Por Rafael Hernández Bolívar

Las víctimas de la violación de derechos humanos y de derechos civiles por parte del Estado norteamericano, son pobres, independientes de su raza. Sin embargo, la prensa, las movilizaciones y la opinión pública insisten en caracterizar las muertes y abusos ejecutados por la policía como episodios de discriminación racial.
La Bureau of Justice Statistics, (http://www.bjs.gov) registra las muertes bajo custodia policial, así: 41,7% blancos, 31,7% afroamericanos y 20,3% hispanos. Es decir, el grupo racial mayoritario (blancos) ocupa también el primer lugar como víctimas. El bajo porcentaje hispano quizás se deba su condición de inmigrante más reciente, legal o ilegal, que evita confrontar a la policía en términos de reclamos de derecho que si hacen los negros al ser, como son, norteamericanos de nacimiento. 
Por otra parte, las autoridades responsables de garantizar los derechos humanos y civiles no son exclusivamente blancos. Así, en el caso de Freddie Gray, detonante de los recientes disturbios en Baltimore, la situación es como sigue: El presidente de los EEUU es negro; el gobernador del estado es blanco; la coordinadora de las operaciones militares en el Estado de Maryland, la general de división Linda Singh, es negra; la alcaldesa de la ciudad, Stephanie Rawlings-Blake, es negra; la fiscal que actúa en el caso, Marilyn Mosby, es negra y, de los policías victimarios, hay tres blancos y tres negros. Podría objetarse que no importan los responsables sino la política de discriminación que utiliza como instrumentos incluso a miembros del grupo racial discriminado. Pero no lucen evidentes argumentos a favor de esa tesis.
Para la clase privilegiada norteamericana le resulta favorable y cómodo abordar el problema de la violencia institucionalizada de la policía como un problema racial. De esta manera, esconde el drama de una sociedad estructurada para el usufructo de minorías sobre la base de la explotación y la exclusión de las mayorías. 

jueves, mayo 07, 2015

Superar el racismo


Por Rafael Hernández Bolívar

Destacar la muerte de negros pobres norteamericanos a manos de la policía como manifestación de racismo es ocultar la verdadera razón: Lucha de clases dentro de una sociedad injusta y excluyente.
Protestas por asesinato de Freddie Gray
La ciudad de Baltimore fue escenario de indignadas protestas durante la semana pasada. La policía, una vez más, es responsable de la muerte de un ciudadano arrestado de manera violenta e ilegal. El maltrato durante el arresto provocó una herida en la médula espinal de Freddie Gray (25 años) y, como consecuencia de esta lesión, su muerte, después de seis días en coma. El joven fue perseguido y golpeado por la policía porque a los agentes les pareció sospechoso que intentara evadir el lugar ocupado por ellos. Al momento de justificar el arresto, señalaron como motivo la posesión de un cuchillo que, por lo demás, no es un arma prohibida en el Estado de Maryland. Es decir no había delito alguno.
Las protestas arrojaron cientos de detenidos, una veintena de policías heridos y muchos comercios incendiados o saqueados. La calma retornó a la ciudad sólo cuando, Marilyn Mosby, fiscal estatal por la ciudad de Baltimore, calificó la muerte de Gray como homicidio y presentó cargos contra los seis policías involucrados. 
La prensa calificó el asesinato como brutalidad policial racista y, en general, a las movilizaciones y confrontaciones con la policía, como conflictos raciales.
Baltimore, un barril de pólvora
La ciudad de Baltimore está en el estado de Maryland. Su población es de unos seiscientos  mil habitantes. Su composición racial es mayoritariamente negra, un 63% del total. Sin embargo, lo característico es la ausencia de posibilidades y recursos. En sectores de la ciudad como donde habitaba Freddie Gray, el desempleo llega hasta el 20 por ciento. Un 23% de los habitantes de la ciudad vive por debajo del umbral de pobreza en barrios con graves problemas de delincuencia, de drogas y de violencia. La policía mantiene sobre los mismos una permanente vigilancia presencial y de cámaras ubicadas en sus calles. También son permanentes el hostigamiento y los eventos represivos violentos.  El barrio donde vivía el joven muerto por la policía puntea con el más alto índice de personas encarceladas en todo el estado de Maryland.
En ese cuadro, son frecuentes las muertes que enlutan a las familias. Abundan ejemplos de personas con familiares cercanos que han sido víctimas de estas prácticas. De hecho, tanto la fiscal del Estado para Baltimore como la alcaldesa de la ciudad, han perdido familiares en hechos de violencia, un primo de 17 años en 1994, en el primer caso y, un primo de 20 años en 2013, para el caso de la alcaldesa. 
Racismo para distraer
Las estadísticas demuestran que las víctimas de la violencia policial o, más propiamente dicho, las víctimas de la violación de derechos humanos y de la violación de derechos civiles por parte del Estado norteamericano, son casi exclusivamente pobres, independientes de su raza. Sin embargo, la prensa, las movilizaciones y la opinión pública insisten en caracterizar las muertes y abusos ejecutados por la policía como episodios de discriminación racial.
La Agencia Estadística de Justicia (Bureau of Justice Statistics, http://www.bjs.gov) registra que la distribución de las muertes producidas  bajo custodia policial es la siguiente: 41,7% blancos, 31,7% afroamericanos y 20,3% hispanos. Es decir el grupo racial mayoritario (blancos) ocupa también el primer lugar como víctimas de la violencia policial. Quizás llame la atención el hecho de que las víctimas hispanas sean porcentualmente menores que las víctimas negras, comprensible tal vez porque siendo los hispanos inmigrantes recientes, legales o ilegales, evitan confrontar a la policía en términos de reclamos de derecho que si hacen los negros al ser, como son, norteamericanos de nacimiento. Pero lo que si es indudable es que la violencia se ejerce contra los pobres, contra los excluidos sean de la raza que sean.
Por otra parte, en el caso de Freddie Gray, las autoridades responsables de garantizar sus derechos humanos y civiles se conforman así: El presidente de los EEUU es negro; el gobernador del estado es blanco; la coordinadora de las operaciones militares en el Estado de Maryland, la general de división Linda Singh, es negra; la alcaldesa de la ciudad, Sephanie Rawlings-Blake, es negra, la fiscal que actúa en el caso, Marilyn Mosby, es negra; la víctima también lo es y de los policías victimarios hay tres blancos y tres negros. Podría objetarse que no importan los responsables sino la política de discriminación que, en este caso, utiliza como instrumentos incluso miembros del grupo racial discriminado. Pero no lucen evidentes argumentos a favor de esa tesis.
Ver la pobreza, orientar la lucha
Para la clase privilegiada norteamericana le resulta favorable y cómodo abordar el problema de la violencia insitucionalizada de la policía como un problema racial. De esta manera, esconde el drama de una sociedad estructurada para el usufructo de minorías sobre la base de la explotación y la exclusión de las mayorías. Se convierte en un problema de los negros y de quienes se solidaricen con ellos y las exigencias se limitan a condenar los ejecutores de los abusos. Pero si se apunta a la desigualdad y a la pobreza se identificaran los verdaderos mecanismos y los verdaderos responsables, dando espacio para la lucha de todos los afectados (negros, blancos, indios, hispanos, etc.) en un solo bloque social unitario, poderoso y combativo.
Hay una negación a ver la realidad en esos términos. Quizás, por ello, la actriz Scalett Jhohansson, recordando su infancia de estrecheces, decía hace apenas una semana: "Hay 16 millones de niños sufriendo hambre en nuestro país. Eso es uno de cada cinco hijas, hijos, vecinos, compañeros de clase que no saben cuándo comerán de nuevo, mientras millones de kilos de buena comida se desperdician cada año. Es hora de que hagamos algo".

miércoles, mayo 06, 2015

La parola vergogna


Por: Rafael Hernández Bolívar

Esta palabra, curiosamente, hermana al Papa Francisco, al filósofo Jean-Paul Sartre y al revolucionario Carlos Marx.  
“Me viene la palabra vergüenza… Es una vergüenza”, dijo el Papa Francisco ante la imagen terrible de 360 cadáveres africanos en las playas de Lampedusa el 3 de octubre de 2013. Pero, ante su llamado, la Unión Europea apenas hizo un gesto y los africanos continúan ahogándose en el Mediterráneo. 3.500 para el 2014, más de 2000 en lo que va de año. 
“Vergüenza”, dijo Sartre, en el Prólogo al libro Los condenados de la Tierra de Frantz Fanon,  para referirse al sentimiento de pena que despertaba en los europeos la conciencia del daño que le había infringido Europa a la sufrida África durante siglos de colonialismo y explotación. 
Marx, quien se sitió avergonzado por los atropellos que hacía a la libertad y a la democracia el Estado alemán, antes que ambos, había dicho, sin embargo: “La vergüenza es un sentimiento revolucionario”. 
Porque quien se avergüenza -de su pasado, de sus actos o de sus omisiones- adquiere conciencia de su responsabilidad. De allí surgiría la decisión de enmienda, el deseo de remediar los males y la acción para construir otra realidad. 
Pero en Europa no hay vergüenza. Por lo menos, entre las clases dirigentes que toman las decisiones. No hay sensibilidad ni humanismo. El que hay, como dijo Sartre, es un humanismo racista que “no ha podido hacerse hombre sino fabricando esclavos y monstruos… Helo aquí desnudo y nada hermoso: no era sino una ideología mentirosa, la exquisita justificación del pillaje… Nuestros caros valores pierden sus alas; si los contemplamos de cerca, no encontraremos uno solo que no esté manchado de sangre”.
La esperanza, una vez más, es el pueblo. Asumir la vergüenza y la lucha. Inundar las calles con la voz de los oprimidos y crecer en la solidaridad y en la conquista de otro mundo posible. Acabar con el imperialismo, esa forma de relación expoliadora que establecen los centros de poder mundial para saquear a los pueblos y condenarlos a la dominación y la miseria.

domingo, mayo 03, 2015

La Europa desalmada


Por Rafael Hernández Bolívar

Más de mil doscientos africanos murieron ahogados en las aguas del Mediterráneo en los cinco días que van del 15 al 19 de abril del presente año. Venían huyendo de los conflictos armados, de los países destruidos por las guerras de invasión imperialista, del hambre y de la pobreza generadas por décadas de saqueo neocolonial. 

Cementerio flotante
Al amanecer del pasado 19 de abril, lanchas de rescatistas navegaron esquivando los 800 cadáveres que flotaban en el mar. Buscaban sobrevivientes. Sólo lograron salvar a 28 de los desesperados pasajeros que habían partido 24 horas antes de las costas de Libia. Cuatro días atrás, la cifra de muertos sumaba cuatrocientos frente a las costas de Calabria, al sur de Italia. En total, grosso modo, unos mil doscientos muertos fue la cosecha macabra de esa semana. 
No obstante, esto es apenas un episodio de un torturante goteo de muerte. El número de víctimas se multiplica. Un goteo diario deja sembrado de muerte los desiertos, el fuego cruzado, las persecuciones y toda clase de violaciones de derechos humanos a lo largo de un continente sufrido, víctima de todos los desmanes. Se calcula que el año pasado murieron tres mil quinientas personas intentando cruzar el mediterráneo, un promedio de diez personas cada día.
Europa ha blindado sus fronteras terrestres a África y dificultado las vías legales de acceso a su territorio desde ese continente. De esta manera, obliga a las desesperadas víctimas de la guerra y el hambre a la migración por el mar. Además, de las vallas fronterizas de Ceuta y Melilla, escenarios de las crueles prácticas de repatriaciones en caliente y del doloroso espectáculo de hombres sin esperanzas en lo alto de tres cercas de protección, España ha contado con la eficiente colaboración de las autoridades marroquíes para frenar el flujo de los desplazados subsaharianos que huyen del hambre, las enfermedades y la violencia. Otros países con mucho menos recursos y más dificultades que Europa han tenido que asumir gran parte de la tragedia. En Turquía hay millón y medio de refugiados, en Libia un millón y en Jordania seiscientos mil. La suma de todos los países europeos durante 2014 fue de 218.000. 

La respuesta europea
La dimensión del drama golpea las conciencias. Zeid Ra'ad Al Hussein, jefe de Derechos Humanos de la ONU, acusa: “Europa está dándole la espalda a algunos de los inmigrantes más vulnerables del mundo y se arriesga a convertir el Mediterráneo en un vasto cementerio”. 
Los Jefes de Estado y de Gobierno de Europa, presionados por la opinión pública de sus países, se han visto obligados a reunirse en Bruselas el pasado 23 de abril. En una muestra incomparable de cinismo, al tiempo que guardan un minuto de silencio por las víctimas de los naufragios, deciden incrementar sus esfuerzos, no para salvar vidas en el mar, sino para reforzar y hacer impenetrables las fronteras europeas. 
Y van a más: Apuntan a la destrucción de las embarcaciones que llevan refugiados a Europa. ¿Cuáles embarcaciones? Las que la mafia compra o roba a los pescadores libios arruinados por la guerra.
“La solución está en África”, dicen. Y cuando se esperaba que formularan planes para aliviar el hambre y la guerra generadas por la invasión a Libia, por la desestabilización de Siria y por el sin fin de conflictos promovidos al vaivén de los intereses imperialistas, anuncian que van a combatir las “mafias de los traficantes de inmigrantes”. Aparece entre los argumentos, aunque usted no lo crea, la idea de que el salvamento de naves en zozobra tiene un “efecto llamada” sobre quienes se aventuran a cruzar el Mediterráneo: la certeza de que serán socorridos y salvados y, en consecuencia, incentivaría nuevos intentos.

La parola vergogna
Esta palabra, curiosamente, hermana al Papa Francisco, al filósofo Jean-Paul Sartre y al revolucionario Carlos Marx.  
“Me viene la palabra vergüenza… Es una vergüenza”, dijo el Papa Francisco ante la imagen terrible de 360 cadáveres africanos en las playas de Lampedusa el 3 de octubre de 2013. “Vergüenza”, dijo Sartre, en el Prólogo al libro Los condenados de la Tierra de Frantz Fanon,  para referirse al sentimiento de pena que despertaba en los europeos la conciencia del daño que le había infringido Europa a la sufrida África durante siglos de colonialismo y explotación. 
Marx, quien se sitió avergonzado de los atropellos que hacía el Estado alemán a la libertad y a la democracia, había dicho, sin embargo: “La vergüenza es un sentimiento revolucionario”.
Porque quien se avergüenza -de su pasado, de sus actos o de sus omisiones- adquiere conciencia de su responsabilidad. De allí surgiría la decisión de enmienda, el deseo de remediar los males y la acción para construir otra realidad. 
Pero en Europa no hay vergüenza. Por lo menos, entre las clases dirigentes que toman las decisiones. No hay sensibilidad ni humanismo. El que hay, como dijo Sartre, es un humanismo racista que “no ha podido hacerse hombre sino fabricando esclavos y monstruos… Helo aquí desnudo y nada hermoso: no era sino una ideología mentirosa, la exquisita justificación del pillaje… Nuestros caros valores pierden sus alas; si los contemplamos de cerca, no encontraremos uno solo que no esté manchado de sangre”.
La esperanza, una vez más, es el pueblo. Asumir la vergüenza y la lucha. Inundar las calles con la voz de los oprimidos y crecer en la solidaridad y en la conquista de otro mundo posible. Acabar con el imperialismo, esa forma de relación expoliadora que establecen los centros de poder mundial para saquear a los pueblos y condenarlos a la dominación y la miseria.