viernes, enero 15, 2016

La critica paralizante


Por Rafael Hernández Bolívar

Marx decía que no se trata de interpretar al mundo sino de transformarlo. También es verdad que para transformar en un sentido o en otro, es necesario interpretar. Actuar sin hacerlo es correr el riesgo de incurrir en errores graves y crear situaciones contrarias a nuestros propósitos. Sólo podemos evitar estos desenlaces si justipreciamos lo que está en juego y valoramos correctamente factores, obstáculos, alianzas y, sobre todo, amigos y adversarios, y dentro de estos últimos, a los verdaderos enemigos. Es un proceso simultáneo, único.

Pero la transformación es el norte. Interpretamos en función de nuestros planes, de nuestros objetivos, de lo que nos proponemos, de las reivindicaciones políticas, sociales y económicas de las grandes mayorías de nuestro país. No es un ejercicio contemplativo, justificado por si mismo. Es un esfuerzo por desentrañar las raíces y la naturaleza de los problemas que confrontamos, que incluye la crítica (evaluación, valoración) de nuestro propio desempeño, de lo acertado o extraviado con que actuamos o asumimos nuestras responsabilidades, los saldos organizativos derivados de esas acciones.

Para asumir la acción política en estos términos hay una razón tan obvia que avergüenza: El enemigo no está a la espera de la resolución de nuestros conflictos e interpretaciones. Está, eso si, a la caza de nuestros errores, de nuestras debilidades y vacilaciones, para inferirnos graves daños.

Me viene a la imagen una batalla feroz, donde la supervivencia de un ejército depende -¡mire usted!- del ejercicio permanente y centelleante de la crítica de los movimientos, de los soldados, de los recursos, de las oportunidades y de los objetivos que se propone. Pero las decisiones que se desprenden de esa evaluación crítica no paralizan las acciones. Quien dirige evalúa la fortaleza del enemigo, sus puntos vulnerables, se pregunta si es posible la victoria y para ello es necesario avanzar o, por lo contrario, es aconsejable la retirada, si es posible hacerla causando daño al enemigo a la par que se conservan fuerzas para emprender nuevos ataques, etc., al tiempo que se protege del fuego enemigo y dispara procurando acertar. La indecisión o la paralización de las maniobras en esas circunstancias conducirán a la derrota.

Siento que mucha de la discusión que hoy tenemos a propósito de los resultados electorales de diciembre no se hace con este criterio sino más bien como orientada por una concepción episódica o como una etapa que podemos separar en el tiempo: Nos reunimos ,discutimos a profundidad la situación hasta clavar los dientes en la médula, digerimos nuestras apreciaciones, llegamos a un consenso y retornamos al campo de batalla. Pues bien, aún suponiendo erróneamente que el enemigo no aprovecharía ese tiempo para destrozarnos, con alta probabilidad al salir ya claros de la discusión nos encontraremos que el escenario ha cambiado y el campo de batalla es otro, tornando inservibles nuestras trabajadas conclusiones.

La crítica debe ser una actividad permanente. Sólo así tienen sentido nuestros esfuerzos por elaborar la crítica de lo que hacemos y de lo que obtenemos, sean victorias o derrotas. Pero jamás abandonar el campo de batalla ni renunciar a la iniciativa política. Cada espacio que abandonemos será ocupado por enemigos nacionales o foráneos que no han cesado sus ataques y hoy están envalentonados por su victoria electoral.

A mas de un mes de las elecciones parlamentarias aun no luce clara la estrategia que permita fortalecer nuestras fuerzas en las zonas ganadas por nosotros, recuperar apoyos perdidos (tanto los que se abstuvieron de participar en el proceso electoral como los que decidieron votar en contra) y elaborar tácticas que posibiliten arrebatar algunos apoyos con los cuales ha contado la derecha en los últimos tiempos.

Hemos perdido mucho tiempo en buscar culpables circunstanciales -¡que los hay!- antes que identificar las causas profundas que nos condujeron a esta derrota. Existen, por supuesto, responsables de la situación. Pero también un enemigo que despliega todos sus recursos y compromete acuerdos y tareas en función de obtener la victoria. Hacer una crítica que fija toda su atención en nosotros, como que si la otra parte no existiera no sólo es errónea en tanto deja por fuera una parte fundamental de la realidad sino también porque resulta paralizante cuando no derrotista.

Y es que en esto hay cierta concepción metafísica de la crítica. No se entiende como un proceso dialectico que debe desarrollarse a diario en todas las tareas cotidianas de la Revolución, tanto en los éxitos como en los fracasos. No es común que revisemos nuestras victorias ni que nos preguntemos sí realmente son victorias y no trabajos que hacemos a favor del enemigo.

Celebro la crítica. Pero me desconsuela cuando quien la hace no tiene presente los factores reales contra los que luchamos. ¿No hay una política de sabotaje económico dirigido a ganar a sectores del pueblo contra el gobierno revolucionario? ¿No hay una conspiración mediática contra Venezuela a nivel internacional?

Conductas de algunos altos personeros del gobierno han acentuado los errores y han dado motivos ciertos para la decepción de la gente. ¡Esta cuenta debe ser saldada ahora, sin dilaciones! Pero a la luz de los hechos y no con crítica entendida como ataques despiadados que parecen más alimentados por la venganza -¡vaya a usted a saber por qué!- de quienes desde un pedestal predican la culpabilidad de los otros.
La Revolución no espera: O avanza o se muere.