domingo, mayo 24, 2015

África: Mas que solidaridad, ¡compensación!


Por: Rafael Hernández Bolívar

Europa asume la dramática situación de los emigrantes africanos con una regateada solidaridad cuando en realidad está obligada a compensar al continente por los daños ocasionados en siglos de relación  perniciosa.

Crecimiento del flujo migratorio
Ya en año 2002, Luis de Sebastián, estudioso de la economía africana, llamaba la atención sobre los datos económicos que indicaban el crecimiento del flujo migratorio hacia Europa y la necesidad de atenderlo en una repuesta europea global. Más adelante, en el 2006, en su libro África, el pecado de Europa, ese llamado de atención lo resume en dramática alerta: “Ya nadie ni nada los va a parar, y tendremos que cargar en Europa con las consecuencias de que nuestra presencia en el continente africano no haya sido más constructiva, humana y justa”.
No se trata de que el migrante sale en busca de mejores oportunidades de vida. En realidad, la explicación es terrible: Viene huyendo del infierno, del subdesarrollo, de la ausencia de futuro, de la muerte por enfermedades y carencias. Un niño recién nacido en las zonas depauperadas de África que llega a Europa aumenta en cuarenta años sus posibilidades estadísticas de vida.
Hace trece años, cuando el autor decía estas cosas, lo hacía a partir, básicamente, de consideraciones económicas y sociales. El devenir de los tiempos nos ha traído nuevas y terribles calamidades que han acentuado con creces las razones migraciones: La invasión a Irak, la desestabilización de Siria y la reiteración de enfrentamientos tribales, guerras civiles, Estado islámico, la “primavera árabe”, etc., y, con todo ello, la abundante cosecha de hambre, miserias, enfermedades y muerte. 
Por eso,  quienes llegan a las costas africanas del Mediterráneo o a las vallas de Ceuta y Melilla son los sobrevivientes  de una larguísima caravana fúnebre que ha venido abandonando cadáveres a lo largo del camino, en las arenas del desierto, en las escaramuzas de los enfrentamientos, en los desmanes sangrientos de los regímenes despóticos, en las noches de soledad y pillaje, en el desamparo de la inanición y el hambre.
No hay tapón que pueda detenerlos.  Si les arman una valla de dos metros de altura, al poco tiempo tendrán que subirla a seis y, a pocos meses, en lugar de una, tiene que hacerse una segunda valla. La desesperación no tiene amarras. Intentarán cruzar el mar en balsas improvisadas, camuflados dentro de maletas, en largas travesías, en aventuras insólitas.

El pecado de Europa
Se ha dicho -con evidente razón- que “África no es un continente pobre, sino empobrecido; no es marginal, sino marginado…”. Pero no se ha insistido bastante sobre las razones por las cuales llegó a esa situación ni se ha dilucidado con meridiana claridad sus responsables.  No se mira que sus recursos naturales fueron diezmados, los conflictos ancestrales fueron estimulados y aprovechados en beneficio de los invasores, sus sistemas de comercio y de producción destruidos y sustituidos por relaciones absolutamente provechosas para los centros imperialistas. 
El desarrollo actual de Europa debe mucho al superávit obtenido de la explotación, la expropiación y la esclavización que sufrió África en los siglos de funesta relación con Europa.  Estos lodos vienen de aquellos polvos.
Luis de Sebastián, lo resume así: “Casi todas las naciones de Europa Occidental, sean protestantes o católicas, tienen las manos manchadas de sangre africana. No vale escudarse tras el argumento de que nuestras generaciones no son ni esclavistas ni colonizadoras. La sangre empapa los escudos familiares y las sucesivas generaciones de descendientes de quienes perpetraron la infamia. Seguimos viviendo de las riquezas que nuestros antepasados acumularon con la esclavitud, con el trabajo de las minas y de las plantaciones y con el comercio desigual, o, en todo caso, esas riquezas fueron base de nuestro bienestar actual y de nuestro nivel de desarrollo”.
Es necesario ver la crisis creada por las migraciones masivas de africanos hacia Europa con una visión más justa y más apegada a la realidad de su historia. Los gobernantes y los ciudadanos europeos deben asumirla en la perspectiva de la obligación y de la responsabilidad. No pueden tratarla como una acción solidaria que se apoya con los sobrantes del festín, a la par que se invierten grandes recursos para tapar los agujeros por donde puedan eventualmente colarse los desesperados.
Hay que agilizar y liberalizar los trámites administrativos que posibiliten una acogida legal. Ampliar las cuotas de inmigrantes y diseñar sistemas para su integración. Hay que ayudar a resolver los focos de conflictos militares, políticos y raciales que constituyen la gran presión para la migración y la huida. Y sobre todo, hay que favorecer la búsqueda del propio desarrollo africano en términos económicos, sanitarios, educativos, políticos. 
Es la manera de saldar una deuda y reparar, por lo menos en parte, el daño.

Es justicia
Gobiernos orientados por los intereses de los grandes capitales no prestan oídos al clamor de los condenados de la tierra. Ni hacen caso alguno a la historia y sus exigencias de compensación y justicia. Sólo piensan en atrincherarse para protegerse. Pero los ciudadanos deben tomar conciencia de la grave situación, sumar su voz de indignación ante el drama africano y exigir justicia.
Bien vale recordar a Mandela: “Superar la  pobreza no es un acto de caridad. Es la protección de un derecho humano fundamental, el derecho a la dignidad y a una vida decente… Reconoced que el mundo esta hambriento de acción, no de palabras. A veces le toca a una generación ser grande. Vosotros podéis ser esa generación grande. Dejad que florezca vuestra grandeza. La tarea, por supuesto, no será fácil. Pero no hacerlo será un crimen contra la humanidad, contra el cual pido a toda la humanidad que se alce.”