martes, junio 06, 2017

Una muerte en la conciencia


Por Rafael Hernández Bolívar

Todos los venezolanos tenemos sobre nuestra atribulada conciencia las muertes que nos trajo la conspiración, la irracionalidad y la violencia.

Culpables de este terrible asesinato son los instigadores que sembraron mentira y odio. Culpables son los ejecutores -azuzados o por voluntad propia- que agredieron de manera inclemente los cuerpos desvalidos. Culpables los que fallaron en su responsabilidad de proteger la vida de humildes ciudadanos y culpables también los indiferentes, los impolutos, los que están por encima del bien y del mal, y cuya pulcritud llena de asco la historia.

De todas esas muertes, destaca por su aberrante crueldad y el terrible dolor a que fue sometido el cuerpo joven de Orlando Figuera. Este Cristo inocente de la Venezuela de estos días fue acorralado por la jauría, apedreado, insultado, golpeado por los pies de los infames, lacerada su piel por las llamas y los puñales, conducido a la desesperación y a la muerte. Recibió los golpes del odio que van dirigidos contra quienes nos atrevemos a soñar un mundo de igualdad, contra quienes creemos que esta tierra heredada de nuestros padres es nuestra y estamos convencidos de que son las grandes mayorías del pueblo quienes tiene el derecho a decidir su destino. Murió por nosotros, los pecadores, partícipes de ese sueño de justicia, de libertad y de democracia real.

Este es un crimen sin atenuantes y nadie tiene coartada que lo libre de culpas. En la segunda década del siglo XXI, una oposición forajida apela a la incitación al asesinato, a la brutalidad, al sadismo, a la crueldad sobre el más humilde de los ciudadanos. Drenan en él la frustración de sus fracasadas fechorías: golpes de Estado, paros empresariales, paro petrolero, sabotaje económico, guarimbas, conspiraciones internacionales de vergonzosas alianzas, etc. Una oposición que hoy habla con el silencio.

Un silencio que otorga, que se ilusiona porque cree que aterroriza y no se da cuenta de la indignación que provoca, que crece y que se hace incontenible.