martes, abril 25, 2017

Prédica de odio


Por Rafael Hernández Bolívar



El 19 de abril, una manifestación chavista, camino a la gran concentración de la avenida Bolívar, pasa por la Candelaria. Un video que circula en Internet muestra al grupo de ciudadanos con pancartas, coreando consignas. No hay en la conducta de los marchantes ninguna expresión o gesto de violencia. Acuden a expresar con su presencia el respaldo al gobierno democráticamente electo de Nicolás Maduro. 

De repente, un objeto blanco, lanzado desde uno de los apartamentos de los pisos superiores de un edificio frente al que pasa la manifestación, cae desde lo alto e impacta sobre la cabeza de una señora que transita en sentido contrario y paralelo a la marcha. La señora cae al pavimento por efecto del terrible impacto. La víctima es la enfermera Almelina Carrillo, 47 años, que hacía alguna compra por el sector, antes de ir a tomar su turno de trabajo; el objeto contundente, una botella de agua congelada. Después, pese a la atención médica, se produce la muerte.

¿Cuánto odio es necesario para que una mano lance un objeto contunde contra un desconocido transeúnte? No sabe si quien recibirá el impacto es hombre o mujer, niño, joven o viejo. ¿Cuánto envenenamiento ideológico o moral se necesita para que la vida de los demás nos importe tan poco? ¿Cuanta cobardía para lanzar, desde un sitio seguro, fuera del alcance de la vista de la gente y del lente de las cámaras, una botella de agua congelada que cae de improviso desde lo alto y nadie sabe de dónde salió?

¿Cuánto odio se necesita para tomar la decisión de transformar un objeto cotidiano e inofensivo en una arma letal, para colocar una botella de agua en el congelador, esperar que el líquido se solidifique y luego, en el momento oportuno, -el paso de una marcha chavista- arrojarla desde lo alto y causar daño grave o la muerte?

¿Piensa la oposición que no es responsable de esta muerte? Su “muro de la vergüenza” llamando al exterminio, su prédica de odio y su irrespeto a la democracia alimentan la irracionalidad y destruyen la convivencia y los espacios de diálogo.