martes, febrero 02, 2016

España, una democracia sui generis (II)


Por Rafael Hernández Bolívar

El dictador Francisco Franco muere en la cama. Los herederos políticos, en función de preservar los intereses de la clase gobernante y abrirle camino a las ventajas del mercado común europeo, ceden algunas reformas insoslayables, dando paso a una democracia incompleta.

Democracia versus dictadura
La historia es otra cuando la democracia surge de la derrota real a un régimen totalitario. En ese caso, la constitución -y los derechos políticos y sociales, garantizados por ella, surgidos de ese proceso-, experimenta avances significativos y refleja las exigencias de las fuerzas insurgentes. En el siglo XX abundan ejemplos que así lo demuestran. 

Las democracias surgidas a la derrota del nazismo y del fascismo en Europa, particularmente la italiana y la francesa, recogen un régimen de derechos políticos y sociales de gran contenido democrático. La burguesía se veía obligada a ceder a la masa de trabajadores y de combatientes que hizo posible la victoria. A esto se agregaba, el terror al fortalecimiento de las fuerzas socialistas que recogían las exigencias reivindicativas de los sectores populares y que la burguesía aspiraba a ralentizar mediante una ampliación del estado de bienestar.

Es también el caso de Venezuela, cuando la convergencia de diversos sectores opuestos al régimen de Marcos Pérez Jiménez logra el derrocamiento de la dictadura el 23 de enero de 1958. También aquí se produjo una Constitución Nacional avanzada y se prefiguró una amplia democracia –otra cosa es que los gobernantes de la derecha, en vergonzante alianza con el imperialismo, se dedicaron a desconocer sistemáticamente esa Constitución y a restringir la democracia. 

Más recientemente, la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, surge del gran movimiento popular liderado por Chávez desde el 98, con la gran cúspide que significó su aprobación en el referendo de 1999, y constituye hoy el soporte para la construcción de una sociedad profundamente democrática.
En España, las cosas sucedieron de otra manera. 

El origen franquista de la democracia
Aunque este subtítulo puede sonar a un contrasentido, la realidad es que el proceso de transición democrática desarrollado a la muerte de Francisco Franco estuvo marcado por los personeros de la dictadura franquista, quienes se aseguraron protección y conservación de privilegios a la clase gobernante. Desde el poder se negoció la transición.

Comenzando con la impunidad sobre los delitos cometidos desde la Guerra Civil y los miles de desaparecidos durante la dictadura. La derecha irrumpió contra la república y la democracia española en 1936. A un costo espeluznante de muertes, torturas, expatriaciones, atraso y miseria instauró la dictadura de Francisco Franco durante cuarenta años.

A la muerte del dictador, sin condenas ni arrepentimientos, la derecha española pasó de ejercer el poder a través de la dictadura franquista a ejercerlo a través de un régimen pintarrajeado de democracia, cediendo en algunos aspectos de forma y en algunos derechos políticos, pero conservando básicamente incólume la estructura de poder y sus cuotas de privilegios. A favor de esas concesiones democráticas se agregó el interés de los poderosos grupos económicos españoles en ingresar a la Comunidad Económica Europea que el país estaba intentando con poco éxito desde febrero de 1962. Las trabas tenían que ver con la exigencia a España de un régimen democrático, condición para su ingreso, establecida por los países miembros.

Eso no significa que no hubo una lucha permanente contra la dictadura ni que no hubiese una generación de sacrificados luchadores por revertir tan terrible situación. Hubo infinidad de personas y de grupos organizados, gremios y partidos políticos que estuvieron en primera línea combatiendo a la dictadura y que luchaban por obtener una verdadera democracia; pero, que no estaban en condiciones de imponerla y se veían obligados a negociar con la esperanza que el proceso permitiría posteriormente avanzar de manera significativa y tornar la incipiente democracia en verdadera.

No eran fuerzas victoriosas las que definían los parámetros sobre los cuales discurriría la democracia. Eran más negociaciones de líderes, sin la presencia masiva, combativa y organizada de los grandes sectores del pueblo. Más aún con un real peligro de retroceder y el chantaje permanente de no irritar a los sectores más radicales de la ultraderecha. De hecho en plena negociación de la transición, un grupo de esos radicales asaltó la sede de las Comisiones Obreras en Atocha y descargó sus armas de fuego sobre siete abogados laborales, un estudiante y un asistente administrativo, dando muerte a cinco de ellos e hiriendo gravemente a los demás.

En esas condiciones y con esas fuerzas se engendró la democracia española, manteniendo a lo largo de estos años, la impronta de los intereses y de las prácticas políticas del franquismo, acaso con algunas variaciones, básicamente en cuanto a libertad de expresión, de manifestación y de votación, que han creado la ilusión de democracia.

En gran medida el movimiento de los indignados fue una gran denuncia y un desenmascaramiento de ese montaje. No en balde sus consignas lo denunciaban con claridad: “¡La llaman democracia y no lo es!”. O bien, el grito unánime expresado por los manifestantes ante Las Cortes: “¡No nos representan!”.