viernes, noviembre 23, 2012

Del país de los igualados al país de los iguales



Por: Rafael Hernández Bolívar

En la década de los ochenta, un amigo mexicano expresó, medio en serio, medio en broma: “A mí lo que me sorprende de este país es que todos ustedes son unos igualados”. Con ello se refería a que los venezolanos no estamos dispuestos a atribuirle superioridad alguna a nadie porque tenga más dinero, o mayor nivel de instrucción, o tenga un apellido de abolengo, o cualquier otra circunstancia diferenciadora o discriminatoria. Todo venezolano siente que nadie “es más que otro”.

Lo que le sorprendía era que tal sentimiento no correspondía a una situación objetiva: La realidad era que había diferencias visibles en el acceso a la educación, en la administración de justicia y, sobre todo, en la distribución de los ingresos. En resumen, valoraba la rebeldía de no aceptar una situación de hecho que negaba lo que establecía la Constitución Nacional: La igualdad de todos, sin espacios para la discriminación de ningún tipo., sea social, política, religiosa o económica.

Por supuesto, nuestro amigo mexicano desconocía las peculiares incidencias de nuestra historia que han dado origen a esa situación que contrasta mucho con otras sociedades latinoamericanas de más acentuada discriminación. No tenía presente, por ejemplo, el papel uniformador que cumplió lo que  algunos historiadores llaman “la rebelión popular de 1814” y las prácticas de José Tomás Boves, aun con su carga despiadada y cruel sobre los mantuanos de la época.
Hoy, aun con los avances innegables de la Revolución Bolivariana, estamos distantes de una sociedad de iguales no sólo ante la ley sino en el desempeño diario de la vida ciudadana. Pero, sin duda, medidas concretas tomadas en este proceso abren posibilidades de igualdad y capacitan  para el real ejercicio de todos los derechos. Cada vez somos menos igualados y más iguales.