sábado, octubre 08, 2011

No es la crisis, es el capitalismo


Por: Rafael Hernández Bolívar

A los economistas el capitalismo los tiene locos. Hemos escrito capitalismo y no crisis -como cabría esperar dado lo  agobiante y lo contemporáneo del fenómeno- porque, en realidad, lo que tiene a los economistas saltando de una posición a la opuesta no es la terrible crisis económica actual sino los inútiles esfuerzos que despliegan para salvar un sistema de producción al que no le caben más remiendos. Brillantes economistas han concluido hace ya tiempo que la presente crisis es estructural y no la expresión particular y pasajera de un aspecto específico de la economía. En consecuencia, la superación del sistema económico capitalista es la superación de la crisis.

Desde que circula el chiste aquel de que si se reúnen dos economistas, sin duda se arribará a un mínimo de tres opiniones distintas, la sociedad ha terminado tolerando como normal que existan diversas interpretaciones de los hechos y de las cifras económicas. Pero, se entendía que había un margen razonable dentro del cual había un núcleo duro de problemas sustanciales cuya evaluación gozaba de  un relativo consenso.  La crisis actual del capitalismo acabó hasta con eso. Y esto no por economistas del montón. No. Esto lo han puesto en evidencia figuras consagradas en este campo, incluidos premios Nobel como Krugman, Stiglizt y Lucas, entre otros.

Se consigue de todo, para todos los gustos. Hay quienes sostienen que debe incrementarse el gasto público para dinamizar la economía y otros sostienen exactamente lo contrario: Hay que reducir el gasto público e implementar un severo programa de disminución del déficit fiscal. Y,  en relación a éste último, hay quienes sostienen que se resuelve haciendo recortes en los programas de seguridad social, otros dicen que aumentando los impuestos; pero, también hay quien dice que lo que debe hacerse es disminuir los impuestos y así incentivar la producción y aumentar el consumo.  En todo caso, a estas alturas del partido, se trata  de una misión imposible: Salvaguardar y multiplicar el capital sacrificando al trabajo, proteger los intereses de los capitalistas por encima del resto de la humanidad.

Ya no se sabe cuál es el país modelo, pues cambia de nombre mensualmente. En Europa se ha pasado en pocos años de “España está bien” a “hemos vivido más allá de nuestras posibilidades”; del Estado de Bienestar a los recortes bestiales en los programas sociales y al crecimiento del desempleo. En América, del Chile emblema del neoliberalismo al Chile mostrando sus burdas costuras, una seguridad social infame y una educación excluyente. Asia contempla incrédula a un  Japón agobiado entre la crisis económica y las catástrofes naturales. A China, la estrella emergente del oriente, Moisés Naim, gurú neoliberal, le acaba de pronosticar una implosión social de alcances descomunales. Dice que un país que ha acentuado las distancias sociales, contamina el ambiente y el año pasado tuvo 180.000 huelgas callejeras no puede menos que estar a las puertas de una gran hecatombe social y con ello arrastrar lo que todavía queda parado en el mundo. Ni que decir de la cabeza imperial del capitalismo mundial: Desde hace muchos años EEUU está técnicamente quebrado y sólo su habilidad para estirar el techo de la deuda y las ganancias derivadas del negocio de la guerra y de las invasiones han prolongado su agonía.

Cada uno no sólo tiene una opinión distinta sobre la naturaleza, superación y duración de la crisis sino que incluso su propia apreciación se matiza, se reacomoda y hasta se hace diferente con el paso de los días. Así, como dice otro chiste popular, los economistas se la pasan pronosticando cómo sucederán las cosas en lo adelante y luego explicando por qué no sucedieron como se había previsto.

En mi opinión nada de esto desdice de la ciencia económica sino que revela el efecto tóxico que se deriva de mezclar la ciencia con los intereses. Pretender idear fórmulas de reacomodo dentro del capitalismo para prolongarle así su existencia no puede menos que conducir a estos desvaríos en un sistema que agotó ya todas sus potencialidades, como pronosticó Marx que sucedería. Se acabaron las maniobras.

Quizás, la frase lapidaria sea la aportada por un filósofo contemporáneo, Slavoj Zizek, inscrito en la corriente revolucionaria:  La sobrevivencia de nuestra especie supone la abolición del sistema capitalista de producción.

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