Por: Rafael Hernández
Bolívar
A los economistas el capitalismo los tiene locos. Hemos
escrito capitalismo y no crisis -como cabría esperar dado lo agobiante y lo contemporáneo del fenómeno-
porque, en realidad, lo que tiene a los economistas saltando de una posición a
la opuesta no es la terrible crisis económica actual sino los inútiles
esfuerzos que despliegan para salvar un sistema de producción al que no le
caben más remiendos. Brillantes economistas han concluido hace ya tiempo que la
presente crisis es estructural y no la expresión particular y pasajera de un
aspecto específico de la economía. En consecuencia, la superación del sistema
económico capitalista es la superación de la crisis.
Desde que circula el chiste aquel de que si se reúnen dos
economistas, sin duda se arribará a un mínimo de tres opiniones distintas, la
sociedad ha terminado tolerando como normal que existan diversas
interpretaciones de los hechos y de las cifras económicas. Pero, se entendía
que había un margen razonable dentro del cual había un núcleo duro de problemas
sustanciales cuya evaluación gozaba de
un relativo consenso. La crisis
actual del capitalismo acabó hasta con eso. Y esto no por economistas del
montón. No. Esto lo han puesto en evidencia figuras consagradas en este campo,
incluidos premios Nobel como Krugman, Stiglizt y Lucas, entre otros.
Se consigue de todo, para todos los gustos. Hay quienes
sostienen que debe incrementarse el gasto público para dinamizar la economía y
otros sostienen exactamente lo contrario: Hay que reducir el gasto público e
implementar un severo programa de disminución del déficit fiscal. Y, en relación a éste último, hay quienes
sostienen que se resuelve haciendo recortes en los programas de seguridad
social, otros dicen que aumentando los impuestos; pero, también hay quien dice
que lo que debe hacerse es disminuir los impuestos y así incentivar la
producción y aumentar el consumo. En
todo caso, a estas alturas del partido, se trata de una misión imposible: Salvaguardar y
multiplicar el capital sacrificando al trabajo, proteger los intereses de los
capitalistas por encima del resto de la humanidad.
Ya no se sabe cuál es el país modelo, pues cambia de nombre mensualmente.
En Europa se ha pasado en pocos años de “España está bien” a “hemos vivido más allá
de nuestras posibilidades”; del Estado de Bienestar a los recortes bestiales en
los programas sociales y al crecimiento del desempleo. En América, del Chile
emblema del neoliberalismo al Chile mostrando sus burdas costuras, una
seguridad social infame y una educación excluyente. Asia contempla incrédula a
un Japón agobiado entre la crisis económica
y las catástrofes naturales. A China, la estrella emergente del oriente, Moisés
Naim, gurú neoliberal, le acaba de pronosticar una implosión social de alcances
descomunales. Dice que un país que ha acentuado las distancias sociales,
contamina el ambiente y el año pasado tuvo 180.000 huelgas callejeras no puede
menos que estar a las puertas de una gran hecatombe social y con ello arrastrar
lo que todavía queda parado en el mundo. Ni que decir de la cabeza imperial del
capitalismo mundial: Desde hace muchos años EEUU está técnicamente quebrado y
sólo su habilidad para estirar el techo de la deuda y las ganancias derivadas
del negocio de la guerra y de las invasiones han prolongado su agonía.
Cada uno no sólo tiene una opinión distinta sobre la
naturaleza, superación y duración de la crisis sino que incluso su propia apreciación
se matiza, se reacomoda y hasta se hace diferente con el paso de los días. Así,
como dice otro chiste popular, los economistas se la pasan pronosticando cómo
sucederán las cosas en lo adelante y luego explicando por qué no sucedieron
como se había previsto.
En mi opinión nada de esto desdice de la ciencia económica
sino que revela el efecto tóxico que se deriva de mezclar la ciencia con los
intereses. Pretender idear fórmulas de reacomodo dentro del capitalismo para
prolongarle así su existencia no puede menos que conducir a estos desvaríos en
un sistema que agotó ya todas sus potencialidades, como pronosticó Marx que
sucedería. Se acabaron las maniobras.
Quizás, la frase lapidaria sea la aportada por un filósofo
contemporáneo, Slavoj
Zizek, inscrito en la corriente revolucionaria: La sobrevivencia de nuestra especie supone la
abolición del sistema capitalista de producción.
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