Por: Rafael Hernández
Bolívar
Hace más de cincuenta años, antes
de que hubiese el primer indignado exigiendo justicia en las calles de Madrid o
Nueva York, Ernesto Che Guevara plantó los parámetros morales para su identidad
y su justificación: “Si Ud. es
capaz de temblar de indignación cada vez que se comete una injusticia en el
mundo; entonces, somos compañeros”.
Este es
el sentimiento primigenio para rebelarse ante la explotación, la destrucción
del planeta, la proliferación de los males sociales, la actuación de los
delincuentes financieros. Indignación contra la destrucción de los pueblos y el
saqueo de sus recursos; contra las guerras y sus secuelas de muerte y crueldad;
contra los indiferentes. Es el no rotundo al destino que conduce al abismo y a
la destrucción.
Es verdad
que el movimiento de los indignados no
llega todavía a la conciencia del cambio revolucionario y que está agobiado por
el peso de la crisis económica, el desempleo, el desalojo y la ausencia de
amparo social. Pero es un punto de partida para ascender a una conciencia más
plena y a la identificación de los verdaderos responsables de los males de hoy.
También
el Ché demostró con su acción y su vida que no basta indignarse. Ni siquiera
basta con tener una conciencia crítica. A ese sentimiento y a esa conciencia
hay que unirle la acción militante y decidida, la organización y la estrategia.
No sólo para el cambio sino también para que sea democrático, participativo y solidario.
Por eso,
para nada nos extraña que la figura siempre rebelde del Che esté presente en
las jornadas de combate y de exigencia de justicia que recorren las ciudades
del mundo. Es la voz del ejemplo y de la inspiración; pero, también, el norte
ideológico del combate: La lucha por el socialismo como vía para la abolición
de la explotación capitalista y la extinción de sus males. Es el indignado
mayor.