Por: Rafael Hernández Bolívar
¡Qué terrible destino el de las fundaciones culturales
venezolanas! En una cantidad significativa, o bien son instrumentos para sacar
dinero -a sus asociados o al estado venezolano- en nombre de labores nobles que
nunca cumplen. O bien son utilizadas como plataformas de lanzamiento de
proyectos políticos y promociones de individualidades afanadas por hacerse diputados,
gobernadores o presidentes. Hay excepciones loables, merecedoras de
reconocimiento y aplauso; es verdad. Valga como ejemplo la Fundación J. D.
García Bacca, dedicada a la difusión de la vida y la obra de tan importante
filósofo. Pero el resto, en su mayoría, encajan en lo dicho y, en algunas casos, su
comportamiento es ya ofensivo.
La última víctima ha resultado ser la Fundación Arturo Uslar
Pietri. Le han bastado apenas unos meses a un ilustre desconocido -de la
cultura y de la política nacionales- para acaparar titulares en la prensa
diaria como opinión respetable y de peso sobre cuanto ocurre en el país. Se
trata de su presidente quien a nombre de dicha fundación se ha pronunciado
sobre los consejos comunales, el servicio militar, las elecciones, el petróleo,
la educación, la salud, la alimentación en los colegios, etc., y todo cuanto
tenga que ver con la vida política nacional.
Lo primero que uno podría pensar es que esta fundación es en
realidad un partido político que discute los problemas del país y en función de
la participación colectiva de sus miembros o de su dirección legítima, fija
posición sobre los mismos. Luego, a través de su vocero autorizado, las
comunica al país. Pero no, por lo que dice uno de los miembros de esa
fundación, no saben nada del asunto y sólo se enteran cuando el mencionado
señor aparece en la prensa o en la televisión dando sus declaraciones. Es
decir, el modus operandi del señor Antonio Ecarri, así se llama el sujeto, es
más o menos como sigue: Después de desayunar y echar un vistazo a la prensa
diaria, nota que hay ciertas cosas que se destacan y entiende que esas son precisamente
las que preocupan al universo de votantes y, de inmediato, por inspiración
propia o consulta a algún asesor, organiza un par de denuncias y una idea,
convoca a una rueda de prensa, preferiblemente en la sede de la fundación y
espeta: “Yo, Presidente de la Fundación Uslar Pietri, denuncio ante el país el
comportamiento irresponsable y negligente del gobierno ante la grave situación
de la educación y exijo que sean subsanadas estas deficiencias que ocasionan
tanto perjuicio a nuestros estudiantes”. Ese mismo día aparece la reseña en la
televisión y en los periódicos digitales. Al día siguiente, la prensa escrita
publica la misma reseña, ilustrada con
la foto de un joven mofletudo al pie de la cual puede leerse: A. Ecarri,
Presidente de la Fundación Uslar Pietri, hace grave denuncia.
Es decir, este señor es un avión: De un solo tiro se raspa
las instalaciones de una fundación cultural, el prestigio de un escritor venerable
y la plataforma de los medios de comunicación urgidos de alguien que hable mal
del gobierno.
Ahora bien, ¿es censurable que el señor Ecarri tenga
ambiciones políticas? No, en lo absoluto. Lo censurable es la vía escabrosa con
que pretende alcanzarlas: echándole mano a una institución cultural para el
beneficio propio; usufructuando recursos institucionales y prestigios
intelectuales que no le corresponden. Además, haciendo un gran daño a la figura
de Uslar Pietri que, independientemente de las polémicas que generó en su
momento, es un indiscutible valor nacional, de merecido reconocimiento en las
letras hispanas.
¿Significa que las fundaciones no pueden tener opinión
política y deban cruzar los brazos ante algún problema que estiman de
particular gravedad? No. También las instituciones tienen derecho a expresar
sus opiniones sobre los problemas nacionales. Pero, en estos casos, deben tener
una condición básica para que sean respetables: Que esa opinión sea expresión
del pensamiento de la mayoría de sus miembros. Además, uno esperaría que fuese
producto de la investigación, de la reflexión, de la consulta a sus miembros,
de contrastación con los objetivos y principios de la fundación y no la
improvisada respuesta a un tema candente de la política diaria.
Es una lástima que una institución que debería estar
dedicada al rescate de las obras y el pensamiento de Uslar Pietri, a la
promoción de sus aportes a la literatura, a la historia y al pensamiento
nacional, a la realización de seminarios y talleres, a la investigación, al
afianzamiento de la creación literaria y tantas otras actividades que
redundarían en beneficio del país, se convierta en una vulgar oficina de
propaganda de un político de baja estofa.
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