Por: Rafael Hernández
Bolívar
Soy de la hipótesis de que los servicios de inteligencia de
la OTAN sabían la ubicación exacta de Gaddafi desde antes de iniciar la
operación de bombardeos a Libia. Más allá de la altísima tecnología de punta
utilizada en el espionaje y los niveles de infiltración de las fuerzas
imperialistas hasta alcanzar altas jerarquías del ejército libio, hay una serie
de evidencias que apuntan a la confirmación de esta hipótesis.
Lo primero que induce a pensarlo es que el momento de su
asesinato fue particularmente oportuno. Se produce después de la aniquilación
de las fuerzas gaddafistas y el control por parte de los invasores de los
principales focos de resistencia. ¿Imaginan
lo que hubiese pasado si esa muerte se produce en los momentos iniciales de la
invasión?
La segunda cuestión que apunta en este sentido es el
lenguaje deliberadamente ambiguo con que los jefes de la invasión se refieren a
Gaddafi como objetivo militar: Al comienzo del conflicto, Cameron dice que el
objetivo no es la muerte del líder libio; pero, al producirse ésta, señala
entusiasmado que comienza una nueva era para Libia. Clinton, por su parte, dice
que el conflicto continúa; pues, era un objetivo secundario. Es decir, hicieron
esfuerzos por desviar la mirada de este objetivo y centrar la guerra en la
cotidianidad del combate, en la mecánica de los bombardeos y la toma de
ciudades.
La tercera es que no hubo ningún ataque previo en los
lugares específicos en los que se suponía estaba Gaddafi y más bien divulgaban
la idea de que había salido de Libia. Nunca vimos una noticia del tipo “se
salvó milagrosamente en un ataque” o, “se tomó un lugar donde minutos antes
estuvo Gaddafi”. No. Era como que si no
estuviera en ningún lugar.
Por otra parte, la estrategia de destrucción que desarrolló
la OTAN necesitaba que Gaddafi estuviera vivo hasta el último momento; hasta el
momento en que no fuera necesaria su existencia. Los mercenarios reclutados por
la OTAN buscaban como aliados los antigaddafistas que se suponían entre las
tribus. Para que su prédica fuese efectiva requería igualmente que el objetivo
viviera. Si este desaparecía no habría soporte que hiciera posible una unidad
de suyo precaria. Unidad que lucía más como un artificio propagandístico que
como una fuerza real de lucha.
Finalmente, para alcanzar el verdadero objetivo de la guerra
–apropiarse del país- necesitaban destruir el país y manteniendo a Gaddafi vivo
hasta el final podían cumplir con la labor destructiva. Vivo Gaddafi se mantenía igualmente viva la
excusa para bombardear, exterminar, destruir ciudades, etc.; en fin, todo lo necesario para obligar a
gigantescos gastos en armas y a una
multimillonaria reconstrucción. Ambas cosas hipotecan el futuro de Libia por
generaciones.
La muerte de Gaddafi fue una muerte gloriosa, patriótica,
valiente. En su tierra, con los suyos, en combate, defendiendo la soberanía y
los recursos de Libia. Esta muerte engrandece a la víctima y envilece a los
victimarios. Su propia muerte dejó al desnudo, una vez más, la falsedad con que los imperialistas disfrazan sus
acciones invasoras: Los defensores de civiles desarmados se nos muestran hoy
maltratando y asesinando a un Gaddafi sin armas y herido. ¿Juicio? ¿Debido proceso?
¿Defensa? ¿Derecho? Los defensores de los derechos humanos nos presentan a
hijos de Gaddafi o compañeros de armas presos en un rincón y minutos después
masacrados mortalmente, sin juicio previo, y ya no sólo con la complicidad sino
con el aplauso de la comunidad internacional.
Pero esto le salió mal al imperio. También le
saldrá mal el esfuerzo que pondrán en impedir que Gaddafi se convierta en
símbolo de su pueblo y sostén espiritual de sus luchas. Pese a la destrucción del país, las hoy diezmadas fuerzas del pueblo
libio sabrán recuperarse y reemprender, una vez más, hasta la victoria final, la
eterna lucha por la independencia y la soberanía. Porque el origen del
conflicto son los intereses imperiales y los pueblos tienen el derecho a
defenderse.