Por: Rafael Hernández Bolívar
Soy de la opinión de que la legión imperial que invadió a
Libia a sangre y fuego sabía la ubicación de Gaddafi antes de que el primer
avión lanzara la primera bomba. Pero para asesinarlo necesitaban antes destruir
el país; acabar con toda su capacidad defensiva; perseguir y dar muerte a los
dirigentes del gobierno; erradicar y dispersar toda forma de organización
popular; hipotecar el país con la compra de nuevas armas; comprometer sus recursos
para pagar la invasión y la reconstrucción y, después, solo después de alcanzar
estos objetivos, fusilar a Gaddafi.
¿Por qué no lo hicieron en un comienzo? Porque estando vivo
conformaban una precaria unidad con los antigaddafistas que en caso contrario
no podrían, como no podrán sostener de ahora en adelante. Y, sobre todo, porque
no habría excusa para realizar el genocidio y la destrucción. Aunque a falta de
ésta, hubiesen inventado alguna. Ellos son creativos para eso.
Lo que esto viene a demostrar es que la voracidad imperial por
los recursos energéticos y de otro tipo es el verdadero fundamento de las
decisiones de la política imperial. Necesitan las reservas monetarias de Libia
y las roban. Necesitan el petróleo y lo toman a fuego y plomo. No hay adornos.
Es la barbarie pisoteando la ilusión de los derechos de los pueblos, de los
derechos humanos y la simple noción de justicia y solidaridad.
Pero el exterminio no cesa. Hillary Clinton, aseguró que la muerte de Gaddafi
“no garantiza el fin del conflicto”. Y en esto tiene razón. Pese a la
destrucción del país, las hoy diezmadas fuerzas del pueblo libio sabrán
recuperarse y reemprender, una vez más, la eterna lucha por la independencia y
la soberanía. Porque el origen del conflicto son los intereses imperiales y los
pueblos tienen el derecho a defenderse.