Por: Rafael Hernández Bolívar
El 17/04/2012, Diosdado Cabello, Presidente de la Asamblea
Nacional, tomó la decisión de no conceder el derecho de palabra en la plenaria
del parlamento a aquellos diputados que no reconozcan a Nicolás Maduro como
Presidente de la República. Esta medida fue tomada durante la discusión del
acuerdo de respaldo que hacía el Poder Legislativo a la proclamación de Nicolás
Maduro como Presidente Electo, hecha por el Poder Electoral.
A raíz de esta decisión, los diputados en rebeldía al
reconocimiento del Presidente de la República y del Poder Electoral, en
plañidera cruzada, acudieron a Globovisión, santuario de la manipulación y la
perversión informativa, a pedir la restitución del derecho supuestamente vulnerado.
No al Poder Judicial -quién podría dar un dictamen sobre la legalidad o no de
tal medida-, sino a una planta televisora privada que utiliza el espacio radio
eléctrico venezolano para la conspiración permanente contra las instituciones y
los poderes del Estado Venezolano.
Globovisión enfatizó que Diosdado le había negado la palabra
a los diputados que "no acepten los resultados” electorales del 14 de
abril y que con ello se les negaba el derecho inalienable a la libertad de
expresión a quienes habían sido electos por el pueblo. Obviaron, por supuesto, el argumento
esgrimido por el Presidente de la Asamblea Nacional y director del debate: La
necesaria reciprocidad que debe existir dentro de una sociedad democrática y en
sus instituciones: ¿Cómo reconocer a quién no reconoce ni le otorga autoridad
alguna a los poderes del Estado? Sobre todo, cuando quien niega aspira a ser
reconocido apelando a la misma fuente de donde derivan los poderes negados;
esto es, la soberanía popular y la Constitución Nacional de la República
Bolivariana. ¡El mismo poder electoral que refrendó la legitimidad de la que
gozan los diputados opositores es el mismo que proclama a Nicolás Maduro como
Presidente Electo!
Vi por televisión, en vivo y en directo, los incidentes de
esa sesión de la Asamblea y, en razón de ello, me permito hacer algunas
precisiones:
1. Lo que dijo
Diosdado no fue que la medida afectaba a los diputados que “no acepten los
resultados” sino a los diputados que no reconozcan a Nicolás Maduro como
Presidente. Y eso, aunque parece, no es lo mismo. Como tampoco es lo mismo no
conceder el derecho de palabra en la Asamblea Nacional –que en sentido estricto
se restringe al uso del micrófono en la sesión plenaria- a negar el derecho a
expresión contemplado para todo ciudadano en la Constitución República
Bolivariana.
En el caso de los resultados electorales, los diputados
tienen el derecho de impugnarlos y presentar las pruebas que demuestren
irregularidades en el acto de
votación o en las actas que hayan alterado esos resultados y, una vez evaluados
los hechos y si estos corroboran tales irregularidades, también tendrían el
derecho a solicitar al organismo electoral que sea revocada la proclamación.
Pero, en el caso de no reconocimiento del Presidente Nicolás Maduro, se trata
de desconocer la decisión del poder competente para el acto de proclamación: al
CNE y desconocer la aplicación de la medida tomada: Nicolás Maduro es el
Presidente. Y, al hacer tal cosa, están desconociendo la Constitución Nacional
Bolivariana y las leyes que le otorgan esa potestad al Poder Electoral.
Ahora bien, como sabemos, todos los venezolanos estamos
obligados a obedecer y respetar el ordenamiento jurídico de Venezuela, que
incluye la obediencia a los poderes y sus decisiones y a la Constitución de la
República Bolivariana. Los diputados, además, al momento de asumir el curul,
hacen un juramento que reitera este deber. Luego, el Presidente de la Asamblea
Nacional, quien tiene la responsabilidad de dirigir el debate, ante la
manifiesta actitud de negación de los poderes públicos por parte de algunos
miembros de la Asamblea, toma la decisión de no conceder el derecho de palabra
a los diputados que no reconocen a los órganos del Estado.
No sé si el Presidente de la Asamblea está facultado para tomar
esa decisión; o si es el Poder Judicial quien debe tomarla, o el pleno de la
Asamblea. Pero, me parece que esta es una medida sensata y, además, es política
y moralmente saludable ante una oposición irresponsable que en todos sus actos
niega al Estado Venezolano e incita a su desconocimiento. ¿Podemos permanecer
con los brazos cruzados frente al uso de los recursos de la institucionalidad
para el socavamiento de los
poderes públicos?
2. En enero la oposición decía que el país no tenía
Presidente porque el Presidente Electo Hugo Chávez Frías, electo en las
elecciones del 7 de octubre, no había podido juramentarse el 10 de enero, fecha
prevista para la juramentación. Sobrevenida la muerte del Presidente y hecha
las precisiones jurídicas pertinentes por el Tribunal Supremo de Justicia, los
diputados opositores desconocieron no sólo la condición de Presidente Encargado
de Nicolás Maduro sino la decisión misma del máximo tribunal de la República.
Para esta semana, a su cadena de desconocimientos, suman la rebelión contra el
Poder Electoral y califican de ilegítima la proclamación de Presidente Electo
hecha en la persona del candidato ganador de las elecciones del 14 de abril.
Suponemos que después de la juramentación de Nicolás Maduro, como Presidente de
la República Bolivariana de Venezuela, persistirán en su actitud de negación y
de conspiración.
La decisión del Presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado
Cabello, debe comprenderse como la necesaria respuesta a esa terca insolencia
de negación al Estado de Derecho Venezolano por parte de la oposición
parlamentaria. Es una situación similar a la que enfrentó Cicerón ante la
descarada conjuración de Catilina contra el Senado romano. Bueno es recordar
las palabras del insigne orador:
"¿Hasta cuándo, Catilina, has de abusar de nuestra paciencia?
¿Cuándo nos veremos libres de tus sediciosos intentos? ¿A qué extremos se
arrojará tu desenfrenada audacia? ¿No te arredran ni la guardia nocturna del
Palatino, ni la vigilancia diurna en la ciudad, ni la alarma del pueblo, ni el
acuerdo de todos los hombres honrados, ni este fortísimo lugar donde el Senado
se reúne, ni las frases y semblantes de todos los senadores? ¿No comprendes que
tus designios están descubiertos? ¿No ves que tu conjura fracasa por conocerla
ya todos? ¿Imaginas que alguno de nosotros ignora lo que has hecho anoche y
antes de anoche; donde estuviste, a quienes convocaste y qué resolviste?
“¡Oh, que tiempos! ¡Que costumbres! ¡El Senado sabe esto, lo
ve el cónsul, y sin embargo Catilina vive! ¿Qué digo vive? Hasta viene al
Senado y toma parte en sus acuerdos, mientras con la mirada anota a aquellos a
quienes designa a la muerte. ¡Y nosotros, hombres fuertes, creemos satisfacer a
la República previniendo las consecuencias de su furor y de su espada! Hace tiempo,
Catilina, que por orden del cónsul debiste ser llevado al suplicio para sufrir
la misma suerte que contra todos nosotros, también desde hace tiempo,
maquinas... a Catilina, que se apresta a devastar con la muerte y el incendio
al mundo entero, nosotros, los cónsules, ¿no lo castigaremos?”
Sólo que Catilina, más valiente y con más vergüenza que los
conspiradores criollos, ante tal emplazamiento se fue al frente de los
conjurados y al mando de su ejército, ahora si, atacó las fuerzas de la
República, aunque consiguiendo la muerte en el intento. Pero en el caso de la
derecha conspiradora venezolana, cada desenmascaramiento sólo sirve para que
emprenda otra aventura tan insensata y condenada al fracaso como las
anteriores, ocasionando en cada caso, graves pérdidas humanas y materiales a la
sociedad venezolana.
La decisión de Diosdado, aunque buena, fue apenas un
coscorrón a quienes sin duda merecen castigos más severos.
Digámoslo como Cicerón: Quo usque tandem abutere,
rhachíticus, patientia nostra?
O en castellano: ¿Hasta cuándo, escuálido, abusarás de
nuestra paciencia?
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