Por:
Rafael Hernández Bolívar
Hay curiosas similitudes entre la
conjuración de Catilina contra el Senado romano y la conspiración de los
escuálidos contra el gobierno bolivariano y las instituciones del Estado
Venezolano. Al igual que hoy, la oposición de ayer, desesperada ante las
derrotas en su pretensión de ocupar el cargo de Consul, optó por la conjura.
Desde su posición en el Senado conspiraba para liquidar las autoridades legítimas
y hacía esto de manera ostensible y descarada, ante ojos y oídos de todos.
Tal situación llevó a Cicerón, el insigne
orador, a increparlos directamente. En una reunión del Senado, dirigiéndose al
jefe de la conjuración, dijo: “¿Hasta
cuándo, Catilina, has de abusar de nuestra paciencia? ¿Cuándo nos veremos libres
de tus sediciosos intentos?... ¿No te arredran ... ni la alarma del pueblo, ni
el acuerdo de todos los hombres honrados,
ni las frases y semblantes de todos los senadores? ¿No comprendes que
tus designios están descubiertos? ¿No ves que tu conjura fracasa por conocerla
ya todos? ¿Imaginas que alguno de nosotros ignora lo que has hecho anoche y
antes de anoche; donde estuviste, a quienes convocaste y qué resolviste?”
En
fin, hasta cuando te reúnes con nosotros en el Senado, participando de sus
discusiones y acuerdos, mientras conspiras contra el Senado y sus miembros.
Pero, aquí acaban las coincidencias.
Catilina, más valiente y con más vergüenza que los conspiradores criollos, ante
tal emplazamiento, encabezó el ejército de los conjurados y presentó batalla,
aunque consiguiendo la muerte en el intento. En el caso de la derecha
conspiradora venezolana, cada desenmascaramiento sólo sirve para que emprenda
otra aventura, tan insensata y condenada al fracaso como las anteriores,
causando daños materiales y humanos en el intento.
Digámoslo como Cicerón: Quo usque tandem abutere, escuálido,
patientia nostra?