Por: Rafael
Hernández Bolívar
Duermo en la casa paterna, en Apure. Un poco más de las seis de
la mañana. Me despiertan unos gritos y un movimiento de borrachos amanecidos frente
a mi habitación. Abro la ventana que da a la calle y allí, frente a mí,
separado por un metro escaso, observo un amasijo de brazos que mantienen
agarrado a un hombre presa de una furia desbordante. Insulta con palabras
soeces y terriblemente ofensivas. Al otro lado de la calle, otro hombre,
desconcertado y resignado, pero, decidido, con los puños cerrados espera la
refriega, los golpes que concretarían la amenaza del hombre furioso. En ese
preciso instante, el agresor se vuelve hacia quienes le sujetan y les dice en
voz baja, aunque le escucho con toda claridad: “¡No me vayan a soltar!...” y mira
una vez más al objeto de su furia, mientras, de nuevo a gritos, arrecia su
vendaval de insultos.
Me sorprendió que alguien pudiera fingir la ira y la decisión de
manera tan convincente. ¡Que pudiera armar un teatro de valentía y coraje, con
la seguridad de que la cosa no pasaría a mayores, pues brazos amigos impedirían
que el ofendido pudiera cobrarle los insultos! Tenía yo, entonces, unos
diecisiete años. Pero, desde ese día me curé para siempre de los aguajeros.
Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, aguajero
es la persona que alardea de sus virtudes y posesiones. Pero, en Apure, somos
más precisos: Aguajero es la persona que alardea de lo que carece. Quizás tenga
que ver con la caza que con arco y flecha se hace en las sabanas inundadas:
Cuando uno ve movimiento de agua supone un cardumen y dispara la flecha; pero,
cuando esta sale a flote sin ningún pez atravesado, entonces, el cazador dice: ¡Puro
aguaje! ¡No había nada!
Estos recuerdos y reflexiones me asaltan cuando veo a Capriles
Radonski diciendo: “La verdad es que se robaron las elecciones”. Antes había
amenazado, en términos de ultimátum, al Consejo Nacional Electoral si no
aprobaba la auditoría de las elecciones del 14 de abril en los términos que él
establecía. Pero, cosa curiosa, hasta ahora no ha hecho impugnación alguna ni
presenta prueba de ninguna irregularidad que diga qué se alteró en el proceso
de votación y cómo esa alteración modificó los resultados. Tampoco ha
presentado una sola prueba que demuestre nada. Sólo acusaciones, insultos y
llamados a la violencia. Incluso, llega a decir que los votos que él sacó son
los que dice el CNE; pero, niega que los votos de Maduro del 14 de abril sean
los que dice ese mismo organismo. ¿Y entonces? ¿Cómo sabe que esto es así? ¿Es
que hay una diferencia en las sumatorias de las actas que tienen en su poder?
Si esto es verdad, sería sencillísimo para él -ante el país, ante el CNE, ante
el TSJ, ante donde quiera-, presentar estas actas como prueba. ¿Por qué no lo
hace? Porque las evidencias pulverizarían su patraña y la certidumbre resta
espacios a la mentira y a la especulación.
Es más, lo único que le hemos escuchado –llamado pomposamente por Capriles como “recolección de pruebas”- no puede resultar más ridículo. Dice que están recogiendo copias de actas de defunción para que el CNE les diga si tales personas “votaron” el 14 de abril. Es decir, el punto de partida no es que Capriles tiene la información de que tal persona fallecida aparece como votante en tal o cual mesa. No. Nada de eso. Se trata de que el CNE dedique personal y tiempo a verificar si una persona fallecida aparece en el registro electoral; en caso de que aparezca, ver en qué centro de votación y mesa le correspondería votar; verificar si aparece como votante efectivo; si votó por Maduro y, por supuesto, si esto también es afirmativo, determinar quién se hizo pasar por el difunto y cómo logró engañar a la captadora de huella, a los testigos, a los funcionarios del CNE, al Plan República, a los acompañantes y observadores internacionales, etc. Por si fuera poco, hay otros elementos a considerar: Las personas desaparecidas no caerían en una única mesa o centro de votación. Tampoco en una sola entidad federal. Estarían repartidas en mesas a lo largo y ancho del país. Para ponerlos a votar se requeriría no sólo de la manipulación de las máquinas electorales sino de infinidad de personas reales que colocaran sus huellas y sus firmas en las captadoras de huellas y en los cuadernos de votación, respectivamente. ¡Y todo ello ante los testigos escogidos al azar por el CNE, los representantes de los partidos (incluidos los representantes de Capriles) y los propios votantes! Es decir, Capriles exige que el CNE haga toda una investigación a partir de una hipótesis sin elementos o indicios, sólo sobre la base del capricho o la intuición interesada de la MUD. Por esta vía, bien pudieron solicitar exámenes de sangre u orina para ver si había en los testigos rastros de somníferos que demostraran que habían sido dormidos y anulada su voluntad durante el proceso electoral u otro disparate que se les ocurriese a su enfebrecida cabeza.
Capriles no tiene ni idea de su responsabilidad con el país o
con sus seguidores. Sus desplantes de niño malcriado han enlutado a familias
venezolanas y llenado de incertidumbre y frustración a quienes le creyeron
constructor de la paz y de la unión que pregonó en su campaña. Contra toda
lógica democrática, en lugar de reforzar la esperanza en una futura victoria
exaltando su crecimiento numérico y afincarse para redoblar el trabajo en aras
de consolidar futuras victorias, decidió quemar el país y apostar a la crisis
que pudiera resolver a su favor alguna intervención extranjera. Uno lo mira
hacer y tiembla pensando la catástrofe que significaría semejante desquiciado
al mando del Estado venezolano. No digamos por lo que desde el punto de vista
ideológico significa la derecha en el poder, que de suyo ya es una tragedia.
Pensemos en las cualidades mínimas que esperaríamos de un gobernante a quien le
importe su país y su gente, aunque no sea más que para mantenerlo productivo,
explotarlo y ponerlo al servicio de sus intereses. Ni siquiera eso.
Peor aún. Está absolutamente consciente de su derrota electoral.
Sabe que no hay fraude alguno y la mejor prueba de que eso es así es que el
sistema de votación registró su crecimiento de manera fiel. Si en algún
momento, no una diferencia de trescientos mil sino digamos de dos millones de
votos, en caso de que fuese posible un fraude, éste pasaría sin traumas ni
sospechas, sería en las elecciones pasadas: Todas las encuestadoras
pronosticaban el triunfo del Presidente Maduro por una diferencia que oscilaba
entre 10 y 18 puntos. Adicionalmente, se venía de triunfos arrolladores en
octubre y en diciembre del año pasado y el lazo emocional que se generó con la
muerte del Presidente Chávez fue masivo y profundo. Pero, explicable por otros
factores, la opción socialista reflejada en votos disminuyó y el sistema
electoral reflejó de manera fiel esa disminución y el aumento de la opción de Capriles.
Sin embargo, el Presidente Maduro conservó una diferencia a su favor que, sin
ninguna duda, le hizo ganador de las elecciones.
El Consejo Nacional Electoral ha tenido una posición
institucional, firme, democrática, transparente. Desde un primer momento, la
inconformidad que pudiera tener el candidato perdedor puede ser procesada
recurriendo a las leyes y a la Constitución Nacional de la Republica
bolivariana de Venezuela. La auditoría solicitada fue aprobada en los términos
contemplados por el sistema y las leyes electorales. Igualmente ha manifestado
claramente: “...les asiste el derecho de impugnar la elección pero también el
deber de presentar las pruebas de ello”. Pero como no tienen prueba alguna,
arman el escándalo. Rechazan la auditoría, antes de que comience; recusan al
Tribunal Supremo de Justicia antes de que este conozca oficialmente del caso y
salen al exterior a imponer sus mentiras, con el respaldo de la derecha
internacional confabulada. Vale decir, hacen el aguaje y montan su teatro.
En las interpelaciones que hizo la Asamblea Nacional a los
golpistas de abril de 2002, después de tantas respuestas vacías y absurdas
hechas por Carlos Molina Tamayo, uno de los militares golpistas, el diputado
Esté preguntó, francamente exasperado: “¿Hasta cuándo vamos a perder el tiempo
con este payaso?”. Hoy cabe la misma expresión de indignación ante Capriles.
¡Dejémoslo solo en escenario! ¡El tiene todo el talento para hundirse sin
ayuda! Y los revolucionarios dediquémonos a construir la patria socialista.
Quienes están ejerciendo funciones en el gobierno, a trabajar con ahínco y
responsabilidad en resolver los tantos problemas que tiene el país y quienes no
formamos parte de la burocracia estatal, intensifiquemos la organización del
pueblo y profundicemos el debate ideológico y la crítica y seguimiento del
gobierno y las instituciones del Estado. Encaremos la tarea de ganar a todo el
pueblo para la Revolución Socialista. Y ambos, gobierno y militancia
revolucionaria, dedicarnos a establecer fluidos canales de comunicación con
todo el pueblo, incluidos los que nos adversan. No olvidemos que las elecciones
pasadas no son más que una encuesta de lo que pensaba una muestra del 78% del
universo de votantes el 14 de abril y que sin duda sus puntuaciones están
cambiando día a día. Depende de nuestro trabajo, de nuestra honestidad y de
nuestras ideas y proyectos que esos cambios sean a nuestro favor.
Esto no quiere decir que no se cocina algo peligroso detrás de
las payasadas. Ya hemos visto un adelanto en las muertes del 15 de abril y en
las agresiones a Centros de Diagnóstico Integral de la Misión Barrio Adentro.
También han sido elocuentes las acciones y los silencios de los grandes
intereses de la derecha internacional. Pero, en lo que tiene que ver con
nuestra realidad nacional, quienes deben ejercer un papel protagónico e
institucional son los poderes judicial, legislativo y moral. Tienen que
adelantar las investigaciones necesarias y procesar a los responsables
generadores de violencia y desestabilización. Es decir, que cada quien cumpla
con su trabajo.
Capriles perdió una oportunidad de oro en los nuevos tiempos de
la sociedad venezolana. Perdió la oportunidad de ser un interlocutor válido
ante el gobierno socialista, en representación de un gran sector de venezolanos
que se mueve entre el rechazo, la confusión y la duda. ¿Pueden la
irresponsabilidad y el odio representar a venezolanos amantes de su país y
preocupados por su futuro? ¿Puede un gobierno serio otorgarle alguna
credibilidad a semejante personaje? Nada. Decidió tirar por la borda las
esperanzas de quienes votaron por él. Durante los próximos seis meses secará
toda su imaginación y todos sus recursos en crear situaciones de conflicto con
la vana esperanza de conseguir un atajo a sus pretensiones. Pero, como dice la
vieja copla, "Dios ayuda a los buenos cuando son más que los
malos..." Y, hoy, en Venezuela, los buenos somos muchísimos más; pues, incluye
también a quienes aún votando por una opción distinta a la mayoritaria, no
comparten el comportamiento anticonstitucional, antidemocrático, violento y fascistoide
del candidato perdedor.