Por Rafael Hernández Bolívar
Destacar la muerte de negros pobres norteamericanos a manos de la policía como manifestación de racismo es ocultar la verdadera razón: Lucha de clases dentro de una sociedad injusta y excluyente.
Protestas por asesinato de Freddie Gray
La ciudad de Baltimore fue escenario de indignadas protestas durante la semana pasada. La policía, una vez más, es responsable de la muerte de un ciudadano arrestado de manera violenta e ilegal. El maltrato durante el arresto provocó una herida en la médula espinal de Freddie Gray (25 años) y, como consecuencia de esta lesión, su muerte, después de seis días en coma. El joven fue perseguido y golpeado por la policía porque a los agentes les pareció sospechoso que intentara evadir el lugar ocupado por ellos. Al momento de justificar el arresto, señalaron como motivo la posesión de un cuchillo que, por lo demás, no es un arma prohibida en el Estado de Maryland. Es decir no había delito alguno.
Las protestas arrojaron cientos de detenidos, una veintena de policías heridos y muchos comercios incendiados o saqueados. La calma retornó a la ciudad sólo cuando, Marilyn Mosby, fiscal estatal por la ciudad de Baltimore, calificó la muerte de Gray como homicidio y presentó cargos contra los seis policías involucrados.
La prensa calificó el asesinato como brutalidad policial racista y, en general, a las movilizaciones y confrontaciones con la policía, como conflictos raciales.
Baltimore, un barril de pólvora
La ciudad de Baltimore está en el estado de Maryland. Su población es de unos seiscientos mil habitantes. Su composición racial es mayoritariamente negra, un 63% del total. Sin embargo, lo característico es la ausencia de posibilidades y recursos. En sectores de la ciudad como donde habitaba Freddie Gray, el desempleo llega hasta el 20 por ciento. Un 23% de los habitantes de la ciudad vive por debajo del umbral de pobreza en barrios con graves problemas de delincuencia, de drogas y de violencia. La policía mantiene sobre los mismos una permanente vigilancia presencial y de cámaras ubicadas en sus calles. También son permanentes el hostigamiento y los eventos represivos violentos. El barrio donde vivía el joven muerto por la policía puntea con el más alto índice de personas encarceladas en todo el estado de Maryland.
En ese cuadro, son frecuentes las muertes que enlutan a las familias. Abundan ejemplos de personas con familiares cercanos que han sido víctimas de estas prácticas. De hecho, tanto la fiscal del Estado para Baltimore como la alcaldesa de la ciudad, han perdido familiares en hechos de violencia, un primo de 17 años en 1994, en el primer caso y, un primo de 20 años en 2013, para el caso de la alcaldesa.
Racismo para distraer
Las estadísticas demuestran que las víctimas de la violencia policial o, más propiamente dicho, las víctimas de la violación de derechos humanos y de la violación de derechos civiles por parte del Estado norteamericano, son casi exclusivamente pobres, independientes de su raza. Sin embargo, la prensa, las movilizaciones y la opinión pública insisten en caracterizar las muertes y abusos ejecutados por la policía como episodios de discriminación racial.
La Agencia Estadística de Justicia (Bureau of Justice Statistics, http://www.bjs.gov) registra que la distribución de las muertes producidas bajo custodia policial es la siguiente: 41,7% blancos, 31,7% afroamericanos y 20,3% hispanos. Es decir el grupo racial mayoritario (blancos) ocupa también el primer lugar como víctimas de la violencia policial. Quizás llame la atención el hecho de que las víctimas hispanas sean porcentualmente menores que las víctimas negras, comprensible tal vez porque siendo los hispanos inmigrantes recientes, legales o ilegales, evitan confrontar a la policía en términos de reclamos de derecho que si hacen los negros al ser, como son, norteamericanos de nacimiento. Pero lo que si es indudable es que la violencia se ejerce contra los pobres, contra los excluidos sean de la raza que sean.
Por otra parte, en el caso de Freddie Gray, las autoridades responsables de garantizar sus derechos humanos y civiles se conforman así: El presidente de los EEUU es negro; el gobernador del estado es blanco; la coordinadora de las operaciones militares en el Estado de Maryland, la general de división Linda Singh, es negra; la alcaldesa de la ciudad, Sephanie Rawlings-Blake, es negra, la fiscal que actúa en el caso, Marilyn Mosby, es negra; la víctima también lo es y de los policías victimarios hay tres blancos y tres negros. Podría objetarse que no importan los responsables sino la política de discriminación que, en este caso, utiliza como instrumentos incluso miembros del grupo racial discriminado. Pero no lucen evidentes argumentos a favor de esa tesis.
Ver la pobreza, orientar la lucha
Para la clase privilegiada norteamericana le resulta favorable y cómodo abordar el problema de la violencia insitucionalizada de la policía como un problema racial. De esta manera, esconde el drama de una sociedad estructurada para el usufructo de minorías sobre la base de la explotación y la exclusión de las mayorías. Se convierte en un problema de los negros y de quienes se solidaricen con ellos y las exigencias se limitan a condenar los ejecutores de los abusos. Pero si se apunta a la desigualdad y a la pobreza se identificaran los verdaderos mecanismos y los verdaderos responsables, dando espacio para la lucha de todos los afectados (negros, blancos, indios, hispanos, etc.) en un solo bloque social unitario, poderoso y combativo.
Hay una negación a ver la realidad en esos términos. Quizás, por ello, la actriz Scalett Jhohansson, recordando su infancia de estrecheces, decía hace apenas una semana: "Hay 16 millones de niños sufriendo hambre en nuestro país. Eso es uno de cada cinco hijas, hijos, vecinos, compañeros de clase que no saben cuándo comerán de nuevo, mientras millones de kilos de buena comida se desperdician cada año. Es hora de que hagamos algo".