Por Rafael Hernández Bolívar
Los televidentes de la televisión en España, así como los lectores de los grandes medios impresos del mismo país, deben estar convencidos de que el Papa Francisco visitó la semana pasada a Venezuela y no a Colombia.
Todo el poder mediático insistió en vincular esa visita con la situación política de Venezuela y no con los esfuerzos realizados a favor de la paz colombiana, como era de esperarse, de acuerdo al objetivo explícito del viaje y a las grandes dificultades que conlleva ese complejo proceso de diálogo y de acuerdos.
Desde el mismo momento del arribo del Papa Francisco a Bogotá la televisión procuró centrar la atención en una agenda particular. Reseñó la audacia de un niño venezolano que se acercó y regaló el tricolor nacional al Papa. Por supuesto, el niño recitó en entrevista “oportuna” lo que periodistas, padres o curas manipuladores le habían hecho memorizar: le pidió al Sumo Pontífice para que hubiese medicinas y comida y para que “Venezuela fuese libre”. ¡Ya no hay capacidad para asombrarse del irrespeto y del abuso hacia un niño mostrados por este periodismo!
En las grandes misas y concentraciones de los días siguientes, al concluir las palabras del Papa, los reporteros salían solícitos a entrevistar a los venezolanos presentes; no para recoger el impacto del mensaje papal sino para que expresaran angustias y deseos sobre la situación de nuestro país.
Los medios impresos, esperanzados por los bulos de la oposición criolla, auguraban un encuentro del Papa Francisco con la jerarquía eclesiástica venezolana para conformar una posición condenatoria al Presidente Maduro.
Se quedaron con los crespos hechos. La ecuanimidad del Papa, su sentido de justicia y su firmeza en su prédica de la paz y del diálogo no permitió que sus palabras fuesen manipuladas por la extrema derecha en contra del pueblo y el gobierno de Venezuela. Una oposición que sólo respira con lo que le viene de afuera no logra músculos ni fuerza para ser una alterativa real de poder medianamente respetable.