Por Rafael Hernández Bolívar
Tantas muertes, tantos mutilados, tantas familias destruidas, tantos caseríos arrasados, ¡durante tantos años!, ¿no son suficientes? Es lo primero que uno se pregunta ante la victoria del “No” en el referendo por la paz celebrado recientemente en Colombia.
Se le preguntó al pueblo: "¿Apoya usted el acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera?". De 34.899.945 colombianos que podían ejercer el derecho a manifestar su decisión, las respuestas se distribuyeron así: 63% (21.833.920) prefirió no contestar; es decir, no ir a votar. El 37% restante (13.066.025) que contestó a la pregunta, lo hizo de la siguiente manera: 18,43 de la población electora (6.431.372) apoyaron el “No” y 18,27 (6.377.464) respaldaron el “Sí”.
La victoria del “No” es terriblemente desoladora para quienes desde cualquier rincón de la tierra saludamos esperanzados el camino para el perdón, la tolerancia y la democracia que se abría con los acuerdos entre el gobierno nacional y la FARC. Pero no tanto por la cifra del “No” que, al fin y al cabo, es menos de la quinta parte de los colombianos aptos para votar, quedando además un amplio espacio para discutir la motivación de ese voto que agrupa a los sanguinarios de la guerra (la minoría), a los confundidos por la campaña de manipulación y engaño (el jefe de la campaña del “No”, desbordado por la euforia al conocer los resultados, se fue de la lengua y dijo que durante la campaña promovieron la indignación, distorsionaron los puntos del acuerdo de paz y mintieron de manera inescrupulosa), a los que dudan de la viabilidad del acuerdo, etc. Lo dramático es la apatía y la indiferencia de la gran mayoría de los colombianos víctimas de la guerra, obligados a la zozobra, al desplazamiento y al terror. ¿Cómo es posible que se queden en sus casas?
Hay algo más. Al seguir los datos y el peso que, de acuerdo a los analistas, tuvo la religión en esos resultados, se destaca el tristísimo y decisivo papel que jugaron los cristianos en la victoria del “No”. Los representantes católicos, oficialmente identificadas con el “Si”, no hicieron esfuerzos para convertir en victoriosa esta opción y, en cuanto a los evangélicos, hubo congregaciones que frontalmente hicieron campaña por el “No”. Si como dice Edgar Castaño, presidente de la Confederación Evangélica de Colombia, los evangélicos suman unos diez millones de votos en un país en donde el Presidente de la República es elegido por menos de ocho millones y en el referendo por la paz le aportaron al “No” mas de dos millones de votos, resulta claro lo decisivo que fue este voto para la victoria del “No”.
Precisamente porque de cristianos se trata, este comportamiento me trajo a la memoria lo que para mí es la expresión colombiana más profundamente humana de la desolación y la impotencia, la canción del dolor y el desamparo que compuso Juancho Polo Valencia cuando murió su compañera:
“Como Dios en la tierra no tiene amigos,
como no tiene amigos anda en el aire.
Tanto le pido y le pido, ¡ay hombe!
siempre me manda mis males.”
“Se murió, mi compañera ¡qué tristeza!
Alicia, mi compañera, ¡qué dolor!”
“…Donde todo el mundo me quiere,
Alicia murió solita...”
Al interpretar el voto al “No a la paz” de católicos y evangélicos, a la luz de los versos de esta canción, necesario es concluir que estos cristianos no son amigos de Dios -que es la paz, como nos venían predicando en armónica coincidencia ambos grupos religiosos. Parece que tampoco son amigos del Pontífice Francisco quien expresó su deseo y buena voluntad por los acuerdos de paz y su deseo de visitar al país, en caso de que ganara el “Si”. De manera explícita el Papa reiteró su “apoyo al objetivo de alcanzar la concordia y la reconciliación de todo el pueblo colombiano, a la luz de los derechos humanos y de los valores cristianos que se hallan en el centro de la cultura latinoamericana". En fin, los cristianos al apoyar al “No” con su voto o manteniéndose en sus casas, también le dijeron al Papa que no lo querían ver por Colombia.
Los cristianos que votaron por el No” estaban convencidos de que con la paz vendría colada una procesión de prerrogativas de género que destruiría lo que ellos entienden por familia cristiana. Y valorada la disyuntiva de esta manera, ellos optan por la continuación de la guerra. Lo que en términos de racionalidad política es una negación a la democracia; pues, aún suponiendo fundadas las aprehensiones sobre algunos puntos de los acuerdos, el camino de la paz ofrece la posibilidad del diálogo, la discusión y el acuerdo que, acudiendo al pueblo, fuese solventando las limitaciones y objeciones. No es lo mismo solventar los escollos intercambiando argumentos y sometiéndose a la voluntad de las mayorías que imponer decisiones disparando balas y contando el número de muertos.
Algunos dicen que la razón de este comportamiento de los grupos evangélicos se debe a que fueron ignorados por quienes promovían el “Si” y por el Presidente Santos, o sostienen que hizo falta explicaciones e involucrarlos en la negociaciones por la paz. Quizás, haya algo de fundamento en esa observaciones. Pero, uno se pregunta, ¿No son los cristianos, precisamente, los predicadores de la paz? ¿Necesitan que alguien les convenza de su conveniencia y de su prioridad?
Los cristianos prefirieron apostar por la continuación de la guerra; unos, promoviendo activamente el “No” como decisión electoral y, otros, adoptando una posición pasiva de bajísimo perfil o, de manera abierta, mostrándose indiferentes.
Y, por supuesto, hoy nadie puede excluirlos de su responsabilidad. Esperemos que no tengamos que escribir, imitando a Juancho Polo Valencia: “Donde todo el mundo la quiere, la paz murió ¡solita!”.