Por Rafael Hernández Bolívar
Peor a su ocurrencia, es una incorrecta interpretación de la derrota. Su asimilación determinará que nos fortalezca para nuevos combates o hunda para siempre el proyecto transformador de nuestro país.
Los días que corren están signados por la crisis económica mundial, incluida la caída de los precios del petróleo. Sin mencionar el deterioro medio ambiental y los números conflictos internacionales provocados por la voracidad imperialista y las redefiniciones geopolíticas regionales.
El pueblo venezolano decidió transitar el camino de la integración latinoamericana, liberándose de tutelajes foráneos y asumiendo políticas de reivindicación social e institucional centradas en el pueblo; todo ello, bajo el hostigamiento permanente y feroz de la derecha criolla e internacional.
En Venezuela se está jugando no sólo el destino de un país sino, en parte importante, también, el destino de todo un continente. Una oportunidad única y quizás la última oportunidad de tener un destino soberano y gobiernos centrados en la atención de las grandes mayorías. Si perdemos esa oportunidad, inevitablemente, mas temprano que tarde, engrosaremos la legión de países parias, condenados de la tierra, junto a los países depauperados de África y de Asia.
Después de 17 años no hemos logrado que la mayoría del pueblo esté consciente de esto y, pese a sus innegables esfuerzos, la acción del gobierno y la conducta de los dirigentes –muy censurable en algunos casos específicos- no han convencido a la gente de que ese programa es el centro de sus preocupaciones. La batalla ideológica escasamente trasciende la vociferación de consignas y, en consecuencia, no siembra fuertes pivotes que resistan y combatan la maquinaria propagandística de los enemigos.
La evaluación de la derrota de esta batalla no puede paralizarnos. Hay que combatir a los reaccionarios envalentonados que vienen a cerrar los caminos que se abrieron esperanzadores en el 98, que vienen dispuestos a terminar con todo avance o conquista. Ahora es el momento de la batalla política en serio.