Por Rafael Hernández Bolívar
Peor a su ocurrencia, es una incorrecta interpretación de la derrota. Su asimilación determinará que nos fortalezca para nuevos combates o hunda para siempre el proyecto transformador de nuestro país.
En la situación desesperada de una inminente derrota en la Batalla del Pantano de Vargas, Bolívar le dice al Coronel Rondón, quien hasta ese momento no había entrado en acción y estaba reclamando participar en la batalla: "¡Salve usted, la patria!". Y el hijo de esclavos libertos, al grito "¡Que los valientes me sigan!", al frente de los lanceros, hizo una formidable carga de caballería que pulverizó las fuerzas enemigas y aseguró la victoria patriota. En la fechas sucesivas de la conmemoración de la Batalla, Bolívar solía decir: "Hoy es día de San Rondón". Para Venezuela, hoy es la hora del pueblo y será éste el que emule a Rondón y asegure la victoria revolucionaria.
Lo que está en juego
Los días que corren están signados por la crisis económica mundial, incluida la caída de los precios del petróleo, nuestra principal generadora de divisas. Sin mencionar el deterioro medio ambiental y los numerosos conflictos internacionales provocados por la voracidad imperialista y las redefiniciones geopolíticas regionales.
El pueblo venezolano decidió transitar el camino de la integración latinoamericana, liberándose de tutelajes foráneos y asumiendo políticas de reivindicación social e institucional centradas en el pueblo; todo ello, bajo el hostigamiento permanente y feroz de la derecha criolla e internacional. No podíamos esperar otra cosa; pues, los grandes capitales y los gobiernos que representan sus intereses no van a cruzarse de manos ante las transformaciones populares que vulneran sus privilegios.
En Venezuela se está jugando no sólo el destino de un país sino, en parte importante, también, el destino de todo un continente. Una oportunidad única y quizás la última oportunidad de tener un destino soberano y gobiernos centrados en la atención de las grandes mayorías. Si perdemos esa oportunidad, inevitablemente, mas temprano que tarde, engrosaremos sin esperanzas la legión de países parias, condenados de la tierra, junto a los países depauperados de África y de Asia.
Después de 17 años no hemos logrado que la mayoría del pueblo esté consciente de esto y, pese a sus innegables esfuerzos, la acción del gobierno (acertada en unos casos, desacertadas en otros) y la conducta de los dirigentes –muy censurable en algunas conductas específicas y muy graves- no han convencido a la gente de que ese programa es el centro de sus preocupaciones.
La batalla ideológica escasamente trasciende la vociferación de consignas y, en consecuencia, no siembra fuertes pivotes que resistan y combatan la maquinaria propagandística de los enemigos. No supimos explicar en qué consiste la guerra económica, cómo se orquestaba y cuáles son sus objetivos, quién y cómo la financian los grandes capitales y el gobierno gringo ni supimos implementar mecanismos más eficientes y más transparente que atenuaran sus terribles efectos. Prueba de ello es que la oposición impuso su discurso (“No hay guerra económica, sólo incompetencia”) en los trecientos mil nuevos votos que ganó la oposición y en los millón ochocientos mil votos del chavismo que no fueron a las urnas.
Las decisiones electorales del ciudadano giran el 6 de diciembre en torno a lo inmediato y, en esas circunstancias, son influidas por la prédica de la derecha en el terreno fértil de la ideología capitalista, sembrada a lo largo de los años y que la inconsciencia de muchos funcionarios refuerza con sus ejecuciones torpes y conductas censurables. Las agresiones imperialistas ejecutan el empujón que hace falta.
Voluntad contra el pesimismo
La evaluación de la derrota de esta batalla no puede paralizarnos. A la par que nos levantamos y sacudimos el polvo, se redefinen tácticas y revalúa la estrategia, hay que combatir a los reaccionarios envalentonados que vienen a cerrar los caminos que se abrieron esperanzadores en el 98, que vienen dispuestos a terminar con todo avance o conquista.
La lucha revolucionaria está llena de extraordinarios ejemplos de lucidez y de fe en la victoria ante momentos aciagos o derrotas. Bolívar, cercado por el enemigo y diezmadas sus fuerzas, a la pregunta: “¿Qué piensa hacer, General?” responde con firmeza: “¡Vencer!”. Gramsci, en la cárcel y enfermo, recomendaba anteponer la voluntad del optimismo al pesimismo paralizante. Nikolai Ostrovsky, el autor de la novela "Así se templó el acero", muerto a los 32 años, los 12 últimos ciego y paralizado por una lesión en la columna vertebral, ocasionada por un disparo durante la guerra civil rusa, escribió a su preocupada hermana: "Es cierto que no puedo mover ni un músculo y que no veo ni gota; pero, eso no significa que todo está perdido".
En nuestro caso, la situación aunque muy grave y decisiva, no tiene todavía, los rasgos desesperados de esos dramáticos momentos. Hay todavía espacio para recomponer las fuerzas, evaluar tácticas, acciones y hombres, enderezar decisiones, redefinir la estrategia, luchar decididamente por la victoria.
Un sistema de asignación de cargos que favorece a los ganadores, tal como ocurrió cuando nosotros ocupamos el primer lugar, hace que la victoria derechista, con una diferencia porcentual de 13,8 (MUD: 7.482.252 y GPP: 5.616.239), obtenga el doble de los diputados nuestros. Lo que es igual no es trampa. De hecho en Cojedes, donde ganamos por una diferencia de 10.000 votos (6% de diferencia) los triplicamos. De los cuatro diputados obtuvimos 3 y la oposición 1. Pero lo concreto es que tenemos 55 diputados para dar la batalla en la Asamblea Nacional. Lo que me preocupa es la calidad de esos diputados y la necesidad de reforzarlos, asesorarlos y apoyarlos con buenos equipos para que sean beligerantes y planteen problemas, salidas y objeciones clave que, apoyadas por la organización y la movilización populares y gremiales, mantenga a raya los planes derechistas de desmantelar el proceso revolucionario venezolano.
También tenemos la casi totalidad de gobernaciones y alcaldías, que ahora, más que nunca deben trabajar y deslastrarse de la ineficiencia y la corrupción, en sintonía con las organizaciones populares. Hay que preguntarse por qué pudimos contrarrestar el ataque derechista y ganar en algunos estados, y perdimos en otros. ¿Por qué en los estados llaneros, por ejemplo, perdimos por paliza en Barinas (6 la MUD, 1 GPP), el más favorecido de la acción del gobierno, y ganamos, igualmente por paliza a los contrarios, en los estados llaneros relativamente menos favorecidos (Apure, Guárico, Portuguesa y Cojedes; de 21 diputados, la MUD sólo obtuvo 4 y los 17 restantes el GPP).
Conservamos el ejecutivo, sin mencionar los otros poderes del Estado que, respetando su necesaria independencia, están constituidos por personas probas y capaces. Y un liderazgo visible, que tiende a hacerse colectivo, en donde Nicolás Maduro se está creciendo ante las dificultades y alrededor de cuyo liderazgo debemos colocarnos todos.
Hay también unas conquistas sociales y de infraestructura defendibles y un aliento integracionista latinoamericano de gran peso.
Ahora es el momento de la batalla política en serio. La correcta interpretación de la derrota debe surgir de la discusión honesta entre quienes defendemos este proceso y estamos dispuestos a impulsarlo más allá de victorias o de derrotas circunstanciales. Sin pueblo no hay revolución. Sólo haciendo realidad la participación de la gente, en los términos de la Constitución Bolivariana, lograremos no sólo vencer a los enemigos sino también desterrar a corruptos e ineptos que construyen la alfombra por donde transita la contrarrevolución.