Por: Rafael Hernández Bolívar
Sorprende el desparpajo con que los conspiradores mienten sobre la realidad política venezolana. Sorprende la estridencia con que repiten esas mentiras y, más aún, asombra la celeridad e irresponsabilidad con que algunas organizaciones internacionales, algunos gobiernos y algunos políticos al servicio de los intereses norteamericanos están dispuestos a asumir puntos de vista y exigencias contrarias a la verdad, a la democracia y a la Constitución y las leyes de la República Bolivariana de Venezuela.
Pero el efecto sorpresa desaparece cuando uno comienza a preguntarse sobre cuáles son los motivos que incitan a generar esas mentiras. ¿Por qué, la oposición venezolana, al revés de lo que hace cualquier opción de poder alternativa en una democracia, renuncia al enfrentamiento ideológico, a la crítica de la gestión del gobierno, a la construcción de un movimiento político capaz de ganar la mayoría que le haga gobierno? ¿Por qué, por ejemplo, ante la corrupción de un determinado funcionario, por alto que sea su investidura, no procede a su denuncia concreta? ¿Por qué no hace la denuncia, activa el proceso judicial y exige las sanciones pertinentes ante los organismos competentes o ante la opinión publica, como, por ejemplo, hizo el mismo gobierno, por iniciativa propia, entre otros caos, contra el exgobernador del Guárico?
No hace tal cosa. No le interesa porque para ello se necesita lo que a la oposición venezolana le falta: razones. Le falta identidad con los valores patrios de defensa de nuestros recursos, de nuestra cultura y de la integración latinoamericana. Carece de sensibilidad, de valoración y de solidaridad hacia las clases populares. No tiene una proposición alternativa de país en el que quepamos todos en una sociedad de justicia y oportunidad para todos.
Miente porque necesita justificar sus acciones desestabilizadoras, porque necesita convencerse a sí misma de que tiene razones para la ilegalidad y la conspiración.