Por Rafael
Hernández Bolívar
Es conocida
la frase de Fidel: “… no es una Revolución marxista; pero, en términos
marxistas, es una Revolución”. Algo parecido provoca decir sobre el último
libro de Thomas Piketty, El capital en el siglo XXI (FCE, 1914). Es un
libro que sin proponer la Revolución –esto es, acabar con el capitalismo y
construir el socialismo-; sin embargo, aporta información imprescindible
y sustentos teóricos vitales para una proposición real de cambio revolucionario
en la sociedad de nuestros días. No en balde, las fuerzas políticas avanzadas
en Europa (Zyriza, en Grecia, hoy en el poder; Podemos, en España, con fuertes
posibilidades de ganar las próximas elecciones) lo han hecho referencia
obligada en sus propuestas programáticas. En contrapartida, del lado de los defensores
del capitalismo, ha generado pánico y lo miran como un elemento perturbador al
momento de decidir sobre las políticas para la superación de la actual crisis
económica.
Paul
Krugman, Premio Nobel de Economía, no ha tenido empacho en decir que el libro
escrito por Piketty es “el mejor libro de economía del año, y quizás de la
primera década del siglo XXI”.
Los ricos se
hacen más ricos; los pobres, más pobres
Durante las
últimas dos décadas, el economista francés Thomas Piketty, ha estudiado la
evolución de las desigualdades económicas en veinte países de diversos
continentes. Esto es, describe cómo una proporción muy pequeña de la población
se apropia de la mayor parte de la riqueza generada por la sociedad y, a la
inversa, como la gran masa termina recibiendo porcentajes pequeños en la
distribución. Esta tendencia se ha acentuado a grados escandalosos, como ocurre
en EEUU en las últimas tres décadas del siglo XX: El 1% de los estadounidenses
se queda con el grueso de la riqueza generada por el país y lo que llega al 99%
restante son migajas y exclusión.
El estudio
abarca desde el siglo XVIII hasta nuestros días y se centra en la distribución
del ingreso y la riqueza en esos países. Responde a preguntas tan importantes
como la relativa a las proporciones desiguales en que se distribuye el ingreso
nacional entre el que va a manos del trabajo y el que va a manos del
capital.
Demuestra
como la desigualdad es inherente al capitalismo, es estructural, forma parte
esencial de su dinámica y conduce a situaciones de injusticia y de desamparo
social intolerables. Todo esto se traduce en un gran poder en manos de una
minoría oligárquica que convierte en mentira los principios de democracia y de
justicia que la sociedad proclama, pero que no tienen expresión real en la vida
cotidiana de los ciudadanos.
Marx tiene
razón
Los datos
históricos analizados arrojan lo predicho por Marx a propósito de la
concentración de capital y la depauperación del conjunto de la sociedad en
función de los privilegios de los propietarios del capital. Desnuda la mentira
de que el crecimiento económico de la sociedad lleva emparejada el crecimiento
del bienestar de todos sus miembros. Más aún, señala cómo el ritmo de
crecimiento de la desigualdad entre el trabajo y el capital se acentúa en las
últimas décadas y es el sustrato real de la crisis actual del capitalismo.
Esta
demostración no es cualquier cosa. Sobre todo, cuando en la década de los
setenta, fue el argumento negado por quienes justificaban la claudicación y la
renuncia al papel de vanguardia de la clase obrera en la lucha por el
socialismo. Arriaban sus banderas diciendo: “Marx se equivocó al pronosticar
que la sociedad acentuaría la polarización entre explotados y explotadores;
pues las capas medias se amplían y se consolidan, adquiriendo, además, un papel
decisivo que desplaza el papel protagónico que se le asignaba a la clase
obrera”. “La sociedad tiende a disminuir los espantosos niveles de explotación
y desigualdad a través de la reorientación en bienestar social del ingreso recaudado
por los impuestos ”.
Sin duda, el
trabajo de Piketty tiene el mérito de demostrar, en términos de cifras y
teorías explicativas, el proceso del que todos somos testigos: El
enriquecimiento descomunal de los más ricos y el dramático
empobrecimiento, no sólo de los más pobres, sino del resto de la sociedad,
incluida una proletarización progresiva de las capas medias. Sin proponérselo,
exalta el extraordinario aporte que significó para la revolución mundial,
quienes mantuvieron la esperanza y la lucha por el socialismo, como la
sostenida por nuestro Hugo Chávez, cuando cundía el derrotismo en la izquierda
y la desesperanza en el pueblo.
¿Reforma o
Revolución?
Las medidas
que propone Piketty son inviables para el capitalismo: Establecer políticas que
le pongan límites al capital, hagan menos ofensiva y despiadada la renta de los
capitalistas y permitan una redistribución que asuma las necesidades sociales,
educativas y sanitarias de las mayorías.
Piketty
propone obligar, a través de una profunda reforma de los sistemas fiscales, a
que los que más reciben en el reparto de la riqueza nacional paguen más
impuestos a través de cuya recaudación el Estado puede financiar ambiciosos
programas sociales y, sobre todo, programas educativos que cualifiquen a los
sectores menos favorecidos.
El
problema es que el sistema capitalista está estructurado de manera tal que son
los mismos privilegiados quienes toman las decisiones. Solo el pueblo
organizado en reales estructuras de poder político puede darle la vuelta a la
tortilla: O nos calamos la desigualdad o hacemos la Revolución.