Por: Rafael Hernández Bolívar
La clase media es ilusa. Se ha construido
una imagen halagadora de sí misma con la que se siente feliz y se cree distanciada
de los sectores populares gracias a virtudes que entiende como propias. Por
ello se siente predestinada a beneficios y atenciones que estima merecidos.
Quizás pueda ilustrar este convencimiento una conocida frase de un comercial televisivo:
“¡Porque yo lo merezco!”
En mi caminata matutina, acompañado de una típica
representante de esta clase, pasamos por la entrada de un barrio colindante a
una urbanización del Este caraqueño. Un contenedor para basura desborda
desperdicios a su alrededor. Mi acompañante arranca de discurso: “¿Qué les
cuesta depositar la basura en su lugar? ¡Así no se puede progresar! ¡La gente
lo que tiene es un rancho en la cabeza y no les importa vivir entre la basura!”.
Le dejo hablar sin interrumpirla, organizando mi estrategia para desbancar
expresiones tan hueras, mientras avanzamos hacia la urbanización.
Le riposto por sorpresa: “¡Sólo que el
rancho lo tienen en la cabeza los gobernantes y no los habitantes del barrio!”
Sorprendida por un instante, sin embargo, retorna a su argumento: “No, no,
no... Es la gente la que no tiene remedio.”
Es sencillo, le digo. Aquí, en la
urbanización un camión recoge la basura directamente a las puertas de edificio
o de la casa. Los edificios tienen un conserje que saca la basura
religiosamente el día y la hora que pasa el camión. Por si fuera poco, hay una
cuadrilla que permanentemente barre las calles. Veamos, por otro lado, el
barrio: La gente tiene que llevar la basura de su casa al contenedor, en
algunos casos caminando 300 metros, no hay cuadrilla que barra las calles y,
para colmo, le colocan un contenedor a todas luces insuficiente.
Si por una semana cambiáramos las condiciones, ¡tú me dirás quien es el
que tiene el rancho en la cabeza!