Por: Rafael Hernández Bolívar
La archiconocida fábula de Samaniego ilustra
este asunto de la lucha contra la corrupción: Los ratones extenuados por el
hambre al que los sometía el gato guardián de la cocina estuvieron de acuerdo
en que la solución era colgarle un cascabel para que el ruido del artificio
advirtiera su presencia y permitiera escapar a tiempo. Pero la propuesta tenía
un grave problema: ¿Quién le ponía el cascabel al gato? Como no encontraron a
nadie para la misión no les quedó más remedio que continuar rumiando frustración, lamentaciones e
impotencia.
Esta ha sido nuestra lamentable historia
republicana. La corrupción ha carcomido las mejores intenciones y los sueños
más nobles. Los venezolanos hemos pontificado sobre la honestidad en el manejo
de la cosa pública y hemos denunciado a quienes al amparo de las funciones de
gobierno han enriquecido su patrimonio a las costas de la riqueza de todos y,
en no pocos casos, de partidas elementales de atención a las necesidades más
urgentes del pueblo.
Ante ello, sólo había espacio para la
lamentación y la débil denuncia. Ni siquiera un asomo de rectificación y
castigo. Gobiernos civiles y militares, por igual, devoraban los recursos y
exhibían impunes el botín de sus rapiñas. No había un presidente que hablara
seriamente de la cuestión. Al revés, algunos nos legaron claros ejemplos del
apadrinamiento al flagelo. Valga un ejemplo: Tal como lo reseñó en su
oportunidad Simón Saéz Mérida, el Presidente Raúl Leoni, ante el
cuestionamiento que le hizo el CEN de AD por haber mandado a construir
carreteras para el beneficio de familiares hacendados tuvo el cinismo de responder:
“Yo no me he hecho Presidente para empobrecer a mi familia”.
Pero, finalmente, el Presidente Maduro ha
hecho lo que todo venezolano honesto ansiaba. Le ha puesto el cascabel al gato.
Ahora se trata de que instituciones y ciudadanos organizados pongamos nuestro
esfuerzo para apuntalar estas acciones. Quienes se opongan son parte de la
corrupción.