Por:
Rafael Hernández Bolívar
He sido testigo de por lo menos dos perlas
del pantallerismo político de Antonio Ledezma.
En 1993, acompañado de comerciantes
saqueados del 92, después de una desesperante antesala de seis horas, nos
recibió en su despacho de gobernador y escenificó lo siguiente: Recriminó a los
subalternos por no haber sido informado de inmediato de nuestra presencia y de
no atender nuestra urgida situación. Seguidamente censuró, con la cara
enrojecida por la indignación, la irresponsabilidad de las Compañías de Seguros
que no indemnizaron a los afectados y concluyó con la promesa de mover toda su
influencia y sus recursos para que las desamparadas víctimas del saqueo
recibieran apoyo gubernamental. Nos despidió calurosa y solidariamente. Sin
embargo, no hizo gestión alguna; nunca más supimos de él y no fue posible que
nos recibiera nuevamente.
La segunda perla me la deparó la magia de
las trasmisiones en directo de Globovisión. En los días de la conspiración de abril de 2002 se realizaba
una manifestación en La Guaira. Desde los estudios dan un pase a una periodista
que se encontraba en el lugar de los acontecimientos. Aparece un Ledezma
animado y combativo, dando instrucciones a sus seguidores de cómo había que
mover la gente e incentivar las acciones. Alguien -que no se ve en pantalla-
dice: “Antonio, ya la televisión está aquí”. De inmediato, Ledezma se coloca una máscara de oxigeno, se acuesta
en una camilla y con voz sofocada y débil inicia sus declaraciones: “La
policía... arremetió ... de manera salvaje... contra esta... pacífica
manifestación de ciudadanos...” El ataque de risa ante semejante payasada me
impidió escuchar más. Sólo recuerdo la cara de estupefacción de la periodista
que, pese a estar preparada para la escena, supongo que la desconcertó el
insólito histrionismo del personaje.
Hoy, cuando lo veo con sus poses de inmaculada
integridad no dejo de recordar la frase del anónimo asistente: “Antonio, ya la
televisión está aquí”.