Por: Rafael Hernández Bolívar
Oigo la radio; pero, no la escucho.
Permanece como inicuo ruido de fondo mientras me dedico a otras tareas. Sin
embargo, el tableteo característico de una ráfaga de ametralladora distrae mi
atención de los quehaceres cotidianos y hace que concentre mis oídos. Siguen
ruidos de explosiones y de movimientos de grupos uniformes, como de desfiles o
marchas militares. Cuando estoy intentando comprender lo que pasa, un locutor
anuncia: “¡Arrrsenaaalll! Hoy les
traemos balas ideológicas de alto calibre para la batalla de las ideas...” ¡¿?!
Recuperado ya de la sorpresa inicial, sigo
el desarrollo del programa. No consigo nada nuevo ni especialmente
revolucionario y mucho menos apocalíptico y anunciador de una transformación
radical del país. Reseña –a mi juicio, lo más valioso del programa- algunas
actividades culturales y comunitarias.
Luego, la lectura de una especie de catecismo: "Nuestra doctrina
política es el marxismo, nuestro método, el materialismo histórico..." ¿Dónde
está la crítica radical al capitalismo? ¿Dónde están las argumentaciones del
socialismo, las razones de la revolución expuestas en ideas trasparentes,
sólidas, argumentadas? Por lo menos, en el programa que escuché no estaban en
ninguna parte.
Después escucho en otra emisora una dulce
voz femenina, serena, pero firme: “En este programa detonamos la palabra para
alcanzar una explosión de ideas...” Recuerdo algunos artículos leídos que
tienen el mismo acento incendiario. ¿Es esto una epidemia? ¿Estamos persuadidos
que el estruendo garantiza radicalidad y profundidad en la revolución?
Releo el Manifiesto comunista, el documento político más radical
producido por la humanidad a lo largo de su historia, con la idea de conseguir
antecedentes de esta vocación por el estruendo y la terminología guerrerista.
Tal lectura me deparó algunas sorpresas que compartiré con ustedes en una
próxima ocasión.