Por:
Rafael Hernández Bolívar
Hay poderosos y diversos motivos
para la celebración entusiasta de la gran victoria popular del domingo: La alta
participación refrendó los resultados electorales, sin espacio para la duda o la
inquina de los opositores criollos o foráneos. La ratificación del socialismo y
del liderazgo del Presidente Hugo Chávez Frías y, con ello, la firme decisión
de integración latinoamericana y solidaridad con los pueblos; la defensa de un
sistema de relaciones internacionales justo y respetuoso del derecho de las
naciones; un claro partido por la conservación de los recursos del planeta y por
la supervivencia de la humanidad. El impacto en la izquierda internacional que
reivindica en nuestra victoria la factibilidad del socialismo democrático y
participativo. La demostración de que el disenso y la resolución pacífica de
las confrontaciones en los procesos
electorales son rutinas de la democracia socialista. La supremacía revolucionaria
en prácticamente todo el territorio nacional. Etcétera.
Cualquiera de estos motivos
justifica con creces nuestra alegría y satisfacción. Pero, hay que ir más allá
de la evidente victoria. Por ejemplo, detenernos en el significativo
crecimiento de la oposición. Pecaríamos de ingenuos si tal fenómeno se lo
atribuyésemos exclusivamente al efecto de la poderosa maquinaria
propagandística opositora y su capacidad de manipulación y engaño. En algunos
casos, ese argumento está ampliamente justificado: Los venezolanos en el
extranjero, subyugados por la gran prensa (veáse nada más las páginas de los
grandes diarios españoles para que se sorprendan de la asqueante manipulación,
lenguaje, distorsión y sesgo con que trata la información sobre Venezuela),
entre otras razones importantes, se ha pronunciado a favor de la opción neoliberal. Pero, también ocurre que
muchos compatriotas que están en el país asumen esa visión y se supone que tenemos
más posibilidades de informar y ganar para la opción mayoritaria del pueblo.
Peor aún: Mucho del crecimiento opositor se ha dado en sectores populares.
Es entonces el momento de ver
cuánto de nuestra responsabilidad en las políticas y ejecuciones del gobierno,
del partido y de la conducta personal de sus dirigentes es la explicación de
que después de catorce años de revolución no hayamos aumentado, -no en términos
numéricos absolutos sino porcentuales-, el nivel de aceptación e identificación
entre los venezolanos.
Revisar, evaluar, determinar y
hacer los cambios necesarios son tareas urgentes. De lo contrario, podríamos
terminar respondiendo afirmativamente la pregunta incluida en el título de este
artículo.
rhbolivar@gmail.com