Por: Rafael Hernández Bolívar
El neoliberalismo no levanta cabeza en ninguna parte. Sus fórmulas,
otrora receta universal para las economías de los países, no pegan una y sólo
acentúan los fracasos. Seis largos años de crisis sin que se vea luz de salida.
Ni las guerras han podido insuflarle un
segundo aire a un capitalismo agonizante. En otros momentos permitían mover la economía
imperial y concentrar las preocupaciones de la gente en la angustia de la
sobrevivencia física. Hoy no, todo falla.
Rajoy llega a la presidencia del gobierno español con el
discurso de que la falta de confianza en un gobierno con ambigüedades
socialistas –aunque de socialista sólo tenía el nombre- mantenía a los
inversionistas alejados de la economía y que un gobierno como el suyo,
frontalmente cuadrado con el gran capital, traería una lluvia torrencial de
grandes inversiones. No sucedió así. Al revés, cuando el capital financiero
percibió que la crisis tiende a prolongarse, sale en desbandada de la economía
española. Para el primer trimestre del año se fugan noventa y siete mil
millones de euros. Sólo en el mes de marzo se calcula que salieron sesenta y seis
mil millones de euros. Y algo más sorprendente: El mayor porcentaje de ese
capital fugado pertenece a los bancos españoles. Se descubre lo evidente. El
capital no tiene patria.
Pero en Venezuela los trasnochados predicadores del sueño
neoliberal se aferran a tal fantasía.
“Progreso”, “emprendedores”, “libre mercado”, “indicadores macroeconómicos”, “inversión
extranjera”, etc., son las palabras que procuran ocultar la ausencia de un real
programa de transformación profunda de la sociedad venezolana y resolución de
los problemas de educación, salud, seguridad, alimentación, vivienda, empleo, etc.
El programa de Capriles luce vacío. No tiene corazón de pueblo. Sólo expresiones huecas, carentes de sentido y de
credibilidad.
Se acabó el sueño neoliberal. No hay manera de atender a las
grandes mayorías y a la sobrevivencia del planeta sin tocar los sagrados
intereses del gran capital. No hay más opción: ¡socialismo o barbarie!