Por Rafael Hernández Bolívar
rhbolivar@gmail.com
El candidato Capriles está dispuesto y colaborador. Y
efectivamente hace lo que le ordenan sus asesores de imagen. Sonríe, trota,
abraza y hasta dice palabras malsonantes. Lo que se persigue es proyectar
simpatía, fortaleza, juventud, decisión, etc. Todo ello en un esfuerzo inútil
por aumentar sus posibilidades de aceptación y de victoria. Pero la sonrisa congelada,
el abrazo de compromiso y hasta las groserías destempladas, en su caso, se
convierten en muecas y en una farsa.
Ahora le han dicho que debe mostrarse agresivo y aprovechar
sus intervenciones públicas para utilizar expresiones fuertes que trasmitan la
agresividad y la decisión que no consigue con acciones, palabras e ideas. Por
eso en Carabobo dice “Que arrecha es Venezuela que tiene iguanas así de grandes”
y en el Zulia repite la expresión, ligeramente modificada: “Que iguanas tan
arrechas tenemos en Venezuela”. Más recientemente dice en San Cristóbal: “A los
tachirenses no los jode nadie”.
Pero, nada. La gente no se traga el cuento. Peor aún,
termina viéndole con lástima y conmiseración. Una sensación de pena ajena
circula entre quienes le escuchan y ven sus ridículos afanes, sus maniobras de
contorsionista, sus poses de luchador con músculos de silicona.
En la Venezuela de hoy, la autenticidad es la primera virtud
que se aprecia en un político. Resuelta positivamente esta primera cuestión; se
pasa a evaluar sus ideas, sus actuaciones, sus responsabilidades, su
trayectoria. Al final de esa evaluación, la gente le apoyará, le combatirá o le
dará su respaldo a otro candidato. Si, al contrario, la primera apreciación es
negativa; ya no habrá oídos ni atención alguna. No se pierde el tiempo en eso.
Ese es el drama de Capriles: No convence ni siquiera para ser
tomado en cuenta. La gente concluye con el slogan del afiche: “Lo tuyo es puro
teatro”... pero del malo, del que no
trasmite emociones ni genera empatía. En la representación uno no ve un
personaje sino a un mal actor.