Por: Rafael Hernández Bolívar
Los españoles están que se halan los pelos. Han sido engañados de una manera vil. Rajoy está haciendo todo lo que había prometido que no iba a hacer. Y para colmo tiene el descaro de decir: “si tengo que hacerlo, lo haré. Así haya dicho que no lo haría”.
En la campaña electoral se ocultó en frases ambiguas. Sólo generalidades. Cuando lograban arrinconarle; entonces, decía que no tocaría las partidas presupuestarias para educación, seguridad social y pensiones; que no aceptaría bancos malos en España y, en consecuencia, no tomaría dinero público para auxiliarlos; que no subiría el IVA ni implementaría el copago en la salud, etc. Pues bien, ahora hace lo contrario. Ha hecho recortes brutales a educación, ciencia y seguridad social. Los jubilados tienen ahora que pagar parte de sus medicinas. Toma ya iniciativas concretas para subir impuestos, rescatar la banca y salvaguardar los sagrados intereses del gran capital.
En Venezuela, pero con peor suerte; Capriles quiere aplicarnos la misma receta. Así como Rajoy ocultaba sus intenciones en la palabra “confianza” (España lo que necesita es confianza: para los inversores, para la juventud y para el futuro), Capriles quiere obnubilarnos con la palabra “progreso” (capital extranjero generando “progreso”, emprendedores generando progreso). Al igual que el otro, no dice ni pío de su verdadero programa. Cuando las circunstancias lo obligan, habla de la necesidad de conservar las misiones, los programas de vivienda, el esfuerzo en educación y vuelve a las palabras burladero: Democracia, libertad, derecho.
Digo con peor suerte para Capriles porque los venezolanos hemos aprendido a descubrir las intenciones en las promesas. Y no podemos esperar nada de quien en su actuación política se ha identificado con los intereses contrarios a la mayoría del pueblo, intereses fusionados entre criollos y foráneos.
Aunque resulte cruel, vale la pena recordarles a los españoles el refrán: “¡Quien no usa la cabeza para pensar, usa el lomo para recibir...”.