Por: Rafael Hernández
Bolívar
Cuando Julio Borges habló de que la oposición para poder
crecer tenía que enamorar a los chavistas, entendí tal afirmación como una
metáfora. Se trataría de mostrar a la gran mayoría del pueblo las virtudes y
los atractivos que ellos creen forman parte de su pensamiento y su actuación
política. Nunca imaginé que la recomendación la hacía y se la tomaban con la
seriedad de un plan. Aunque asumiera en la práctica la forma menos santa del
enamoramiento: La seducción.
Es decir, no es la expresión transparente de los afectos, de
las virtudes y de los defectos. Ni tampoco la declaración sin medias tintas de
las ideas y los principios. Nada que ver. Se trata de seducir, de encandilar,
de distraer la atención sobre asuntos que desvíen la mirada de cuestiones
medulares e importantes. La táctica es
ocultar las verdaderas intenciones, exaltar virtudes inexistentes, engañar. El
estilo donjuanesco desplegando sus maniobras sobre las obnubiladas doncellas:
“obrar peor, con mejor fortuna”.
El primer paso es lograr la complicidad de la víctima y hacerla
partícipe de sus tropelías fuera de la vista pública. “No se lo digas a nadie.
Esto es entre tú y yo”. No es un amor casto y auténtico que se proclama con
dignidad a los cuatro vientos. No. Es un amor bastardo que requiere de la
obscuridad, de las palabras en voz baja, de los papeles cifrados, etc. Para
decirlo con Aquiles Nazoa en la seducción de Eva:
“No
le hagas caso, mujer,
Si
quieres comer manzanas
No
te quedes con las ganas
Que
nadie lo va a saber”
La oposición no fomenta la
valentía ciudadana: Yo, ciudadano de este país, de manera clara y firme expreso
mi opinión. La oposición fomenta la cobardía: Yo, que tengo una opinión sobre
lo que ocurre en mi país, la expreso de manera anónima. ¿Puede ganar confianza
entre el pueblo una corriente política que lo primero que le pide es que no
asuma la responsabilidad de lo que piensa? A diferencia del amor, la política
siempre debe ser pública.
Aunque a decir verdad las
posiciones políticas que asumen estos sectores no son precisamente para
exhibirse. No es para sentirse orgullosos ser defensor de los explotadores. Ni
resulta exultante mostrarse descaradamente partidario de los intereses del
imperio. Se requiere, entonces, de la simulación. Ocurre lo que algún religioso
llamaría la conciencia del pecado: Saben que están obrando mal y conviene
mantenerse alejados de la luz.
En el caso de los cuadernos de
votación, utilizados en la consulta electoral para escoger candidatos, esta
conducta resulta obvia. La oposición
necesita mantener el miedo. Crea fantasmas para aterrorizar a sus partidarios.
Y explotando el terror, refuerzan su liderazgo e influencia. Dicen: “El
gobierno perseguirá a quienes voten en las primarias de la MUD… Pero, no se
preocupe, usted está seguro. Nosotros ocultaremos su identidad. Nosotros
destruiremos los cuadernos de votación”.
Como el comportamiento de las instituciones
del Estado ha sido ejemplar, respetuoso y colaborador, hay que concluir que esa
conducta de la MUD tiene otras intenciones. No están protegiendo la identidad
de quienes votaron: Están ocultando toda traza que permita establecer el número
real de votantes, toda huella que permita dilucidar si en el proceso hubo
irregularidades, todo elemento que pueda conducir a la protesta de algún
competidor defraudado o estafado. ¿Y el
elector? Responden: “No se preocupe. Nosotros lo defendemos. Nosotros pensamos
por usted. Nosotros comprendemos sus temores y le defenderemos. Nosotros
decidimos por usted”.