Por: Rafael Hernández
Bolívar
Hace algunos
años leí o escuché -no recuerdo dónde ni a quién- una versión sobre el origen
de la frase “¡Hay que llamar a María!”. No la religiosa que asocia esta
expresión a la Madre de Jesús, invocada en momentos de dificultad extrema. La
versión a la que me refiero, aunque pueda sonar irreverente es, sin embargo, divertida.
Todo comenzó
cuando Juan presentó un examen para optar por un puesto de operador de vías en
una empresa ferrocarrilera. En un momento de la prueba le preguntaron:
-¿Qué haría
usted en caso de que dos trenes, desde direcciones contrarias, se dirigen a
gran velocidad a un punto de intersección de vías?
-Cambiaría
las vías para evitar la colisión y advertiría por la radio a ambos trenes.
-Suponga que
las guías están atascadas y la radio no sirve.
-Entonces,
saco las banderas de señales y hago las advertencias necesarias.
-Ocurre que
es noche oscura y no se pueden ver las banderas, ¿qué haría usted?
-Encendería
la linterna y con las claves convenidas advertiría del peligro.
-Pero no hay
linterna.
-Encendería
una antorcha y con ella hago las señales.
-Sin
embargo, está lloviendo y no hay fuego que se sostenga, ¿qué haría usted?
A esta
altura del interrogatorio, Juan cruza los brazos, respira profundamente y dice:
-En ese
caso, llamo a María.
-¿A María?
¿Y quién es María?
-María es mi
mujer.
-Y ella, ¿qué
tiene que ver?
-¡Nada! Pero
la llamo para que venga a ver ¡el tremendo carajazo que se van a dar esos dos
trenes!
Este domingo
hay que llamar a María. A María Machado, para más señas. Para que vea la
tremenda caída de nalgas que se va a dar ese día al constatar que ni aún entre
los escuálidos prende el discurso troglodita de la resurrección del capitalismo
salvaje; ni la insolencia de los insultos gratuitos que permite la democracia; ni
los montajes, la demagogia y los gestos falsos. Ni el respaldo descarado de
intereses foráneos ni la bendición de Bush.