Por: Rafael Hernández
Bolívar
Los entusiasmos de María Corina
Machado por el capitalismo -cuando éste está en sus últimos estertores- trajo a
la memoria una anécdota familiar: El último día de su vida, el abuelo fue
llevado de urgencia al hospital. En la sala de emergencias le desnudaron para
hacerle evaluaciones y exámenes. Permaneció así largo rato, mientras a su
alrededor circulaban doctoras y enfermeras. La hija que le acompañaba, un poco
avergonzada, le dijo: “Papá: cúbrase. ¿No le da pena que la doctora lo vea
desnudo?” El abuelo, que aun maltrecho conservaba su característico buen humor,
ripostó: “El problema no es que me vea. El problema es que se entusiasme. Porque
en estas condiciones… ¡no puedo hacer nada!”
Immanuel Wallerstein ha dicho que
el capitalismo está en su fase final y que su crisis estructural ha sentenciado
su muerte como sistema. Carlos Marichal,
quien ha estudiado las grandes crisis financieras, afirma que el sistema
capitalista está en la “unidad de cuidados intensivos y el diagnóstico sigue
siendo reservado”. Slavoj Zizek no duda en sostener que estamos en pleno
apocalipsis y de aquí surgirá una nueva historia. Los más connotados
economistas, avocados al inútil esfuerzo de prolongarle la existencia, están
convencidos de que esta es la crisis más grave que ha confrontado el
capitalismo en toda su historia.
Pero esta perspectiva gris no
está restringida al plano de lo teórico. Veamos los entusiasmos seguidos de
frustración con que Europa acompaña sus decisiones prácticas en el terreno de
la economía. Fijémonos en la caída libre de la montaña rusa en que se han
convertido las cotizaciones de las bolsas de valores. Pongamos nuestros
sentidos a sintonizar el inmenso movimiento de protesta que está tomando cuerpo
en las calles del mundo.
María Corina, más respeto a los
moribundos. ¡No le pidas lo que ya no pueden darte!