Por Rafael Hernández Bolívar
La lectura desprejuiciada del artículo “El error fundamental” publicado el pasado domingo por el expresidente de PDVSA revela asuntos clave de la Revolución Bolivariana que deben discutirse con absoluta transparencia.
La primera lección
El principal impacto que produjo la irrupción de Hugo Chávez en el escenario político venezolano no fue la rebelión en sí misma. Al fin y al cabo, abundan las rebeliones en nuestra historia, antes y después del 4 de febrero del 92. Lo que realmente conmovió y motivó la simpatía hacia el líder rebelde fue la conducta valiente con que asumió plenamente su responsabilidad tanto en los hechos ocurridos ese día como en el reconocimiento del esfuerzo de los soldados y clases que le acompañaron en aquella acción. No intentó diluir en otros lo que correspondía de suyo a las decisiones y las acciones que asumió como líder de la rebelión.
En un país donde lo usual era asignar a otros las propias culpas, o ante las acusaciones refugiarse en el consabido “Yo no fui”, o salir al exterior para distorsionar la verdad echando un cuento ajustado a sus intereses, esta conducta de asumir las consecuencias de sus actos resultaba insólita, inesperada, digna, extraordinariamente moral.
José Ignacio Cabrujas saludó con entusiasmo esta conducta. ¡Por fin, en nuestro país, alguien asume la responsabilidad de sus actos políticos, de sus gestiones públicas, de sus decisiones! A esta aguda observación de Cabrujas, hay que agregar que ese acto de pedagogía moral fuera de serie lo realiza un hombre que está preso, reducido por la superioridad de fuerzas, a merced absoluta de sus carceleros.
Evasión de responsabilidades
En patético contraste, Rafael Ramírez -quien proclama a diario su adhesión y su fidelidad a la memoria de la gesta y a las ideas del líder revolucionario-, desde la comodidad de un autoexilio dorado, no es capaz de asumir dignamente sus responsabilidades. Va a mas, exige garantías y se atreve a esbozar amenazas.
No tiene prurito alguno en recurrir a vulgares chantajes. “¿Quieres que hable?” “¿Te los nombro?”, dice, retador, en un artículo anterior, refiriéndose a lo que él llama cúpulas incrustadas en el gobierno para enriquecerse, pero sin nombrarlas, dejando el ambiente cuajado de sobreentendidos y complicidades.
Más curioso aún, utiliza una expresión extraña, criptica: “Tendría muchas cosas que decir con relación a todas las operaciones de la revolución, pero yo soy un revolucionario y son secretos de Estado”.
¿Qué significa esto, sobre todo cuando en la oración anterior pedía garantías? ¡Cuántas elucubraciones caben en esa oración! ¿Significa que él no puede informar al país de sus responsabilidades como expresidente de PDVSA por razones de Estado? ¿O es la manera de ponerse a salvo de cualquier investigación o cuestionamiento, pasando a ser un ciudadano con privilegio y fuero especial? ¿Quién ha definido esos asuntos como propios de Estado? ¿La Constitución? ¿Las leyes de la República? ¿La potestad personal de los funcionarios en cargos clave? ¿Y si no son asuntos de Estado y si mera responsabilidad administrativa de los involucrados? En este último caso, la responsabilidad de Rafael Ramírez sería de mayor gravedad. No sólo por no haber impedido o denunciado en su oportunidad esos actos administrativos que perjudicaron al patrimonio nacional, sino también por no informar ahora sobre ellos.
Parece que Ramírez no aprendió la lección extraordinaria de responsabilidad y virtud ciudadana que dio Chávez a todos los venezolanos. Al contrario, y esto si son palabras textuales, en su comportamiento hay evasión evidente: “Yo reto al Presidente Maduro a que me dé garantías para volver, que cese la persecución política en mi contra, la censura, que cesen las investigaciones…” ¿No es una desvergüenza que un ciudadano con responsabilidades públicas solicite que no se le investigue a propósito de su gestión porque, a su juicio, son infundadas? ¿No es esto una absoluta falta de pudor? Ya no pensemos ni siquiera en el compromiso de un revolucionario con la verdad –¡que también!- sino en la responsabilidad de un funcionario público con el país de informar de su gestión al frente de los importantes cargos desempeñados en funciones de gobierno.
Precisamente esa es la enseñanza que no conseguimos en la conducta asumida por Rafael Ramírez en relación a la solicitud de investigación que adelanta la Fiscalía. No hay un paso al frente, una voz clara que diga: ”Aquí estoy. Yo soy el propio. Discutamos mi gestión, mis circunstancias, mis programas, mis resultados”.
Lo que parece no entender Ramírez es que para el pueblo lo importante no es una pelea entre facciones ni sus pretensiones de candidato sino la responsabilidad de, al fin y al cabo, un funcionario público que manejó la industria más importante del país y que debe honrar su gestión con información transparente y resolver las dudas y las contradicciones que hubiere en una exposición exhaustiva de los hechos. Es lo que exige la memoria de Chávez y al que tienen derecho todos los venezolanos, revolucionarios o no. Negarse a ello es pasar de la condición de investigado para establecer su grado de responsabilidad en el asunto en la que se encuentra a la condición de sospechoso que, por supuesto, es una condición más comprometida y más grave.
El discurso de la derecha
Hasta hace escasos meses Ramírez fue el representante de Venezuela ante la Organización de las Naciones Unidas. Uno esperaría que quien ha ocupado durante tanto tiempo altísimos cargos dentro de la administración pública nacional tendría una visión crítica propia y propuestas concretas para solventar los actuales problemas. Pero no es así.
En su lugar encontramos de cuerpo entero los ataques de la derecha internacional. Repite lo que ésta dice desde el mismo momento en que asumió el poder el Presidente Chávez y lo mantiene más o menos incólume hasta los momentos actuales, cambiando apenas énfasis, personajes y áreas de ataque.
Todo dicho, además desde los EEUU.
Publicado en: VEA
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