Por Rafael Hernández Bolívar
“Valientes” youtubers mayameros han agotado todas las posibilidades del ridículo, lo grotesco y la insania mental. Se creen fuera del alcance de la justicia y, bajo esa convicción, con absoluta impunidad insultan, mienten, abren las compuertas del resentimiento, el revanchismo y la putrefacción que ocupan en sus espíritus el espacio que en cualquier ser humano razonable y sensible ocupan los sueños, los grandes proyectos redentores o, como diría Bertrand Russell: “la necesidad de amor, la sed de conocimientos y la incondicional solidaridad con los que sufren”.
Sólo una masa viscosa y nauseabunda cuelga de sus labios, despertando vergüenza ajena no sólo en los venezolanos sino en cualquier ser humano de cualquier parte del mundo. Superadas las circunstancias actuales, los habitantes del futuro ¿podrán ver sin indignación o vergüenza estas piezas antológicas de la degradación moral y la pequeñez?
El frente farandulero en Miami representando papel de ideólogo, de agudo analista político, de dirigente preclaro y audaz. Todo bajo el auspicio del poder gringo.
Orlando Urdaneta, desaliñado, con unos anteojos desproporcionados, con ojeras pronunciadas (¿maquillaje? ¿insomnio? ¿alguna sustancia? ¡Vaya a usted a saber!), difunde audios de supuestos militares alzados, llama a las calles ante la “inminente caída” del régimen y describes terribles finales.
Franklin Virgüez, con ostensibles limitaciones actorales en relación al sujeto anterior, sólo atina a representar la expresión más procaz del único personaje que ha representado en su vida: el malandro que es. Uno recuerda que hasta el sublime y excelso poeta Salmerón Acosta, con todas las posibilidades dramáticas y humanas del personaje real, en manos de este mal comediante y peor actor, se convierte en un recitador grandilocuente, quejumbroso y vacío. Ahora, en su versionado papel de “Eudomar Santos, adalid de la libertad”, no pasa del discurso procaz, los gestos insolentes y los desplantes ridículos y cobardes.