Por Rafael Hernández Bolívar
En España el poder mediático no trabaja para hacer trasparente la realidad política y social sino para oscurecerla. Tampoco informa sobre ella sino que la recrea a imagen y semejanza de las prácticas antidemocráticas de la derecha gobernante.
Es impresionante el efecto distorsionador que ejercen los medios de comunicación masivos sobre la democracia española. Recientemente el escritor Enrique Vila-Matas les llamó la murga mediática. Es decir, el baile, la comparsa cuyos participantes “viven en una burbuja sin salida al exterior y creen que esa es la realidad, la suya, porque es la que trasmiten… Y, cuando no pasa en ese plató, el guionista se saca de la manga una discusión sobre si el nuevo presidente tiene que cortarse o no el flequillo… La aburrida conversación que nos tiene secuestrados es esa programación única de la realidad que nos da la televisión, toda la murga mediática”.
Es allí donde comienza la conspiración contra la democracia. La televisión marca el debate nacional centrando su programación en la vida de la farándula y la nobleza; el fútbol y la vida millonaria de sus estrellas; los asesinatos y las víctimas y victimarios expuestos hasta en sus detalles más íntimos; la realidad internacional como tragedia de otros que demuestre que en España se está mejor; tertulianos polemizando sobre intrascendencias y muchos programas de pasatiempos, series, reality shows, etc. Cuando logra colarse algún aspecto central de la realidad social, siempre la televisión se las ingenia para desviar la atención a otros asuntos o banalizar lo que ocurre y, de esta manera, la gente no vea lo importante.
Por supuesto, no sólo define los temas sino que los énfasis y los conceptos van reforzando hasta la obstinación el más atrasado pensamiento político de la derecha. Este espectáculo de necedades -¡vaya fraude!- es el referente con que Rajoy pretende dar lecciones a Venezuela sobre lo que es la democracia y la libertad de expresión.