Por Rafael Hernández Bolívar
Decía Balzac: “Detrás de cada gran fortuna hay un delito”. Volkswagen demostró, con sus prácticas ilícitas de competencia, la verdad de esta afirmación. Gracias a ellas crecieron sus ventas a cifras descomunales en los últimos años, hasta alcanzar el puesto número uno en vehículos vendidos. Ofreció motores de alto rendimiento con bajo nivel contaminante que en realidad tenían un nivel de contaminación 30 veces mayor.
La moral del capitalismo es el rendimiento del capital, por encima de cualquier otra consideración. Y esto es literal: Por encima de los seres humanos, de la vida del planeta, de las leyes e instituciones están los intereses del capital. Cuando estos intereses entran en contradicción con otros intereses y valoraciones, el capital siempre procurará salirse con la suya y sacrificar lo que la lógica de la acumulación exige para incrementar su rendimiento.
Ha habido abundantes manifestaciones de engaño, de conductas irresponsables con graves consecuencias para las personas o el ambiente. Pero, ninguna luce tan manifiestamente deliberada para el engaño como ésta de crear un software específico que burla a autoridades y clientes, a la par que se obtiene beneficios, se cobra dispositivos inexistentes y se daña masivamente el aire que respiramos todos.
Igualmente, existen ejemplos de errores de cálculo o diseño que generan consecuencias indeseables; pero, algunas veces hemos visto que tales errores son subsanados de inmediato y la empresa responsable asume las rectificaciones e indemnizaciones a la que hubiere lugar. En el caso Volkswagen no ha sido así, ni en su origen ni en su inexistente rectificación posterior. No atendieron a las observaciones ni intentaron solventar la anomalía.
¿Dónde queda aquello de que los empresarios al estar motivados por sus propios beneficios terminarían por competir haciendo mejores productos que beneficiarían a los clientes? ¡Por ahí comenzó el fraude!