domingo, septiembre 20, 2015

Ante la incertidumbre, la solidaridad es la esperanza

La profundidad de la crisis actual del capitalismo ha removido la conciencia hasta de los más indiferentes.

Por Rafael Hernández Bolívar

La incertidumbre cotidiana

Una realidad terrible de sufrimiento y de desesperación nos asalta a diario a través de todos los sentidos. Oímos, vemos, tocamos y hasta olemos la tragedia. Hay algo más, la vivimos no desde afuera, como un espectáculo triste y deprimente que observamos desde una seguridad confortable, sino con la angustia de que no hay nichos seguros, que nadie está a salvo y todos podemos eventualmente pasar de espectadores a protagonistas del drama, víctimas de los reacomodos de los centros de poder.

El poder impactante de las imágenes con que la prensa ha mostrado el drama de los desplazamientos humanos masivos en Europa no deja espacios para la evasión. El desempleo, el desalojo de viviendas por impago, los enfermos excluidos de los servicios sanitarios, los jubilados sin atención o la indigencia en las grandes ciudades, incluidas metrópolis del primer mundo, son también manifestaciones de esa crisis. Agréguese las perniciosas consecuencias que para la vida humana en nuestro planeta han tenido las prácticas irracionales de explotación de los recursos naturales en función de las ganancias de los grandes capitales.

En el caso de los migrantes africanos que huyen de la guerra y del hambre, la incertidumbre es absoluta. ¿Lograrán salir de sus países? ¿Sobrevivirán a la travesía del mar? ¿Cuántos quedarán en el camino? ¡Miles de familias rotas por las situaciones azarosas! ¡Tíos, hermanos o hijos muertos en el intento de llegar a lugares seguros! Pero las penalidades no terminan al llegar a un nuevo país. ¿Cómo serán recibidos? ¿Tendrán trabajo, comida, vivienda y educación para sus hijos?

La solidaridad es revolucionaria

Hoy la solidaridad exige horizontes más amplios que la compasión, la piedad o los valores religiosos. Se alimenta de la certeza de que todos somos víctimas de los grandes intereses capitalistas que, por lo demás, sólo se atienden a sí mismos, sin ver los estragos que provocan en las personas, en los pueblos y en el planeta. Hoy la solidaridad es reconocernos en nuestros iguales y procurar enfrentar juntos la calamidad común y juntos también trabajar por un mundo distinto, más justo y menos despiadado.

La conciencia de humanidad la expreso John Donne, el poeta inglés del siglo XVI, con la angustia, la fuerza y la belleza que sólo puede comunicar la poesía: “Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una parte de la tierra; si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia; la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad; y por consiguiente, nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas; doblan por ti.”

Aunque luzca contradictorio, es una realidad que el capitalismo, al hacer colectiva la producción de bienes, ha hecho objetiva la solidaridad. La producción ha hecho que cada día la vida y el trabajo propio dependan de los otros. La vida de las ciudades dependen de los productos de los trabajadores del campo y éstos de las maquinarias y transportes que se hacen en los centros industriales. Hoy la producción individual depende de otros trabajadores que están en otra parte de la fábrica, en otro sector de la ciudad, en otra región del país o en otro continente. El éxito del trabajo propio es la consecuencia del trabajo de muchos otros. Esta es precisamente la fundamentación del socialismo: Si la producción es colectiva (participa toda la sociedad) la distribución de la riqueza debe ser igualmente social, no de unos pocos (los dueños del capital).

El efecto mariposa

Los eventos están ligados a una totalidad de la que formamos parte y fenómenos pequeños en alguna parte del mundo, aunque en principio luzcan insignificantes, pueden, no obstante, hacerse descomunales para el universo. Los científicos que han estudiado este fenómeno en la naturaleza han utilizado un proverbio chino para expresarlo: “el aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo”.

La guerra y el hambre generadas por el imperialismo ha provocado un gran desastre humano en África. Pero esa tragedia se ha trasladado en parte a los países europeos y, crearán, sin duda, nuevas situaciones de tensiones y de necesidades en el seno mismo de estas sociedades. Hermanados en su desgracia con los pobres y los sectores depauperados de esas sociedades, necesariamente deberán emprender caminos de lucha y de trabajo que solventen la injusticia y el dolor.

Pero, quienes contemplamos desde América Latina el sufrimiento de estos pueblos, no sólo comprendemos las consecuencias de las políticas de depredación e intromisiones con que se alimenta el imperialismo sino que también estamos concientes que junto a los pueblos de África y Asia, formamos un continente humano que debe luchar solidariamente para derrotar tan terrible enemigo y decir como lo diría Chávez: Vendrán nuevas situaciones y el mundo tiene que enrumbarse hacia un destino mejor. O decir con Allende “mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor”. O, con el Ché: “si usted es capaz de temblar de indignación cada vez que se comete una injusticia en el mundo, somos compañeros”.

Es la solidaridad de quien lucha hombro a hombro junto a sus compañeros, sintiendo y viviendo las penalidades de quienes comparten esta aspiración de justicia que podrá salvarnos. Es la esperanza de todos.